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En defensa de la intolerancia

No es cuestión de tolerancia o intolerancia sino de defender verdades, razonamientos sensatos y honestidad. (Pixabay)
José Azel

23 de febrero 2018 - 11:30

Miami/La intolerancia tiene una desproporcionada mala reputación. Se define comúnmente como falta de voluntad para aceptar criterios, creencias o conductas diferentes de los propios, y a menudo se equipara con fanatismo y estrechez mental. En algunos casos, como la intolerancia religiosa, se justifica su mala reputación y debe combatirse. El filósofo francés Voltaire nos ofrece un ejemplo con su vigorosa defensa de la tolerancia religiosa en el histórico caso de Jean Calas.

Jean Calas era un comerciante hugonote (calvinista francés) de Toulouse, Francia, en el siglo XVIII, cuando este era un país mayoritariamente católico. El catolicismo era la religión estatal y no existía el derecho a practicar una fe diferente. En octubre 1761 uno de los hijos de Calas, Marc-Antoine, apareció muerto en la tienda familiar y se rumoreó que Jean había matado a su hijo porque pretendía convertirse al catolicismo.

En medio de la persecución de los hugonotes, Calas fue acusado y arrestado por asesinar a su hijo para evitar su conversión al catolicismo.

A pesar de abrumadora evidencia de que la muerte de su hijo era un suicidio, Calas atribuyó inicialmente el crimen a un intruso desconocido para evitar el estigma de lo que entonces se consideraba un crimen contra uno mismo e iba acompañado de la profanación del cadáver del fallecido. Calas fue torturado brutalmente en un intento de hacerle admitir su culpabilidad. Fue destrozado en la noria, estrangulado y reducido a cenizas, pero declaró su inocencia hasta el final.

Voltaire se interesó por el caso, y mediante una vigorosa campaña de prensa el filósofo convenció a la opinión pública de que los prejuicios antiprotestantes influenciaron el caso y que Marc-Antoine, en efecto, se había suicidado. Finalmente Jean Calas fue exonerado póstumamente y Voltaire, en su Tratado sobre la tolerancia (1763) utilizó el caso para criticar a la Iglesia Católica por su intolerancia.

Algunas ideas son mejores que otras y existe la intolerancia virtuosa. Nuestro discurso social a menudo proclama la intolerancia como inaceptable y defiende su erradicación. Eso es insensato

¿Pero qué ocurre con otras formas de intolerancia como la política? Vivimos en una sociedad democrática pluralista que demanda tolerancia para las opiniones políticas. Las ideologías políticas hoy, en centros universitarios y dondequiera, han mostrado gran intolerancia política demonizando a aquellos con opiniones diferentes como malvados o estúpidos. El problema es no solamente la indecencia, sino que promueven el "monocultivo intelectual". Tal indolente intolerancia es autocontradictoria.

Hay una versión relativista de la tolerancia políticamente correcta que está gravemente errada. Ese criterio sostiene que una persona tolerante debe ser imparcial y tomar posiciones neutrales frente a las convicciones de otros. Ese concepto relativista sostiene que no hay ideas mejores o más ciertas que otras y por tanto no se debe permitir juzgarlas. Tal tolerancia es también irracional.

Algunas ideas son mejores que otras y existe la intolerancia virtuosa. Nuestro discurso social a menudo proclama la intolerancia como inaceptable y defiende su erradicación. Eso es insensato: la intolerancia puede ser una fuerza positiva. Yo soy intolerante con la idea de que nuestras libertades civiles deban restringirse en base al género, raza o religión. Soy intolerante con ideas colectivistas que restringen nuestras libertades. Soy intolerante con religiones fundamentalistas incompatibles con gobiernos democráticos. Soy intolerante con pedófilos. Y soy intolerante con cobardes intelectuales que lanzan insultos en vez de entablar debates inteligentes. Supongo no ser una persona muy tolerante.

No es cuestión de tolerancia o intolerancia sino de defender verdades, razonamientos sensatos y honestidad. Ni uno debe ser un fin en sí mismo ni lo otro demonizarse siempre, puesto que es necesaria la intolerancia para combatir falsedades y opresión.

A pueblos oprimidos no se les debe pedir ser más tolerantes con sus Gobiernos, sino estimularlos a ser visiblemente intolerantes. En ocasiones, como Voltaire, debemos combatir la intolerancia. En otras, como Rosa Parks, debemos ser intolerantes, desobedecer la autoridad, y sentarnos en la parte delantera del ómnibus.

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Nota de la Redacción: José Azel es investigador senior en el Instituto de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos de la Universidad de Miami y autor del libro Reflexiones sobre la libertad.

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