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Ese extraño animal llamado populismo

Donald Trump y Nigel Farage, ex líder del UKIP británico. (Twitter)
Mauricio Rojas

20 de enero 2017 - 10:26

Santiago de Chile/Vivimos en la era de la globalización del populismo. Este extraño animal, que parecía ser un ente privativo de la exótica fauna política latinoamericana, ha echado raíces tanto en Estados Unidos como en Europa, donde solo había existido como excepción. Por ello puede ser útil darle una mirada a sus características más significativas.

El discurso populista, cualesquiera que sean sus orígenes y matices, tiende a articularse en torno a cinco ejes que, en su conjunto, forman lo que podríamos llamar su versión arquetípica o plenamente desarrollada.

El primero de ellos, y el más esencial, es la contraposición entre pueblo y élite. Se trata de una contraposición maniquea entre el bien y el mal. El pueblo ("la gente", "los ciudadanos") es puro, pero vive bajo la dominación y el engaño de "los de arriba", la élite transversal corrupta y vendepatria, ajena a los genuinos intereses de las grandes mayorías.

Un segundo elemento es el enemigo foráneo, en connivencia con el cual actúa la élite local. En el discurso populista latinoamericano clásico este rol le ha sido asignado al imperialismo

A este eje discursivo básico se le suma un segundo elemento: el enemigo foráneo, en connivencia con el cual actúa la élite local. En el discurso populista latinoamericano clásico –ya sea neofascista como el peronismo o de izquierda como el chavismo– este rol le ha sido asignado al imperialismo. Actualmente es la "globalización neoliberal" la que habitualmente asume, tanto a izquierdas como derechas, ese rol maligno. Pero también entidades como la Unión Europea, el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional, los tratados de libre comercio o los inmigrantes pueden asumir ese papel.

El tercer elemento del universo discursivo populista es la metáfora apocalíptica, es decir, la alusión a una amenaza letal e inminente contra el pueblo o la nación, encarnada ya sea por la globalización, las migraciones, el libre comercio, las élites corruptas o, en general, un orden liberal que no resguarda la soberanía ni los intereses del pueblo. El abismo está siempre a la vuelta de la esquina en el discurso populista.

Esto lleva, necesariamente, al cuarto elemento del imaginario populista: el componente mesiánico, es decir, la necesidad de un salvador y una acción decisiva que impulse un cambio radical, una ruptura dramática con el estado de cosas imperante a fin de salvar al pueblo del accionar depredador de sus enemigos internos y externos. Por ello es que el populismo se mueve siempre en un "ahora o nunca" y con disyuntivas absolutas: renacimiento ("Make America Great Again") o perdición definitiva, paraíso o infierno, socialismo o barbarie, etc.

Finalmente, tenemos la articulación del mensaje populista como un discurso generalizado de protesta, donde los anti son mucho más importantes que los pro, tratando de canalizar todos los descontentos y ofreciendo soluciones simples para problemas complejos. Esta característica es la base tanto de la fuerza (como movimiento transversal de oposición al orden existente) como de la debilidad (como alternativa coherente de gobierno) del populismo.

Esta forma arquetípica del discurso populista tiende a promover tres características sobresalientes en los movimientos que lo representan. En primer lugar, su preferencia por formas democráticas rupturistas, confrontativas y plebiscitarias mediante las que "el pueblo" podría expresar directamente su voluntad, saltándose las mediaciones propias del sistema liberal-democrático y las trabas que impone la división del poder. La asamblea constituyente es por ello su panacea. De esa forma, los líderes populistas buscan obtener un mandato fuerte y refundacional, que les permita enfrentar, de forma expedita y decidida, a las fuerzas que estarían oprimiendo al pueblo.

Los 'anti' son mucho más importantes que los 'pro', tratando de canalizar todos los descontentos y ofreciendo soluciones simples para problemas complejos

Este aspecto explica la segunda característica de los movimientos populistas, a saber, su orientación hacia el personalismo autoritario, es decir, hacia el protagonismo sin cortapisas de un "hombre (o mujer) fuerte", capaz de encarnar el "verdadero sentir" del pueblo o, simplemente, "ser el pueblo". Esa supuesta simbiosis es la justificación del poder personal del líder que, siendo la voz del pueblo, no debe conocer límites.

Estas características nos permiten entender el tercer rasgo típico de los movimientos populistas: su inestabilidad. A diferencia tanto de los partidos corporativos o "de clase", como de aquellos inspirados por una ideología relativamente coherente, los movimientos populistas tienden a enfrentar severas crisis bajo dos circunstancias. Por una parte, cuando su líder fundacional o aquel que logró darle prominencia al movimiento desaparece o es desafiado por lideratos alternativos. Por otra, cuando se asumen responsabilidades gubernativas, teniendo que poner a prueba sus recetas políticas y cumplir sus promesas.

Estas son las características esenciales de este virus potente y peligroso que se llama populismo. Bajo su manto se agrupa hoy una fauna muy diversa, que va desde el chavismo latinoamericano o español (Podemos) al Frente Nacional francés o el Partido por la Independencia del Reino Unido. Sus rostros cambian, pero su espíritu autoritario y antiliberal es el mismo. Con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, su poder y su amenaza asumen una dimensión planetaria.

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Ex miembro del Parlamento de Suecia, catedrático de la Universidad de Lund y Senior Fellow de la Fundación para el Progreso (Chile)

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