Profesión: 'maquillista' de autos
La Habana/Yasser mira el auto con desgano. Había jurado que no repararía ningún auto soviético más, pero ha aparecido este y el dueño tiene dinero y prisa. Con apenas 25 años, este joven se vanagloria de poseer "las mejores manos de La Habana" para arreglar carros. Lo mismo hace chapistería que pintura o retoques, y sus clientes están dispuestos a pagar muy bien si su automóvil queda con apariencia de nuevo.
"Maquillar" viejos vehículos para comercializarlos como si fueran nuevos deja buenos dividendos. La especialidad de Yasser es hacer que el aspecto impecable del auto dure lo suficiente para concretar la compra-venta. "Soy maquillista", dice de sí mismo y se ríe enseñando un diente de oro. Trabaja en un taller del Estado cercano a la avenida Rancho Boyeros, pero su negocio particular no está registrado en ninguna parte. No paga impuestos, ni tiene a los inspectores respirándole en la nuca.
Este "artista de la lata" se gana la vida en una amplia nave de una empresa de reparación de vehículos mayores. "Entre col y col, lechuga", dice, al explicar que así es como combina su jornada para la entidad estatal con sus propios encargos. "Aquí tengo comodidad para trabajar y nadie se mete conmigo". Mientras cuenta esto, procede a empapelar con hojas del periódico Granma toda las ventanillas del viejo Moskvitch. Retira también las alfombras y un ayudante monta el auto "en burro", para manipularlo mejor.
"¿Tú ves este carro?", le pregunta a un mecánico que pasa con un pantalón azul gastado, lleno de grasa y mugre. "Tiene la misma edad que yo, es del 89". Yasser alardea de sus conocimientos sobre las marcas y los años de fabricación de cada modelo: "Este es de los últimos Moskvitch que entraron a Cuba, los Alekos, porque después de esto ya todo se jodió en la Unión Soviética y no mandaron más". Una portada de Granma que anuncia la última sesión ordinaria de la Asamblea Nacional queda desplegada sobre el parabrisas.
El Moskvitch Aleko 2141 fue uno de los últimos vehículos que se entregaron por el sistema de meritocracia. En su momento, conseguir uno de aquellos flamantes autos significaba un importante símbolo de estatus. El que Yasser repara ahora, de tipo hatchback y tracción delantera, le fue otorgado a un alto directivo de la Ópera por su intachable conducta laboral y política. Su dueño estuvo luchando, con poco éxito y durante años, por mantenerlo en funcionamiento.
Los trabajadores vanguardia de aquel entonces, hoy deben rendirse ante la evidencia de que pudieron más la leyes del mercado que la estimulación socialista
"No tenía dinero para la gasolina y cada vez que se le rompía una pieza, aquello era un dolor de cabeza", cuenta el orondo propietario de antaño. El hombre se ha convertido en un jubilado que sueña con el dinero que le pagarán por su "tarecovich", como burlonamente sus hijos se refieren al vehículo. Los trabajadores vanguardia de aquel entonces se rinden ante la evidencia de que pudieron más las leyes del mercado que la estimulación socialista. Ahora hay que hacer casi todo lo contrario de lo que se hacía en los años setenta y ochenta, cuando la dedicación al trabajo y la fidelidad ideológica eran la moneda de cambio para obtener desde una lavadora hasta un carro. Hoy el camino es recibir remesas, trabajar en una firma extranjera, delinquir, dedicarse a alguna próspera actividad por cuenta propia o pertenecer a la élite en el poder.
La empresa que fabricaba los Moskvitch, ubicada en Moscú, quebró con la caída del socialismo en Rusia y sus clientes cubanos se quedaron con el problema de encontrar las piezas de repuesto. Sin embargo, en el mercado ilegal hay una buena circulación de partes y accesorios. Es posible encontrar un Aleko también en anuncios clasificados por un precio que oscila de 9.000 CUC a 16.000 CUC (entre 10.000 USD y 17.600 USD), según su estado técnico. El costo depende también de "la pacotilla" que se le haya agregado, como las pantallas para visualizar multimedias, un módulo de aire acondicionado, la automatización de las ventanillas y las llamadas "gomas cómicas" que no son más que neumáticos modernos, con sus respectivas llantas llamativas y brillantes, a las que hay que hacer una adaptación para que encajen en el eje del auto ruso.
