Esther en ninguna parte
La Habana/Despertó en un portal y no podía recordar cómo había llegado hasta allí. A pocos metros, otro borracho roncaba sobre su propio orine. La escena fue contada frente a las cámaras de la televisión nacional por el actor Mario Limonta, una prueba de que el debate sobre el alcoholismo gana espacios en los medios, aunque todavía lejos de reflejar la gravedad del problema.
A diferencia del conocido intérprete, Esther no ha sido entrevistada en el horario estelar de la noche ni ha podido superar su adicción. En el bar Silvia, ubicado en la esquina de las calles Vapor y Príncipe, en Centro Habana, ella es "la estrella" femenina de una constelación de hombres que intentan ahogar las penas en alcohol. Los turistas que pasan le hacen fotos a la sugerente fachada del local, un cuchillo pintado de verde y amarillo, en cuyo interior el aire huele a ron barato y a sudor.
El alcoholismo figura entre las diez primeras causas de muerte en Cuba y los especialistas reconocen que en las últimas dos décadas el consumo de esas bebidas ha aumentado de manera considerable. La proporción de hombres que bebe es del 47% mientras que en el caso de las mujeres supera el 19%. Para las féminas atadas a una botella, el drama es doble, pues se deben enfrentar a un mayor rechazo social: por beber y por hacerlo siendo mujeres.
El alcoholismo figura entre las diez primeras causas de muerte en Cuba y los especialistas reconocen que en las últimas dos décadas el consumo de esas bebidas ha aumentado de manera considerable
Menuda y pequeña, Esther no pasa de los cincuenta años pero ya parece de la tercera edad. Hace unos años trabajó en un céntrico hotel de Habana Vieja. "Cada mañana salía engalanada", recuerda una vecina de su edificio cercano al llamado Parque de los Mártires. "Ahora no hay quien soporte estar ni a tres pasos de ella, todos la rechazan", agrega la señora.
La vida de esta habanera hundida en la adicción cambió al conocer a Ignacio. Con él "cada noche era una fiesta", al principio era todo "con mucho glamour" pero con los meses "ya nos daba igual cualquier barra mientras sirvieran alcohol", cuenta Esther con tristeza pero sin pudor. Desde entonces comparte con él abrazo y tragos, peleas y noches de dormir en cualquier escalera que encuentren.
Reconoce que perdió la vergüenza la primera vez que tuvo sexo en un parque oscuro con un desconocido, solo porque le ofreció una botella llena de "ron del bueno". Luego vinieron los escándalos en su casa cuando no le abrían la puerta de madrugada, las broncas en el bar porque no tenía dinero y "necesitaba seguir bebiendo". Ella remarca que sí, que "al principio es un deseo" pero que luego "se convierte en una necesidad".
La violencia está indisolublemente vinculada al consumo de esta sustancia. En Cuba entre un 20% y un 69% de los hospitalizados por lesiones padece algún trastorno por consumo de alcohol, lo que convierte al alcoholismo en la enfermedad crónica más prevalente en los pacientes con trauma, según el informe Proyecciones de la Salud Pública en Cuba para el 2015, redactado por el Ministerio de Salud Pública.
La experiencia de Alcohólicos Anónimos en Cuba se remonta a enero de 1993, tras la visita de siete integrantes de la organización desde San Francisco, Estados Unidos
Para encontrar una salida al callejón en que la encerró la enfermedad, la madre de Esther la llevó de la mano para que recibiera atención especializada en un hospital. Luego de recibir el tratamiento y pasados los días de ingreso, le recomendaron que visitara el grupo de Alcohólicos Anónimos (AA) más cercano a su comunidad. Antes de ir a la primera cita ya había tenido una recaída.
La experiencia de Alcohólicos Anónimos en Cuba se remonta a enero de 1993, tras la visita de siete integrantes de la organización desde San Francisco, Estados Unidos. Fundaron el grupo Sueño que comenzó con nueve miembros en algunas instalaciones de la iglesia William Carey en el Vedado. Un mes después llegaron a la Isla 50 miembros mexicanos de AA para apadrinar a los cubanos. Hoy, son más de 200 grupos a lo largo de todo el país.
