El "cuadro" oficial, un hombre de laboratorio
Los pensadores marxistas del siglo pasado parecían convencidos de que la ética comunista solo podría funcionar después de eliminar las diferentes clases sociales o, lo que es igual, cuando en el plano económico triunfara la sociedad comunista. "¿Cómo condenar éticamente el robo cuando ya no exista la propiedad?", se preguntaban con el mismo cándido afán que los teólogos medievales discutían sobre la carnalidad de los cuerpos gloriosos resucitados tras el juicio final.
En la práctica, los políticos que han tenido que ensuciarse las manos en el intento de poner en marcha los diferentes experimentos marxistas se han dado cuenta de lo larga que resulta esa "etapa de transición" llamada socialismo. Han enfrentado la contradicción de no poder sentar sus principios en la ya desechada "moral burguesa" y, por otra parte, se han visto imposibilitados de aplicar por anticipado una moral comunista, impracticable sin el apoyo de la base material que suponía el cumplimiento científico de sus inexorables leyes.
El Código demanda “altos valores morales, profunda sensibilidad revolucionaria y un claro sentido del deber” junto a otras virtudes que deben tener los cuadros, como sinceridad, honestidad, modestia, austeridad, sencillez y discreción
En consecuencia, cada modelo "históricamente determinado" encontró su ética provisional, negadora de la anterior aunque incompatible con la futura. Fue esa ética la que permitió a Joseph Stalin la colectivización forzosa, a Mao dar el gran salto adelante y a Fidel Castro decretar la ofensiva revolucionaria. De ese relativismo moral surgió un día el Código de Ética de los cuadros del Estado cubano.
La versión original de este poco divulgado documento se promulgó el 17 de julio de 1996, firmada por el entonces todopoderoso Carlos Lage Dávila. Se le llamó el acuerdo 3050 y fue mostrado como una "propuesta presentada por la Comisión Central de Cuadros referente a la necesidad de definir y sistematizar en un código las normas que deben regir la vida y la conducta de los Cuadros del Estado cubano".
Entre los propósitos y formas de aplicación resumidos en siete puntos, se exponía la necesidad de alertar y prevenir a los cuadros "frente a las tendencias que pueden surgir ante las transformaciones económicas y la agresiva acción enemiga". El cumplimiento de los principios codificados sería obligatorio para los jefes de los organismos de la administración central del Estado, de las entidades nacionales y los presidentes de los consejos de la administración provinciales y municipales del Poder Popular, entre otros, quienes tendrían que determinar, "dentro de sus respectivos sistemas, los cargos a los cuales se les aplicará el Código de Ética".
Una vez que estos funcionarios conocieran y aceptasen el contenido de la nueva normativa tenían que expresar su disposición a cumplirlos "públicamente en el acto oficial de recepción del cargo". No conforme con eso "en los casos de promociones y traslados, en el proceso de preparación para el nuevo cargo" el cuadro estaba obligado a actualizar su conocimiento del documento, así como volver a ratificar públicamente su compromiso a cumplirlo cabalmente.
A manera de una tabla de mandamientos desglosada en 27 puntos, el Código demanda "altos valores morales, profunda sensibilidad revolucionaria y un claro sentido del deber" junto a otras virtudes que deben tener los cuadros, como sinceridad, honestidad, modestia, austeridad, sencillez y discreción.
Al mismo tiempo condena la mentira, el engaño, la demagogia, el fraude, la apatía, la indolencia, el pesimismo, el hipercriticismo y el derrotismo. Entre otras actitudes dañinas señala el espíritu justificativo, la inacción frente a las dificultades y errores, la ausencia de iniciativas, los rasgos de ostentación y de hábitos consumistas. Advierte que la actuación de los cuadros debe estar despojada de voluntarismo, vanidad, improvisación, injusticia y mediocridad profesional, así como del sectarismo, menosprecio por la dignidad de otros. Combate la vanagloria, la autosuficiencia, el engreimiento, la intolerancia y la insensibilidad.
En los 20 años que cumplirá el Código de ética probablemente no haya un solo pecado de los aquí enumerados que se haya dejado de cometer
Paradójicamente, la imposibilidad de ser consecuente con tantas exigencias ha promovido un defecto no mencionado en el texto: la simulación, cuya única alternativa ha sido para muchos llegar a la deserción, acción tampoco contemplada entre las contravenciones.
En los 20 años que cumplirá el Código de ética probablemente no haya un solo pecado de los aquí enumerados que se haya dejado de cometer, como tampoco ha florecido ni una sola de las acrisoladas virtudes que en él se anuncian. Y no solo eso, sino que los pecados han sido abundantes y las virtudes escasas en todos los niveles de dirección gubernamental y política del país, en todas las instancias administrativas.
En ese páramo de valores morales se ha desatado una plaga de desfachatado cinismo, de sórdida impudicia que nadie sabe cómo detener. Ya ni siquiera se menciona el advenimiento del nuevo Jerusalén que sugería la utopía comunista. Habrá un juicio final donde todos tendremos que ser perdonados de algo.