Sí al diálogo en Cuba, no a los "dialogueros" al servicio del despotismo castrista
Miami/Dice en la Biblia que no hay nada nuevo bajo el sol y el diálogo sobre el diálogo no es una excepción.
El emplazamiento del Movimiento San Isidro al régimen a dialogar ha generado un abanico de opiniones dentro y fuera de la Isla que incluye desde un análisis de la experiencia histórica del diálogo como instrumento de liberación a las más fuertes acusaciones de traición.
Gran parte de la crítica más severa se debe al convencimiento de la inutilidad de conversar con un régimen asesino y criminal y la experiencia de hace décadas orquestada por Fidel Castro, cuando seleccionó a cubanos de "la comunidad en el exterior", cuya misión real no fue una apertura para la democracia en la Isla, sino denunciar la política de Washington e intentar darle un rostro más humano a la dictadura. De aquel fraude perpetrado por Fidel Castro surgió la animadversión a la palabra "diálogo" y el epíteto de "dialogueros" para los apóstatas al servicio del despotismo castrista.
El diálogo que exigen los jóvenes cubanos de hoy que quieren la libertad e insisten en permanecer en Cuba nada tiene que ver con aquel "diálogo" bochornoso y sus dialogantes.
Como en el caso del Diálogo Cívico promovido por el coronel mambí Cosme de la Torriente, lo que buscan es evitar una solución sangrienta a la crisis que sufre el país
Como en el caso del Diálogo Cívico promovido por el coronel mambí Cosme de la Torriente, lo que buscan es evitar una solución sangrienta a la crisis que sufre el país. En 1955, el diálogo cívico recibió mucho apoyo, pero Fulgencio Batista estaba encaprichado en retener la presidencia hasta 1959, y Fidel Castro entendió que una salida producto de la negociación eliminaría su oportunidad de adueñarse del poder. El resultado de aquel diálogo fallido es un país destruido y un vendaval que ha afectado a millones de cubanos.
Hoy, los críticos más acérrimos del diálogo propuesto insisten en que nunca el diálogo con un tirano ha conseguido lograr una transición a la democracia y un estado de derecho. Veamos.
La historia está repleta de tiranías derrocadas: comenzando con Julio César, que recibió 23 puñaladas propinadas por Marco Junio Bruto y otros miembros de su entorno oficial. Benito Mussolini, que por muchos años había sido dirigente del Partido Socialista Italiano y al final de la Segunda Guerra Mundial, ante el desembarco de las tropas aliadas, tuvo que huir al rebelarse parte de su ejército, acabó ajusticiado cuando trataba de llegar a Suiza junto a su amante.
El asesinato del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo en una oscura carretera camino a San Cristóbal puso fin a muchos años de corrupción y crímenes, y forma parte de la literatura universal debido al libro de Mario Vargas Llosa La fiesta del Chivo.
Otro tiranicidio fue la ejecución en Rumanía de Nicolae Ceaucescu y de su esposa, Elena. Su drama final ocurrió en una plaza donde la multitud airada comenzó a insultarlos, continuó con la traición de su ministro de Defensa y su fallida huida y terminó con un juicio sin garantías procesales, seguido por su inmediata ejecución.
En un número de casos importantes, la resistencia pacífica y el diálogo con los sátrapas, la movilización ciudadana y la presión internacional, hicieron posible la transición a la democracia
Lo apuntado es solo parte de la historia. En un número de casos importantes, la resistencia pacífica y el diálogo con los sátrapas, la movilización ciudadana y la presión internacional, hicieron posible la transición a la democracia en países como Polonia, África del Sur, Checoslovaquia, Alemania Oriental, Chile y algunos más.
En Polonia, el dictador comunista Jaruzelski se vio forzado a dialogar con Lech Walesa, el electricista y líder del movimiento sindical Solidaridad, cuando las huelgas y las protestas del astillero de Gdansk se extendían por el país. A Walesa, que había estado preso bajo la ley marcial, lo acusaron entonces de traición por sentarse a negociar con el general Jaruzelski, que le ofrecía poder competir por la tercera parte del Parlamento. Al celebrarse las elecciones y dada la atención internacional, los militares polacos que dirigían el país renunciaron y Walesa fue electo presidente.
En África del Sur, Nelson Mandela cumplía una larga condena por terrorismo, pero su renuncia a la lucha armada y las sanciones internacionales obligaron al líder del régimen racista del apartheid, Frederik de Klerk, a dialogar. Acordaron la liberación de los presos políticos y que los esbirros del régimen que confesaran públicamente sus crímenes no fueran juzgados.
Los checos no son polacos, ni los polacos sudafricanos, ni los cubanos somos rumanos, o chilenos o alemanes. Pero lo que sí tenemos en común es que nosotros también queremos derechos humanos y democracia
En Alemania Oriental, las transmisiones de Radio Europa Libre y muchas Iglesias cristianas mantuvieron vivas las ansias de libertad en Alemania comunista, donde millones estaban al tanto de la democracia y la prosperidad del otro lado del Muro de Berlín. Cuando los guardias de la Stasi se negaron a disparar contra la multitud que empezó a cruzar el Muro, el comunismo alemán colapsó, aunque el líder del país, Erich Honecker, había escogido a dedo a un sucesor comunista más joven.
Quizá más relevante es la transición a la democracia en Checoslovaquia, liderada por un entonces barrendero, el dramaturgo Václav Havel y el grupo de artistas y músicos, algunos de hard rock, de la Taberna Verde. La música rock solo se podía oír por las transmisiones extranjeras o en la clandestinidad. Un día, los jóvenes actores y músicos, y la multitud que se había congregado, cargaron en los hombros a Havel y, gritando "¡Havel al Castillo!", se dirigieron al palacio presidencial donde años antes Hitler había celebrado la conquista del país. Cuando los guardias, en vez de disparar, se echaron a un lado, cayó el régimen, y el autor de El poder de los sin poder fue electo presidente para llevar a cabo la transición a la democracia e implantar el pleno respeto a los derechos humanos.
Los checos no son polacos, ni los polacos sudafricanos, ni los cubanos somos rumanos, o chilenos o alemanes. Pero lo que sí tenemos en común es que nosotros también queremos derechos humanos y democracia. Resumiendo, apoyo el diálogo, aunque me oponga a los "dialogueros".
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