Juanita Castro: la memoria nunca es inofensiva

Juanita Castro Ruz ante la portada de su libro de memorias.
Juanita Castro Ruz ante la portada de su libro de memorias.
Francis Sánchez

18 de agosto 2014 - 17:30

Ciego de Ávila/El anecdotario, la identidad y composición de la familia de los máximos dirigentes de la Revolución cubana, después de convertirse en un tema tabú debido a las mismas disposiciones tomadas por estos, ha terminado siendo objeto de interés público y motivo de especulación constante. Zona delicada, el entorno íntimo y mítico de los hermanos Castro Ruz adquiere contenido histórico a partir de rumores, con novias sin nombre, esposas casi sin rostro, hijos y muchos familiares pocas veces vistos juntos aunque sea en una foto.

Y en esa "foto completa de la primera familia", que nunca se hizo y probablemente nunca se hará, resulta inquietante la "presencia" de una curiosa mujer que quiere llevar con orgullo sus mismos apellidos, defiende el linaje familiar, pero a la vez rechaza el cuño que estos apellidos le han puesto a la historia de Cuba. Fuerte, apartada, polémica mujer que aparece por eso con el aura de doblemente maldita.

Un bombazo fue su petición de asilo político en la Ciudad de México, el 29 de junio de 1964. Así comenzó presentándose ese día a la prensa en declaraciones que causaron gran impacto: "La que a ustedes se dirige es Juanita Castro Ruz, hermana del primer ministro de Cuba comunista Fidel Castro".

Casi medio siglo después, Juanita vuelve a salir a la palestra al publicar el libro Fidel y Raúl, mis hermanos (Ed. Aguilar, 2009), con este subtítulo: "La historia secreta, memorias de Juanita Castro contadas a María Antonieta Collins". El testimonio ya estaba listo en 1999, tras meses de entrevistas confidenciales, pero pasaron diez años antes de que la protagonista accediese a la impresión.

Al recordar su salida de Cuba, echa a un lado el posible calificativo de traidora, haciendo el reparo de haberse sentido primero y flagrantemente engañada, porque desde los días del Moncada y la Sierra Maestra, cuando los cubanos morían enfrentándose a la dictadura de Batista por el sueño de recuperar la Constitución de 1940, su hermano Fidel dijo siempre que él no era comunista.

Entre las nuevas confesiones, esta vez quizás la más tremenda es que llegó a pertenecer a la CIA —aunque aclara que nunca aceptó dinero—, en los difíciles días en que, en La Habana, aprovechaba la influencia paralizante de sus apellidos para acudir en ayuda de muchos que a veces ni siquiera conocía, salvándoles de un juicio sumarísimo o sacándoles del país. Su casa llegó a ser, según estas memorias, un refugio y lugar de tránsito siempre lleno.

Afloran contradicciones en una mujer que se enfrenta contra una parte querida de su propio ser biológico

Pero la necesidad básica que la ha llevado a reunir sus memorias, dice, es contar la verdad sobre el pasado de la familia, la infancia de los hermanos, la historia de los abuelos, y en especial su madre, Lina Ruz, y su padre, Ángel Castro, al ver que han sido calumniados por historiadores que con tal de atacar a Fidel buscan explicación en un supuesto origen familiar oscuro y cruel, en Birán, una finca gobernada por un padre supuestamente inescrupuloso y que habría prosperado a base de crímenes.

"Siento mucho decepcionar a los historiadores de bolsillo y a los sicólogos instantáneos", dice. De su padre, opina: "Ángel Castro Argiz era un hombre que se preocupaba por los demás. No había nadie que fuera a pedirle un favor, a pedirle ayuda, que él se la negara". Y siente nostalgia por el ambiente del pequeño lugar en la antigua provincia de Oriente, hoy convertido en un museo: "Birán —donde éramos como una gran familia porque todos nos conocíamos".

Afloran desgarramiento y contradicciones en una mujer que se enfrenta conscientemente contra una parte querida de su propio ser biológico, es decir, su familia y su patria. Alguien que no se ha desprendido, por ejemplo, del cariño por el hermano más pequeño, Raúl, "Musito" para su madre. Lo prefiere, y nos lo presenta en situaciones muy humanas, como en la muerte de la madre, Lina Ruz, llorando y hablándole desconsoladamente al cadáver querido. Imagen que contrasta con la descripción del otro hermano en el poder.

Sus recuerdos dejan una sensación de transparencia. Sin embargo, esto no significa que el lector deba aceptar cada cosa tal cual se describe. La memoria nunca es inofensiva. Incluso a veces se trata sólo de apreciaciones. Y el de Juanita ha sido un ángulo muy particular y único de la historia de Cuba, con ventajas y desventajas, precisamente por demasiado cercano. Lo más lógico —por poner un ejemplo— es que los recuerdos de la hija del capataz Ángel resulten más afectivos y dulces que los que podría tener un subordinado suyo, sin que ninguno mienta.

Rompió con la CIA cuando le pidieron que hiciera una nueva declaración impactante para la prensa

Rompió con la CIA —este es otro testimonio caliente— cuando le pidieron que hiciera una nueva declaración impactante para la prensa, similar a la de su petición de asilo, pero ahora con un objetivo muy diferente: disipar los temores sobre el avance del comunismo. Entonces Estados Unidos, por tal de alejar el peligro de una confrontación nuclear, había llegado a un acuerdo con los soviéticos, y estos exigían que no se apoyase más a los grupos anticomunistas de Miami.

Quizás Juanita se parece más al típico cubano de cualquier orilla, y a la misma isla de Cuba, mientras se muestra vulnerable, injustamente atacada, manipulada y en definitiva, en medio de olas y tempestades, sola: "En esta lucha todos éramos peones de un juego de ajedrez", afirma.

Tiene el gesto muy criollo de sentirse la más desgraciada del mundo. Y en este punto, vale la pena concederle el triste mérito de ser un símbolo del dolor y la intolerancia que divide a las familias cubanas: "Sin duda, he sufrido más que el resto del exilio porque en ningún lado del Estrecho de la Florida me dan tregua y pocos son los que comprenden la paradoja de mi vida".

Expresado por ella, resulta no menos patético y veraz el criterio de que "el odio siempre ha imperado sobre nuestra razón".

Por suerte, hacia el final del libro se invoca el futuro, dándole oportunidad al amor, no proféticamente, sino con una íntima exhortación al más pequeño de los siete hermanos, su "Musito", una vez que ha sustituido a Fidel en el poder: "Raúl, en tus manos podría estar la transición democrática para Cuba. [...] Evolucionar con dignidad podría ser tu gran oportunidad en la historia..."

Libro de memorias escrito en un agradable estilo coloquial, atrapa como una buena novela de 51 capítulos, narrada en primera persona. Se "oye" la voz de una mujer que ha vivido y que se planta ante todo y todos con un estilo claro y directo.

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