Arte y necesidad
La Habana/El hombre se acerca, arranca un tenedor de la obra Delicatessen, que se exhibe en el malecón habanero durante la XII Bienal de La Habana. Cerca de ahí, dos vecinas especulan que al terminar el evento, la arena empleada en Resaca se le regalará al vecindario para que repare sus viviendas. Las penurias le agregan ansiedad y atrevimiento a la apreciación artística, integran a los espectadores en una muestra que quieren hacer suya, llevarse a casa y reutilizar.
La llegada de la Bienal a nuestra ciudad es un buen momento para disfrutar de las sorpresas estéticas que nos aguardan en cualquier esquina, pero también permite constatar el choque del arte y la necesidad. Cerca de las obras con mayores recursos materiales siempre se asoma la inquisitiva mirada de un custodio. La obra vigilada, con su cartel de “no tocar” o su perímetro cerrado alrededor, abunda en aceras y parques, más de lo que debiera. Un contraste entre la interacción que busca el artista al colocarla en espacios públicos y la excesiva protección a la que se les somete, precisamente para que ese público no termine llevándosela trocito a trocito en los bolsillos.
A la escolta que evita el vandalismo o el saqueo, se le suma también el curador ideológico que evita cualquier instalación, performance o muestra que se salga del guión oficial
A la escolta que evita el vandalismo o el saqueo, se le suma también el curador ideológico que evita cualquier instalación, performance o muestra que se salga del guión oficial. Un cuerpo de vigilantes de lo artísticamente correcto impidió a Tania Bruguera entrar al Museo de Bellas Artes el fin de semana pasado. Esos censores de la creación libre metieron también a Gorki Águila a la fuerza en un auto, después de impedirle colocar el rostro del grafitero El Sexto en esos mismos muros donde nos dejó su firma indeleble.
La necesidad marca cada obra de la Bienal de La Habana. La necesidad material, donde un tornillo empleado en cualquier pedestal podría terminar en la puerta de un hogar, en una silla o en la propia cama donde duermen cada noche hasta cuatro personas. Y la otra necesidad, la de la libertad, que nos hace acercarnos al arte para llevarnos un pedazo de su rebeldía, antes que el custodio suene el silbato y nos vayamos con las manos vacías.