¿Qué haremos con la esperanza?

Un saltamonte. (Silvia Corbelle)
Un 'esperanza'. (Silvia Corbelle)
Yoani Sánchez

02 de febrero 2015 - 06:22

"Toda frustración es hija de un exceso de expectativas", le compartí preocupada a los congresistas estadounidenses que visitaron Cuba en enero pasado. La frase iba encaminada a hacerles notar el caudal de ilusiones que se ha destapado en la población a partir del 17 de diciembre. El anuncio del restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos ha provocado el resurgir en este país de un sentimiento perdido por décadas: la esperanza.

Sin embargo, las expectativas que se han creado son tan elevadas y difíciles de cumplir que a corto plazo muchos podrían sentirse desengañados. No hay forma de que la realidad logre satisfacer tan desmesuradas fantasías de cambio. El grado de deterioro que vive Cuba necesita de enormes recursos y urgentes transformaciones para ser superado. El tiempo apremia, pero el Gobierno cubano aún no ha mostrado una verdadera voluntad política para que el nuevo escenario beneficie a un amplio espectro de la sociedad cubana.

Con posterioridad al 17D, cada cual ha ido enfocando las aspiraciones hacia el terreno de sus intereses y necesidades. Un viejo maquinista de locomotoras, que vio desarmarse el ferrocarril del que con gran orgullo hablaba, ahora asegura "tú vas a ver... vamos a tener hasta un tren bala". Si se le pregunta de dónde saca tanta convicción, asegura que "cuando empiecen a llegar los yumas habrá que mejorar el transporte y de seguro nos llueven inversiones para mejorar las líneas y comprar vagones de última generación". Sus sueños tienen la forma de un serpiente de hierro, brillante y veloz que cruza la isla.

Las expectativas que se han creado son tan elevadas y difíciles de cumplir que a corto plazo muchos podrían sentirse desengañados

Hay otros cuyas ilusiones toman la levedad de un kilobyte. Un joven de veinte años, que sólo conoce Internet por algunas horas de conexión en las lentas y caras salas de navegación del servicio Nauta, afirma que antes de fin de año "tendremos servicio de datos en nuestros teléfonos móviles". Su certeza no nace de ninguna información clasificada a la que haya tenido acceso, sino porque, según explica, "ya Obama lo dijo, que las empresas de telecomunicaciones podrían negociar con Cuba, así que lo que falta para que yo esté conectado a Facebook y Skype todo el día, es nada... nada".

La gran obsesión nacional, que es la comida, también ha tenido un espacio dentro de las ensoñaciones de las últimas semanas. Un ama de casa que se autodefine como "cansada de tener que cocinar lo mismo, porque no hay más nada", ha proyectado sus ilusiones hacia la llegada de mercancía desde el norte. "Volverán algunos productos perdidos y las tiendas no estarán con los congeladores vacíos como ahora". Sus perspectivas son directas y claras, tienen el sabor perdido de la carne de res, la textura del aceite y el olor de una cebolla dorándose en la sartén.

Los pequeños empresarios privados no se quedan atrás. Para el dueño de un lujoso paladar en el Vedado, las esperanzas llevan los contornos de un ferri que conecta La Habana con la Florida. "Eso va a ser pronto y entonces podremos traer carros, grandes importaciones y alimentos frescos para nuestro menú", explica con una convicción que provoca cierta congoja desmentir. Da la impresión de que un salón completo, con copas, botellas de vino y lámparas de luz tenue, cruzará las aguas para llegar hasta el nuevo local que está construyendo a un costado de su restaurante.

Mientras las expectativas crecen como un globo a punto de estallar, otros contribuyen a ellas con proyecciones en el campo artístico y creativo. Un amigo, productor privado de cine, cree que en breve "Hollywood podría estar filmando aquí y el talento cinematográfico cubano tendrá por fin los recursos para hacer grandes producciones". Para este artista del celuloide, "lo que falta es un tilín así para que autoricen las productoras independientes y podamos tener inversiones desde Estados Unidos".

En la disidencia y la sociedad civil no pocos se aprestan para poder legalizar sus grupos o partidos a la menor oportunidad. Son, entre los esperanzados, los más cautelosos pues saben que el grifo de las libertades políticas será el último en abrirse... si es que se abre. Proyectan su propia transición de la fase "ilegal, clandestina y heroica" a la etapa de una oposición "legal, pública e inteligente". Tampoco hay que descontar que las ilusiones hayan alcanzado a la academia cubana, los centros de estudio y otras instituciones oficiales, donde habrá gente desempolvando su vieja idea de saltar al ruedo de la política en cuanto el monopartidismo sea un mal recuerdo del pasado.

Cuando la burbuja de los sueños explote y el exceso de expectativas traiga la frustración colectiva, ¿qué pasará?

Todas esas esperanzas, nacidas el día de San Lázaro y alimentadas con las visitas de congresistas y negociadores estadounidense a Cuba, constituyen hoy un arma de doble filo para el Gobierno de la Isla. Por un lado, la existencia de tales ilusiones le permite ganar tiempo y colocar la línea del horizonte al final de un largo proceso de conversaciones entre ambas administraciones, que podría prolongarse por años. Pero, también, el desengaño derivado del incumplimiento o postergación de tales sueños se dirigirá directamente hacia la Plaza de la Revolución.

No será contra Obama que caiga la rabia por lo no logrado, sino contra Raúl Castro. Él lo sabe y en las últimas semanas sus voceros han hecho énfasis en recortar las perspectivas que recorren las calles de todo el país. Tratan de adelantar que todo seguirá más o menos igual y que no hay que hacerse demasiadas expectativas. Pero no hay nada más difícil de contrarrestar que los sueños. La carga simbólica que tiene el comienzo del "deshielo" entre David y Goliat, no puede aminorarse con llamados a la calma ni discursos enérgicos que apuntan hacia un frenazo en las negociaciones.

Cuando pasen los meses y "el tren bala" no llegue, la Internet siga siendo un imposible, los congeladores de las tiendas se mantengan tan desabastecidos como ahora, las normas aduaneras sigan impidiendo la importación comercial en manos privadas, el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) mantenga el monopolio sobre la producción de películas y ser miembro de un partido opositor provoque aún la represión oficial y la estigmatización ideológica..., cuando la burbuja de los sueños explote y el exceso de expectativas traiga la frustración colectiva, ¿qué pasará? Quizás de ahí será de donde nazca la energía necesaria para empujar el cambio.

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