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Para echarle gasolina al Lada

Víctor Ariel González

14 de marzo 2015 - 14:20

La Habana/Desde Línea y G, tomar un taxi particular hasta el paradero de Playa cuesta diez pesos. O lo que es lo mismo, alrededor de cincuenta centavos de dólar. Cualquier extranjero diría que no es nada caro, sólo que el salario medio de un cubano son veinte dólares al mes y entre la comida y… la comida, todo el dinero se derrite antes de que termine la primera semana después del cobro.

Ni qué decir de lo rápido que se esfuma la pensión de los jubilados, aún más pegados al borde de la indigencia. Esos que deben sobrevivir vendiendo periódicos, caramelos y cuanta baratija le caiga en las manos. De forma admirable, algunos todavía mantienen el ánimo suficiente como para dar gracias a la salud que les queda y les permite, al menos, cambiarse de sitio cada vez que la policía los amenaza con quitarles lo poco que tienen.

Sin embargo ese no es el caso de Márquez –llamémosle así–, un ex oficial del ejército que afirma haberse retirado hace poco. Saludable y fuerte a sus setenta y tantos, luce como si no hubiese tenido que pasar tanto trabajo. Amable pese a ser taxista –una combinación rara por estos días–, el rasgo que más lo distingue es el automóvil Lada en perfecto estado con que recorre el camino desde Línea y G hasta el paradero de Playa. Al igual que sus colegas del gremio, pide diez pesos por viaje, una cantidad que sirve “nada más que para echarle gasolina al carro”, dice, en tono más bien de culpa.

Su explicación de por qué necesita el dinero ha venido después de una larga conversación durante el trayecto. Quizá sea la idiosincrasia más el calificador de cargo, pero pocas cosas hay tan fáciles como sentarse al lado de un chófer en La Habana para conocer sus historias de vida. No pocos de ellos se pegan a hablar sin más, y comienzan a soltar prendas: Márquez fue militar de carrera, cobraba mil cuatrocientos pesos y ahora, por su jubilación, percibe la mitad. Pero el hombre que en algún momento juró lealtad al líder, que quizá habría estado dispuesto a morir por él, es hoy un taxista ilegal que no le paga al Estado por una licencia para trabajar.

En esencia, el ejemplo es como el de otros tantos jubilados que tratan de ganarse la vida más allá de su edad laboral porque “la cosa no está fácil”. Claro, que muy pocos cuentan con un automóvil que les sirva para desandar las calles en busca de clientes. También son muy pocos los que cobran una chequera tan abultada, si bien es cierto que aún setecientos pesos no alcanzan para vivir un mes. ¿Qué dirán aquellos que cobran poco más de doscientos, es decir, la gran mayoría?

“La cosa no está fácil, mi’jo”, repite Márquez. Cobra el precio del pasaje de tal forma que no se vea, por debajo de la pizarra del carro, furtivamente. Tal vez no paga licencia porque piensa que ya sacrificó bastante –aunque no gratuitamente– para el Estado. Estuvo dispuesto a ofrecer su vida, seguro, pero ya no más. Ahora lo importante es echarle gasolina a su Lada, para que siga andando.

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