Uno de los trucos de Yasser y otros colegas maquillistas consiste en agregarle talco a la pintura para ocultar las imperfecciones. Entre capa y capa, se coloca el polvo que tapará los arañazos, cubrirá las abolladuras y le dará a toda la superficie un acabado liso e impecable. Pero en unos meses se aflojará la capa y el ingenuo comprador descubrirá que le han dado gato por liebre.
Antes de la pintura, Yasser debe saber si el dueño está dispuesto a chapistear o sólo quiere que le pongan masilla al carro. "No, nada de chapisteo, que eso cuesta mucho, yo quiero algo rápido que no suba tanto el costo",dice la mayoría de los clientes. Todo es más fácil así: se buscan los golpes, los arañazos, las abolladuras y se le pasa una pasta que va emparejando las hendiduras con el resto de la placa de metal. Donde hay óxido se raspa muy ligeramente, sin profundizar demasiado, para evitar que se abra un hueco.
La mayor parte del material que se usa en el negocio del "maquillaje de autos" procede del mercado informal, pero también de las tiendas en pesos convertibles. "La pintura yo la consigo por la izquierda, pero algunas cosas como las lijas las compro en la tienda del Tángana", cuenta el maquillista mientras prepara la pistola a presión para pintar.
Uno de los trucos de Yasser y otros colegas 'maquillistas' consiste en agregarle talco a la pintura para tapar las imperfecciones
Son cerca de las seis de la tarde y todo el personal que trabaja en el taller se ha ido. "Esta es la hora que me gusta a mi, cuando los jefes se van y yo puedo dedicarme a mi pincha", es lo último que se le escucha a Yasser antes de ponerse una máscara de protección y meterse en "la capilla" donde pintará el Aleko. A la mañana siguiente vendrá otra vez el propietario, por aquello de que "el ojo del amo engorda al caballo" y también porque nadie se aleja de un carro demasiado tiempo. El robo de vehículos para su posterior venta en piezas es la pesadilla de los conductores.
El Moskvitch tendrá que secarse durante varios días en los que todos cruzan los dedos para que no llueva. La humedad le sienta fatal a la pintura. Después se procederá a instalar de nuevo los faros, la defensa, el guardafango, las manillas de las puertas y todo el salón interior. La etapa más difícil del trabajo cosmético habrá terminado, pero todavía quedan horas de labor. “Todo lo que brille tengo que pulirlo un poco, para que dé sensación de nuevo”, dice el artista del engaño al revelar algunos de sus trucos.
En este caso el precio se ha ido por encima de lo pactado, porque las puertas no cerraban bien –como en casi todos los autos soviéticos que circulan por Cuba- y Yasser tuvo que ajustarlas. El tanque de gasolina tiene un pequeño salidero que deja una mancha sobre el pavimento cuando el auto está parqueado, y el radiador es una bomba de tiempo, que en pocas semanas dará serios problemas. Un fallo eléctrico se solucionó poniendo algunas conexiones directas y cancelando parte de la pizarra de controles. Una decisión peligrosa y arriesgada, "pero ese será el maletín del que lo compre", asegura el impaciente vendedor.
Unos días después el Moskvitch queda listo para colocarle un cartel de "Se Vende" y mostrarlo cerca del parque de La Fraternidad. Por allí pasarán los posibles compradores, harán preguntas y querrán probar el vehículo. No hay nada que temer, Yasser ha hecho un buen trabajo. El maquillaje durará lo suficiente para engatusar a alguien. ¿Y después? "Pues después ya es muy tarde para reclamaciones. Pero ya me prometí que este era el último carro soviético que iba a arreglar".