Vivir del café por cuentapropia
Pinar del Río/En las madrugadas de insomnio, de viajeros y vigilantes nocturnos, sorprende encontrar una oda a la excelencia en una taza de café.
A las 3 de la mañana comienza el ajetreo de la preparación del néctar en el consultorio de la calle 27 de noviembre entre Maceo y Martí, en Pinar del Río, donde vive Luis Armando Cabrera Soler. Su esposa, la doctora Madalina, le ayuda a organizar los termos, maletas y arneses con los que prestará el servicio. En tanto, el guarda que trabaja en la esquina va dejándose seducir por el aroma en expansión.
"Le puse luz a la gorra para que el cliente no tenga que caminar hasta un foco a la hora de comprar, pero después encontré que me servía de promoción", cuenta Luis, que comenzó en junio de 2013 vendiendo un termo de café y hoy quintuplica la producción. "La idea de variar la oferta preparando cortadito me la dio un botero al que le dicen el loco, porque lo vio en La Habana. Después incluí chocolate, capuchino y bombón". El chocolate refuerza el sabor a café y el capuchino se apega a los estándares tradicionales, el bombón (mezcla de leche condensada, chocolate y café) deja un agradable sabor en la boca.
Sin necesidad de pregonar, los clientes acuden a su encuentro. "El mejor pregón es la calidad", sentencia. "Cuando es un billete grande y no tengo cambio, doy el café de gratis. Es que así no pierdo dinero, porque termino ganando clientes", cuenta.
Luis no se anda con rodeos a la hora de hablar del origen del café que sirve. "Yo vendo 100% Café Soler", dice mientras nos muestra el logotipo que él mismo diseñó, "cosechado en mi familia, tostado y colado por mí. No son tantas las matas que tengo así que no es obligatorio entregar sus producciones; pero a mí sí me alcanzan para el año", dice refiriéndose a la parcela que posee en Sumidero, municipio Minas de Matahambre.
Los monopolios estatales son los únicos compradores legales del grano y para lograr ese control se apoyan en un entramado de leyes que han equiparado el tráfico de café a delitos como el hurto o la organización de salidas ilegales del país.
"Lo más difícil es conseguir los vasitos desechables. Como no existe un lugar donde los pueda comprar, tengo que acudir a la buena voluntad de amigos para que los traigan del extranjero"
La única forma legal de comercializar el café es comprarlo en las Tiendas Recaudadoras de Divisas y los altos precios hacen inviable el negocio, así que los cuentapropistas generalmente acuden al mercado informal.
"Lo más difícil es conseguir los vasitos desechables. Como no existe un lugar donde los pueda comprar, tengo que acudir a la buena voluntad de vecinos y amigos para que me los traigan del extranjero", comenta, mientras sirve un café.
Cabrera trabajó como comprador en la Comercializadora de Combustible de Pinar del Río, perteneciente al Ministerio de Energía y Minas, trabajo que, por temor, compatibilizaba con el de la venta de café. "Muchos tienen miedo cambiar el trabajo por un negocio. Yo me decidí a dar ese paso solo cuando las ganancias eran estables y los turnos de trabajo comenzaron a interferir con las ventas".
Con el característico humor criollo y la amabilidad de quien, incluso, brinda fuego para los fumadores que gustan de encender mientras toman el café, Cabrera Soler sabe suavizar el carácter de los indispuestos y alegrar a los reticentes. "¿De qué serie quiere los billetes?", bromea con alguien que rechaza monedas como vuelto. "Mi objetivo es que el cliente quede complacido hasta en el cambio", asegura.
Generalmente, la venta culmina a las 9 de la mañana pero entonces comienza la preparación para el día siguiente: tostar el café, moler, fregar los termos con cloro y las muchas toallitas que usa para absorber las gotas, quitar las manchas de la bata blanca con que despacha y, finalmente, hacer las cuentas. Así termina su día Luis Armando Cabrera, que no se arrepiente de haberse convertido en pequeño empresario.