La Habana, capital de la añoranza
La Habana/Las paredes repletas de fotografías de paisajes citadinos de antaño y de toda una pléyade de artistas famosos de la Cuba republicana, portadas de discos de la misma época y añejos carteles de anuncios de los años 40 y 50 del pasado siglo.
En un espacio central, una antigua vitrola fuera de servicio acapara el protagonismo del pequeño salón restaurante. Sobre los manteles de las mesas, viejos discos de vinilo (long play) fungen como porta platos, mientras los posa-vasos son otros tantos discos (single) del mismo material.
En este negocio privado –como en otros muchos similares que comenzaron a proliferar en La Habana Vieja y en otros puntos de la ciudad a partir de las llamadas “reformas raulistas”– todo el ambiente transpira ese inequívoco aliento de culto al pasado que en los últimos tiempos se ha estado adueñando de la capital como una epidemia. "Cualquier tiempo pasado fue mejor", reza un refrán que se está cumpliendo a rajatabla en Cuba.
Pero no se trata de un pasado cualquiera. No. Porque, curiosamente, ninguno de estos entusiastas emprendedores privados muestra interés alguno en apelar a la estética socialista de aliento soviético que ocupó treinta años de la vida nacional cubana sin calar el espíritu nativo. No hay matrioskas, balalaikas ni personajes de los “muñequitos rusos” decorando vidrieras o interiores de estos negocios o adornando las piñatas y los salones privados dedicados a fiestas infantiles.Nada evoca la indestructible amistad cubano-soviética de una época bajo la cual nacieron casi todos los miembros de ese proto-empresariado cubano que hoy prefiere revivir la prosperidad republicana de fuerte influencia yanqui y olvidar los duros años de dominio bolo en la Isla.
Eso explica que en cualquiera de estos ambientes se puede encontrar una decoración que reproduce la portada de un disco de Benny Moré y no la de uno de los Van Van o de Isaac Delgado; o desde las paredes nos mire el rostro lustroso y sonriente de Kid Chocolate, pero no el de Teófilo Stevenson.
No hay dudas, el glamur es un producto capitalista occidental. Aunque se trate, como es el caso, de un glamur tan añejo y encartonado como el de la Cuba de los 50, que –como sucede siempre en sociedades sin libertades donde campea la mediocridad– acaba siendo un modelo que tiende a estandarizarse.
Porque, como suele suceder ante cualquier oportunidad de medrar ventajosamente, no faltan los pícaros que han decidido aprovechar el nuevo filón que ofrece esta suerte de estética de la añoranza, para sacar sus propios réditos, como se desprende de un detallado anuncio publicado en la muy popular web Revolico, donde por el precio de 25 CUC, o su equivalencia en CUP (625 pesos), se puede adquirir una colección de 27.000 fotografías cubanas de antes de 1959, “para las paredes de tu negocio”.“Vive la historia de nuestro país a través de la imagen”, exhorta el anuncio, que promueve la venta de una “amplia selección de fotos de cafeterías, hoteles, calles, casas, monumentos, tiendas, sitios históricos y de las principales calles y avenidas de la capital cubana”.
Dicha oferta no se limita a las fotografías, sino que incluye además “mapas antiguos, postales, líneas de buses, planos arquitectónicos, grabados, escaneos de muy buena calidad de antiguas propagandas de cervezas como la Cristal, Hatuey y Polar, los sueltos propagandísticos de marcas de cigarros, hoteles, casinos, bebidas y mucho más que constituyen un amplio tesoro gráfico de gran valor”. Todo un culto al pasado pre-revolucionario que evidencia la persistencia de un paradigma perdido, tanto más arraigado y entrañable cuanto más decadente y malogrado se muestra el presente y más incierto y sombrío el futuro.
La paradoja es que, tras casi seis décadas de castrismo durante las cuales los mayores esfuerzos del poder se encaminaron a tratar de borrar los 57 años de República –“seudorepública”, la llaman– tratando de imponer un modelo (este sí “seudo” socialista), falsamente proletario y ajeno a la cultura y aspiraciones nacionales, el ideal liberal republicano está regresando camuflado en sus símbolos culturales, y hoy retoña como culto a la memoria de aquellos “tiempos mejores”, cuando la prosperidad y la riqueza eran metas loables y no delitos.
Como resultado, y ante la incapacidad de proyectar un futuro promisorio, la muy vilipendiada República se ha convertido en el manido símbolo del paraíso perdido, y vuelve a ocupar un lugar de preferencia en el imaginario colectivo, pese a que más del 70% de los cubanos de hoy nacieron después de 1959 y han sido (de)formados bajo la doctrina de la austeridad y el sacrificio.Sin embargo, el uso de los símbolos republicanos no es privativo de los pequeños nichos de la economía privada. La mediocridad y falta de imaginación alcanzan también al todopoderoso Estado-Gobierno-Partido que controla casi en su totalidad la industria del ocio. He aquí que recrear el pasado anterior a 1959 ha devenido una fuente de ingresos muy lucrativa incluso para los propios destructores de la República. En especial desde que el turismo estadounidense se convirtió en el principal destinatario del marketing socialista.
Así lo demuestra, por ejemplo, la esmerada reconstrucción de antiguos hoteles, bares y otros espacios destinados al turismo internacional, que hasta hace poco eran locales decadentes o simples ruinas, cuya arquitectura y espacios interiores recién rescatados recrean la elegancia y estilo de los ambientes de la Cuba pre-revolucionaria.
De esta manera, mientras las batallas ideológicas y los encendidos discursos antiimperialistas se mantienen en los espacios públicos y en la prensa oficial, para adoctrinamiento y control de los proletarios nativos y para satisfacción de la progresía regional, tanto la naciente clase emprendedora como la camaleónica cúpula castrista se inventan una Cuba de marquetería, una realidad paralela disfrazada de tradición republicana y rescatada artificialmente para solaz y deleite de los visitantes foráneos que pagan en dólares por asistir a esta especie de parque temático: un país congelado en la mitad del siglo XX.
Y no es que haya que renegar de un pasado que, para bien o para mal, forma parte de la cultura e historia de la Isla y representa un período de prosperidad y expectativas de aquella joven nación. Lo verdaderamente triste es que seis décadas de castrismo nos hayan dejado como legado un pueblo que, en lugar de empujar hacia el futuro, asume como paradigma un pasado que, más allá de sus luces y conquistas democráticas, fue lo suficientemente imperfecto como para gestar en su seno la dictadura más larga de este hemisferio, en cuyas manos siguen estando los destinos de todos los cubanos. Es una pena.