El último día de El Trigal
La Habana/La fila de camiones se extiende en el terraplén que da entrada al único mercado mayorista de productos agrícolas con el que cuenta La Habana. Pero a diferencia de otros días, los campesinos que han llegado con su mercancía no pueden descargarla ni venderla. La policía ronda el lugar y alguien reparte un volante que confirma lo anunciado por el noticiero estelar de la televisión: El Trigal ha cerrado.
Muchos de los que se congregaron este viernes frente a la puerta de acceso del amplio local no sabían nada de la “mala nueva”. Llegaron con sus cajas y sacos cargados de productos del campo y se encontraron con los empleados, tan sorprendidos como ellos, por la suspensión de las ventas en los 292 espacios donde hasta hace pocas horas se comercializaban frijoles, cebollas, aguacates y otras frutas y viandas.
El conductor de un camión cargado de mangos casi rogaba a los custodios de El Trigal para que le dejaran vender su mercancía. “Vengo desde Santiago de Cuba y ahora voy a perder el viaje”, se quejaba el hombre. “Soy agricultor” aclaraba, para evitar que le colgaran el calificativo de “intermediario”. Un inspector le explicó que si se quedaba en las inmediaciones le pondrían una multa y le decomisarían el producto.
Pasado el mediodía el lugar es un avispero de inconformidades y quejas. “Por aquí vino el periodista de Cuba Dice, Boris Fuentes” cuenta uno de los carretilleros que hasta el jueves vivía de cargar mercancía desde los camiones hasta los andenes y las tarimas. El joven recuerda que el reportero oficial quería grabar un programa sobre los altos precios que habían alcanzado los alimentos en un mercado concebido para abaratar la canasta básica.
Pasado el mediodía el lugar es un avispero de inconformidades y quejas.
“La gente lo insultó y le preguntó por qué no hacía un reportaje sobre los altos precios en las Tiendas Recaudadoras de Divisas que son del Estado”, cuenta el carretillero. A pocos metros, Diosbel Castro Rodríguez, de 24 años, no acaba de creer que ha perdido el empleo con el que sostiene a su familia. “Mientras tuve trabajo y pude darle de comer a mi familia todo estaba bien. Pero tengo dos hijos y ahora sin trabajo cualquier cosa me puede pasar por la mente”, insinúa el hombre.
Castro Rodríguez repite el reclamo de muchos otros en El Trigal: “Esto no se puede hacer así de un día para otro, hay que dar un margen de tiempo, para que podamos buscarnos otro trabajo”, lamenta.
Yerandy Díaz, vecino de la Fortuna, cree que el cierre del lugar ocurrió sin aviso precisamente para que los usuarios y los trabajadores de las instalaciones “no tuvieran tiempo a nada, ni a protestar, ni acudir a ningún lugar”. Según cuenta, el presidente de la cooperativa que gestionaba el mercado, Carlos Sablón Sosa, fue llamado para una reunión de urgencia el mismo jueves en la tarde.
Mientras Sablón Sosa estaba reunido se presentó un grupo de inspectores, que repartieron un papel en el que se confirmaba el cierre, cuentan testigos. “Llegaron aquí con dos patrullas para intimidar y para que no se formara ningún lío”, recuerda Yerandy Díaz.
En el lugar trabajaban 66 carretilleros que pagan una licencia para ejercer esa ocupación, más de 30 vendedores y un centenar de personas en las áreas gastronómicas, “más los miles de guajiros que vienen a vender aquí cada semana”, apunta Díaz. Todos se han quedado perplejos con la decisión gubernamental de suspender las ventas.
“Oficialmente nos hemos quedado desempleados, en el aire, no nos han dado otra alternativa de trabajo”, se queja Díaz frente a la policía mientras los ánimos comienzan a caldearse. El joven critica la falta de transparencia porque el noticiero estelar adjudicó el cierra a “ilegalidades pero no las mencionó”.
“Oficialmente nos hemos quedado desempleados, en el aire, no nos han dado otra alternativa de trabajo”
La cola de camiones sigue creciendo mientras los que llevan horas frente a la puerta de El Trigal intentan convencer a los inspectores y la policía de que “al menos den una última oportunidad para vender lo que ya [han] traído hasta aquí”, pero las autoridades no ceden.
Yorenny Cobas, vecino de la Fortuna, era carretillero de El Trigal y explica que laboraba trasladando el producto de un lugar a otro. “Nosotros cobramos por el servicio al momento de hacerlo y, según la cantidad, pueden ser entre 10, 15 o 20 pesos cubanos; pago una licencia que vale 200 pesos al mes, más 87 de seguridad social y 60 al día cada vez que trabajamos por el alquiler de la carretilla a la cooperativa”.
El carretillero pregunta sin mucha esperanza a un inspector “¿Usted sabe cuántas familias se quedan ahora sin nada”. Considera que lo que ha ocurrido con El Trigal traerá “más ilegalidad” porque los campesinos “tratarán de salir de la mercancía y venderla”.
La tarde cae y El Trigal sigue cerrado, ha llegado una patrulla más de policías y en la carretera de acceso al mercado un campesino pregona en un murmullo sus mangos a precio de liquidación.