No fue hasta después de su tercer ingreso hospitalario que Esther, "la estrella" del bar Silvia, llegó a la reunión del grupo Unidad de AA en la iglesia del Carmen, a pocos metros de su vivienda. El primer día la embargó la timidez y comprobó que de las seis personas que asistían, ella era la única mujer. Cuenta que "se me soltó la lengua" y "hablé hasta por los codos", aunque confiesa con dolor, resignada, que a ella le ha sido imposible "pasar de los tres meses sin beber".
La estudiante de psicología Erika Barrios Mancriff, de la Facultad de Ciencias Médicas Calixto García, realizó una tesis de licenciatura con el testimonio de 25 pacientes entre los 25 y 60 años de edad, en Centro Habana, justo donde vive Esther. Una zona que es el municipio de más alta incidencia de adicciones en el país, según han confirmado fuentes oficiales.
Barrios Mancriff considera, a partir de los resultados de su investigación, que "los enfermos se autovaloran negativamente mientras rechazan los patrones de comportamiento de la familia de la que provienen –muchas veces de padres también alcohólicos– y sin embargo repiten estos patrones de conducta".
Los padres de Esther, no obstante, son como esos vecinos que todos quieren tener: tranquilos, apenados por la actuación de su hija y dispuestos a ayudarla a desintoxicarse. Para sacar a "su niña" del hueco donde ha caído, necesitan que ella comience por reconocer que necesita ayuda. Para las mujeres resulta más difícil aceptar que son adictas.
Es mucha la desventaja que tienen las féminas que padecen esta enfermedad con respecto a los hombres. Esther menciona que "en el mundo de los borrachos las mujeres somos mal vistas" y agrega que "la mayoría de los hombres no pierden oportunidad para aprovecharse". Y agrega con picardía: "Por eso me he buscado un hombre igual de borracho como yo, porque aunque se esté cayendo siempre me defiende".
Ya lleva junto a él más de siete años, pero nunca ha logrado sumarlo a sus intentos de rehabilitación ni a las visitas al grupo de AA. Ella sospecha que a lo mejor es por eso que ella misma nunca ha logrado salir "del hueco". "Cada vez que me dan el alta en el hospital vuelvo a la casa y ahí me lo encuentro a él, en lo mismo de siempre", reflexiona.
Las investigaciones apuntan a que el alcohol hace más daño en las mujeres al tener menos líquido corporal que los hombres
Juan Emilio Sandoval Ferrer, presidente de la Sección de Adicciones de la Sociedad Cubana de Psiquiatría, considera que entre los mayores retos del sistema de salud pública está la prevención del alcoholismo, a través de la educación y promoción de estilos de vida saludables en la población.
"Se habla poco del tema y mucho menos del riesgo que resulta también para las mujeres", reconoce una licenciada en historia que lleva al menos una década de su vida luchando contra la tentación de "empinar el codo". Según confirma, "la mayoría de mis amigas lo que hacen es tomar pastillas, como diazepam, clordiazepóxido y amitriptilina, pero nadie se escandaliza con eso... Ahora, si yo me doy un trago, todo el mundo me llama borracha".
Las investigaciones apuntan a que el alcohol hace más daño en las mujeres al tener menos líquido corporal que los hombres. De manera que el nivel de saturación o condensación de sustancias en el organismo es superior y el nivel de toxicidad de la sustancia es más rápido e intenso. El rechazo social también las hace demorar más en pedir ayuda.
El pasado domingo, Esther no fue a la reunión de Alcohólicos Anónimos donde la esperaban sus compañeros de rehabilitación. A pocos metros de la iglesia en que se reúne el grupo, en la barra del sórdido bar El Silvia, toda la tarde se escuchó su risa incontrolada.