El intelectual y el poder, más que una relación epistolar
La puesta en escena de 'Cartas de amor a Stalin' en una sala habanera reabre el debate sobre las consecuencias que décadas de censura han dejado en la Isla
La Habana/Al salir de la sala de Argos Teatro tras la representación de Cartas de amor a Stalin, una buena parte de los espectadores necesita sacudir la cabeza. Como quien despierta de una pesadilla, habrá quien mantenga por largos minutos la inquietud de que los monstruos del sueño pueden aparecer en la próxima esquina.
La obra, con texto original del español Juan Mayorga, lleva a las tablas el drama vivido por el escritor Mijaíl Bulgákov (Kiev, 1891) a partir de su tensa relación con el Gobierno soviético. El autor de novelas como La guardia blanca se dio a conocer en la Isla gracias a su libro El maestro y Margarita (1926), que solo pudo ser publicado 26 años después de su muerte.
La pieza, dirigida por Abel González Melo, aborda el espinoso tema de la interacción entre los intelectuales y el poder, un vínculo que se enrarece allí donde los gobernantes ejercen la censura con estricto rigor y la libertad del artista queda atrapada en los pantanos de la política.
Aunque el arte complaciente, que canta loas a los tiranos, pocas veces sobrevive a la caída de las dictaduras, los irreverentes pagan un alto costo personal y editorial para trascender a los caprichos esterilizadores del poder, sugiere el guión. En las palabras del propio protagonista de Cartas de amor a Stalin: "Un artista que calla no es un verdadero artista... ¿Cómo voy a escribir canciones a un país que es para mí como una cárcel?"
La obra, con texto original del español Juan Mayorga, lleva a las tablas el drama vivido por el escritor Mijaíl Bulgákov (Kiev, 1891) a partir de su tensa relación con el Gobierno soviético
En la pequeña sala de la calle Ayestarán el público asiste a las escenas en que Bulgákov escribe cartas al dictador soviético Joseph Stalin (1879-1953) para denunciar que las representaciones de la pieza teatral La isla púrpura han sido prohibidas. El escritor se queja también de que la obra Los días de los Turbin fue vetada y que El apartamento de Zoe se eliminó de cartelera.
"No tengo ánimos para vivir en un país donde no puedo ni representar ni publicar mis obras. Me dirijo a usted para que se me devuelva mi libertad como escritor o se me expulse de la Unión Soviética junto con mi esposa", clama en su misiva.
Según los biógrafos de Bulgákov, Stalin respondió a esta carta en 1930 con una llamada telefónica. En la escena en la que suena el timbre del protagónico aparato, el actor Alberto Corona –que representa al escritor- salta de alegría y abraza a su esposa, interpretada por Liliana Lam. Lleno de gozo grita: "¡El camarada Stalin me ha llamado!"
Sin embargo, la comunicación queda inconclusa por problemas técnicos en el instante en que Stalin iba a programar un encuentro personal con el artista. Desde ese momento, el novelista y dramaturgo no hace otra cosa que redactar nuevas misivas y quedarse en casa a la espera de que vuelva a sonar el teléfono. "Todo lo que he escrito es un juego de niños si lo comparo con una carta a Stalin", dice.
La desesperación lleva a Bulgákov al delirio de imaginar en medio de su sala la inconfundible figura del dictador, al que da vida el actor Pancho García, Premio Nacional de Teatro 2012.
El espectro de Stalin que dialoga con el escritor no es solo ese hombre de hierro que ordena la muerte de sus compañeros de lucha, sino también el jefe magnánimo que se siente "rodeado de incapaces" y que desea sentarse a conversar con un intelectual incómodo para escuchar sus opiniones sobre el futuro del país.
Un Stalin que, al mismo tiempo, muestra su lado más oscuro. Un canalla que "casi ha vuelto loco a nuestro amigo Zamiatin, y ha logrado que Maiakosvki se suicide", precisa Bulgákov. La inocente idealización de ese Stalin representa también la última esperanza del escritor de llegar a ser aceptado sin tener que renunciar a sí mismo.
La necesidad de probar que no se está en el lado de los enemigos, el amor al país de donde se nutre su escritura y una creciente desazón porque su obra quede relegada van tejiendo la caída del escritor ruso. Un descenso a los abismos del ostracismo, del que solo podría salvarlo un pacto con el censor.
Resultan inevitables las comparaciones entre aquella URSS y una Cuba donde durante años los autores críticos fueron penalizados con la exclusión de los catálogos editoriales
"Sospecho que en la Cuba de 2017, algunas de sus frases y situaciones serán escuchadas y observadas como no lo han sido en ningún otro sitio", ha dicho atinadamente el autor, Juan Mayorga. Resultan inevitables las comparaciones entre aquella URSS y una Cuba donde durante años los autores críticos fueron penalizados con la exclusión de los catálogos editoriales, la prohibición de viajar y el fusilamiento de la reputación.
La puesta en escena de Cartas de amor a Stalin en una sala habanera reabre el debate sobre las consecuencias que décadas de censura y control sobre la producción cultural han dejado en la intelectualidad de la Isla. Desde Palabras a los intelectuales, hasta el arresto del grafitero Danilo Maldonado, todas las historias de exclusión o sumisión de un artista desfilan en la mente de los espectadores.
Así, Bulgákov se convierte por momentos en Virgilio Piñera, en Heberto Padilla y María Elena Cruz Varela. Por instantantes también añora estar más cerca de las autoridades y gozar de la condición de novelista mimado por las instituciones, al estilo de un Manuel Cofiño, Miguel Barnet o de un Abel Prieto. Para finalmente, descubrir en carne propia que los autoritarios no buscan escritores sino propagandistas; prefieren las consignas que la literatura.