Que Cuba no deba su democracia a Estados Unidos
La Habana/En 1950 Emilio Roig de Leuchsenring presentó ante el noveno congreso de historia su polémico ensayo Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos. Había transcurrido poco más de medio siglo de los hechos que narraba y su versión nacionalista y antiimperialista apostaba por atribuir la victoria sobre la metrópoli española al esfuerzo de las tropas cubanas.
Todavía hoy se discute el peso que tuvo la participación norteamericana en el conflicto y sobre todo las motivaciones de su intervención. Ha pasado otro medio siglo tras la salida de aquel libro y ya los cubanos no luchan por obtener su independencia como nación, sino por instaurar la democracia como sistema, y de nuevo el vecino del norte dicta leyes, aprueba presupuestos y ejecuta acciones, esta vez con la declarada intención de favorecer el futuro democrático de la Isla.
El primer aval para certificar el alcance de estas medidas lo ha dado el Gobierno cubano todas las veces que ha calificado como mercenario, asalariado del imperio y otras denominaciones similares a cuanto opositor, activista de la sociedad civil o periodista independiente tenga por delante.
Hay una insalvable diferencia entre los intereses de EE UU, que demandan la indemnización de propiedades confiscadas, y el reclamo de libertad formulado de forma unánime por la oposición
Aquellos que creen que el Gobierno de Cuba es democrático son los mismos que afirman que nuestro principal problema radica en el diferendo entre los Gobiernos de EE UU y Cuba. Para los que difieren de la línea del Partido Comunista, la contradicción fundamental es el conflicto entre ese partido-Estado y los legítimos derechos de los ciudadanos.
Hay una insalvable diferencia entre los intereses norteamericanos, que demandan la devolución o indemnización de propiedades confiscadas, y el reclamo de libertad de asociación y expresión, formulado de forma unánime por todas las tendencias políticas opositoras, sean socialdemócratas, anarquistas, liberales o democratacristianas.
El punto de coincidencia es que, mientras los actuales mandatarios permanezcan en el poder, ambas cosas parecen imposibles, y esa "causa común" ha promovido, de una parte, el apoyo logístico a invasiones armadas, suministro de material bélico, presiones diplomáticas o embargos comerciales y, por la otra, alzamientos, sabotajes y más recientemente protestas pacíficas e intentos de organizar estructuras políticas.
Se trata de una alianza frágil y desigual y el primero en querer romperla es el Gobierno cubano. Para eso los comunistas tenían dos caminos: abrirle un espacio político a los opositores bajo la condición de "mantener la soberanía" o hacer reformas hacia el mercado para atraer capitales norteamericanos. Ante el dilema, escogieron la segunda opción.
En consecuencia, algunos líderes del entorno opositor se sienten traicionados porque creían tener algún tipo de pacto por la democracia con el Gobierno de EE UU. El principal argumento esgrimido es la continuidad de los actos represivos contra las Damas de Blanco y otros activistas pacíficos solidarios con sus acciones a solo unos días de que se formalice en el Malecón habanero el restablecimiento de relaciones entre ambos Gobiernos.
Para otros se trata de una soberana decisión del presidente Obama respaldada por la idea de que la confrontación no ha dado resultados. El concepto de cambiar los métodos sin renunciar a los objetivos, proclamado de forma pública y sin sutilezas por la parte norteamericana, es todo un desafío para el Gobierno cubano, el cual se ve obligado a mantener sus métodos represivos y confrontativos para cumplimentar su único objetivo: mantenerse en el poder.
Tal vez los norteamericanos tomen distancia de los opositores para no molestar a los gobernantes cubanos; tal vez la represión ceda para contentar a los inversionistas
Estados Unidos sostiene relaciones diplomáticas con países donde no hay un régimen democrático, lo que no significa amistad ni apoyo a algún modelo totalitario. Ahora, en el caso de Cuba, está por ver si se mantendrán las salas de navegación de internet, los cursos para comunicadores, el programa de refugiados, las invitaciones del 4 de julio para celebrar el Día de la Independencia y todos los contactos que programaba la Sección de Intereses y que ahora corresponderían a la embajada.
No son pocos los que temen quedar "abandonados en las tinieblas de la noche" a expensas de los excesos de un Gobierno intransigente. Los nuevos intereses creados entre los antiguos contendientes son económicos y cada cual hará lo suyo por protegerlos. Tal vez los norteamericanos tomen distancia de los opositores para no molestar a los gobernantes cubanos; tal vez la represión ceda para contentar a los inversionistas, sean estos reales o potenciales.
La que no va a llegar por ese camino será la democracia, como no llegó la independencia real tras las cañoneras norteamericanas. El sistema político que nos merecemos debe surgir de nuestro propio esfuerzo, con independencia de la solidaridad que venga desde afuera.
Emilio Roig no habría escrito su famoso libro si a pocas millas de Santiago de Cuba los barcos norteamericanos hubieran regresado a su país y aquellas tropas nunca hubieran desembarcado. Pero la historia es enemiga del subjuntivo y semejantes conjeturas carecen de valor.
Ojalá que nunca un historiador tenga que aclarar que Cuba no debe su democracia a los Estados Unidos.