Beethoven y violencia
Al final de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), la hermana de la desaparecida Marion registra la siniestra mansión que está detrás del motel. Sube la escalera, entra en el cuarto infantil de Norman Bates y ve un muñeco, un carrito de bomberos, un peluche, una camita revuelta... hasta que repara en un tocadiscos que llama poderosamente su atención. Se acerca curiosa al aparato donde descubre un disco de Beethoven: la Heroica, inicialmente dedicada a Napoleón.
El maestro del suspense sugiere que esa composición pudo fomentar la violencia del psicópata con personalidad múltiple. Norman Bates creció oyendo esa sinfonía, incluso sigue oyéndola, pues la camita revuelta revela que aún duerme allí a pesar de ser ya un adulto.
La violencia de esa música no es solamente romántica, sino que es el mito revolucionario musicalizado. Beethoven admiraba a Napoleón, lo consideraba el "liberador" de Europa, pero cuando el corso se autoproclamó Emperador, el compositor montó en cólera, rompió un lápiz y borró a Bonaparte del título de la obra gritando: "¡Ahora sólo... obedecerá a su ambición, se elevará más alto que los demás, se convertirá en un tirano!".
En La Naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971) de nuevo la música de Beethoven interviene en la conducta del sociópata Alex. La Novena Sinfonía es la favorita del violento y carismático protagonista. Las agresivas imágenes que esta obra suscita en la mente de Alex están en una secuencia del filme. La señorita Weathers, ‒la pelirroja de los muchos gatos‒ a quien Alex acosa y asesina, se defiende golpeándolo con un busto de Beethoven.
A pesar de la pavloviana "técnica Ludovico", cuando en el hospital le ponen a Alex la música del tormentoso Beethoven, pone cara de loco y alucina: pronto volverá a hacer de las suyas. El paciente no se ha curado. ¡Sería una pena que para curarse tenga que renunciar a Beethoven!
Máximo Gorki cuenta que Lenin, después de oír la Appassionata, dijo que esa sonata de Beethoven le gustaba y no le gustaba: "No puedo escuchar música a menudo; me altera los nervios"
Máximo Gorki cuenta que Lenin, después de oír la Appassionata, dijo que esa sonata de Beethoven le gustaba y no le gustaba: "No puedo escuchar música a menudo; me altera los nervios. Me dan ganas de decir cosas amables y estúpidas, y dar palmaditas en la cabeza a la gente que, viviendo en este sucio infierno, pueden crear tanta belleza. Actualmente no se puede acariciar la cabeza de nadie. Te podrían arrancar la mano de un mordisco. Hay que golpear esas cabezas sin piedad". Exactamente fue lo que hizo, empezando con el fusilamiento del zar y su familia junto con el médico de cabecera, los sirvientes, el cocinero y hasta el perro del zarevich.
Es cuando menos curiosa la relación de Beethoven (deliberada o no) con la violencia. Dicen que al interpretar ciertos movimientos llegó a romper las cuerdas del piano.
En 1956 la violencia se volvió contra el músico alemán cuando Chuck Berry irrumpió con su canción Roll over, Beethoven. Este título es tan difícil de traducir que abundan las versiones, todas aproximativas y no exentas de violencia, Arrolla a Beethoven, por ejemplo. Otros han sugerido Revuélcate en tu tumba, Beethoven, o Ríndete, Beethoven, y así hasta llegar a la interpretación más suave, Échate a un lado, Beethoven, donde el alemán debe abandonar el sillín del piano para que Berry toque su música moderna, alegre y juvenil.
Cuenta el compositor en su autobiografía que su "hermana mayor estudiaba para cantante de ópera y tocaba música seria en el piano de la casa" mientras que él no podía encender la radio para escuchar blues y rhythm & blues.
Aunque Berry la canta en tono juguetón, la polémica está servida pues plantea la espinosa, elástica y a veces ociosa cuestión de las diferencias entre la música clásica y la popular. Parecie que la violencia del rock intenta sustituir, o desplazar, al estruendoso Beethoven. Es como si Berry dijera que el rock llegó para quedarse. Tal vez sea un acto de justicia poética, aunque yo creo que ambas formas de hacer música son complementarias y enriquecen, con su diversidad, nuestro universo acústico.