Cuando se pierde una esperanza

Una docena de balseros llegando a las costas de Florida, el pasado 26 de abril. (Youtube/captura de pantalla)
Una docena de balseros llegando a las costas de Florida, el pasado 26 de abril. (Youtube/captura de pantalla)
Reinaldo Escobar

13 de enero 2017 - 14:30

El fin de la política de pies secos pies/ mojados acarrea entre sus múltiples consecuencias la pérdida de la esperanza para un gran número de cubanos. Pocas veces en nuestra historia nacional una decisión tomada fuera de las fronteras de la Isla ha tocado la vida de tantos nacionales de una manera medular y definitiva.

Entre los afectados se encuentran los migrantes que ya se hallaban en camino hacia Estados Unidos, también aquellos que vendieron sus propiedades para sufragar los gastos del viaje, los que aguardaban agazapados una oportunidad para desertar de una misión oficial o simplemente quienes soñaban con escapar de la Isla. En total suman decenas de miles de personas.

Sin embargo, hay un número mucho mayor. Incalculable. El que conforman todos aquellos que veían en la posibilidad de emigrar una motivación para comportarse con docilidad ante las dificultades. Son quienes confiaban en que, llegado ese momento en que no soportarían más la dura cotidianidad de la Isla, les quedaba una salida: la balsa, las selvas de Centroamérica, la frontera mexicana, el Estrecho de Bering...

La única esperanza radica en que recuperemos el valor de enfrentar nuestra realidad y asumamos las consecuencias

Como la última porción de agua que se lleva en la cantimplora al cruzar el desierto, el salvavidas que la azafata muestra para casos de emergencia o la bocanada de oxígeno con la que el buzo debe tratar de alcanzar la superficie, la política de pies secos/ pies mojados representaba para muchos en esta Isla la esperanza. La ilusión de que llegados al límite siempre tendrían una tabla de salvación a la que aferrarse.

"Si la cosa se pone fea arranco y me voy", era un pensamiento recurrente que lo mismo aparecía en jóvenes que en mayores, en pobres o nuevos ricos, en disidentes u oficialistas. Les aliviaba saber que la caja cerrada en que se ha convertido Cuba tenía una puerta de salida. Quizás nunca la usarían, pero era un bálsamo saber que allí estaba.

A partir de ahora no hay salvavidas bajo el asiento, agua en la cantimplora para atravesar el desierto ni queda oxígeno con que volver a la superficie. La única esperanza radica en que recuperemos el valor de enfrentar nuestra realidad y asumamos las consecuencias.

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