Guerra de pandillas en La Habana
La Habana/Hace solo unos días, llegábamos mi esposa y yo en un almendrón al parquecito de La Ceiba que está justo antes del semáforo de Vía Blanca y Lacret, en La Habana. Ahí solemos bajarnos cuando regresamos a casa desde el Vedado en la línea de taxis colectivos que se dirigen a la Víbora.
Poco grata fue la sorpresa esta vez al encontrarnos casi en el medio de una guerra campal sobre la 1:00 de la madrugada. En la calle Bella Vista con la Vía Blanca de por medio, dos pandillas de niños en su mayoría (porque muchos no llegaban a ser ni adolescentes) se enfrentaban a piedras, palos, botellazos y algunos portaban machetes que medían lo mismo que su cuerpo.
Algunas parejas de enamorados que se encontraban en el parque, corrieron para evitar ser alcanzadas por la lluvia de objetos de todo tipo y en todas direcciones que estos pioneritos lanzaban unos contra otros con una frialdad espeluznante. En medio del bullicio, se escucha una voz del lado de Santos Suárez: "Lo partí, ¡cojones!". Un muchacho de los que "disparaba" desde el lado del Cerro al parecer intentó tomar por asalto al otro bando y cayó en medio de la vía con una pedrada en la cabeza justo delante de un camión enorme que accionó los frenos para no triturarlo y casi se vira de lado con un contenedor en su remolque. Varios carros ligeros también tuvieron que frenar bruscamente y accionaron sus bocinas, pero los contendientes parecían no escuchar absolutamente nada.
Continúa la disputa y ya hay una fila de autos esperando, pues temen pasar en medio de la artillería y cuando menos perder el parabrisas. Dos "rescatistas" desde el lado del Cerro se aventuran a recuperar al caído que intenta levantarse pero no puede. Sus compañeros los cubren arreciando el fuego desde una loma de escombros ubicada al lado del círculo infantil que les sirve de escudo y parque al mismo tiempo.
Mejor no arriesgarse a que un policía indiscreto pueda revelar el nombre del informante o desde la oscuridad alguno del clan los vea dando información y tome represalias
La operación tiene éxito, pero la contraofensiva no se hace esperar. Desde el lado de Santos Suárez, aprovechan que los del Cerro tienen un herido y logran cruzar la Vía Blanca para emprender una persecución que se extiende hasta la intercepción de Bella Vista con la avenida de San Salvador. Los del Cerro logran escapar hacia lo profundo del Canal y los invasores no se atreven a seguir avanzando pues ya están muy adentro de territorio hostil. El más alto de todos, un flaco descalzo, en short, sin camisa y con una cresta al estilo El Yonki como pelado, grita: "¡¡En la próxima, los matamos, monassss!! ¡Vámonos!". La tropa retrocede con la disciplina de un ejército profesional no sin antes dispersarse por varias rutas para no llamar la atención de los vecinos que se han levantado para ver qué está pasando y casi seguro alguno habrá llamado al 106.
En efecto, diez minutos después, aparecen dos patrullas accionando sirenas, chillando gomas y buscando sin resultado a "los de la bronca". Preguntan a los vecinos que están haciendo control de daños con mucha cautela, pero nadie responde. Mejor no arriesgarse a que un policía indiscreto pueda revelar el nombre del informante o desde la oscuridad alguno del clan los vea dando información y tome represalias.
Al otro día en la mañana, solo se escuchan los comentarios en la cola del pan sobre "la que se formó anoche". En la calle y las fachadas de las cuadras que fueron campo de batalla, se pueden ver las marcas de los impactos de piedras, vidrios de botellas y también del cristal delantero del Lada de Luisito, que parqueó esa noche frente a la panadería (lugar equivocado y momento equivocado).
Esto es la descripción fiel de lo que pasó esa noche y viene sucediendo cada vez con más frecuencia no solo en el Cerro sino en muchos repartos de La Habana, donde muchas veces hay que lamentar alguna víctima fatal.
¿Qué pasaría si por alguna razón llegaran a armarse de verdad estos grupos? ¿Cuánto poder llegarían a alcanzar?
Llama la atención que estas pandillas estén compuestas por niños y niñas que muchas veces no pasan de los 14 años. Estos agresivos muchachos tienen unos lazos muy fuertes de identidad y compromiso con su grupo, que al mismo tiempo gira alrededor de dos o tres líderes de mayor edad y experiencia en las artes de las peleas callejeras. En nuestros predios, ya tenemos pandillas que todo el mundo conoce, como la que se hace llamar Los desaforaos y una cada vez más popular compuesta por muchachas que se identifican como Las Apululu.
¿Qué pasaría si por alguna razón llegaran a armarse de verdad estos grupos? ¿Cuánto poder llegarían a alcanzar? ¿Tendríamos los cuentapropistas que pagarles por su protección como sucede en otros países de Centroamérica?
Todo esto y más puede pasar perfectamente si se sigue agudizando la ya terrible situación económica, continúa deteriorándose la calidad de la educación y permanecen sin incentivos ni rumbo los adolescentes y jóvenes, pero sobre todo si sigue siendo la prioridad del Estado invertir los escasos recursos humanos y materiales en reprimir a los que queremos enfrentar los verdaderos problemas y tomar las medidas necesarias para resolverlos.