De La Habana a Moscú

Aeropuerto de Moscú. (14ymedio)
Aeropuerto de Moscú. (14ymedio)
Víctor Ariel González

11 de agosto 2014 - 21:44

La Habana/Jamás me había montado en un avión. Y lo primero que descubrí cuando entré en aquel Airbus que me llevó a Moscú fue que la propaganda y el cine pueden cambiarte mucho la perspectiva. Es mentira que haya espacio al menos para estirar las piernas, no: se viaja como una vulgar sardina en lata. Las molestias de un viaje tan largo fueron apareciendo con las horas, cuando se me entumeció la mitad del cuerpo. De todas formas yo estaba feliz y ansioso.

Mientras despegábamos me había sentido como un niño otra vez, un estado que se volvería perenne durante mi viaje de sólo unos días a Europa. Por no saber, no supe ni cerrar bien la puerta del baño del avión la primera vez que lo usé. Menos mal que nadie se antojó de ir al mismo tiempo que yo.

Pude dormir unas tres horas, a pestañazos. De pronto amaneció y caí en la cuenta de que en verdad había abandonado Cuba, al ver el sol tan temprano. Serían las 2:30 am en La Habana. Miré la pantalla que tenía en la silla de enfrente: poco más de cinco horas desde que salimos y aún faltaban siete para arribar. Seguiría despierto hasta el aterrizaje, mirando películas en inglés y tratando de ganarle una partida de ajedrez a mi móvil.

En algún momento Moscú apareció a lo lejos, cuando el piloto empezaba a hacer las maniobras de entrada. Como mi asiento daba al pasillo, yo sólo podía ver algo si el avión se inclinaba para corregir el rumbo. La capital rusa está rodeada por lagunas, se distinguían bien los suburbios. Los bloques de apartamentos, compactos, cuadrados, monocromáticos, quedaban en la distancia.

Fuimos bajando lento. Luego, ¡ya, al fin nos tiramos! Golpeamos la pista del Sheremétievo y la gente estalló en aplausos. Yo también quería aplaudir, pero sólo por haber llegado al extranjero después de veintiséis años sin conocer otra cosa que Cuba. Abedules como los que aparecen en las ilustraciones de los cuentos rusos rodeaban el aeropuerto, pero yo todavía no podía creerme que estuviese allí.

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