La inversión de la lógica política
Miami/La inversión de la lógica política es un mal arraigado entre los actores y los analistas de la realidad cubana. Es una variante perversa de las teorías conspirativas. Son los que ahora (unos bien y otros malintencionadamente) aseguran que Clandestinos es una creación de la Seguridad del Estado castrista. Nada nuevo.
Los antecedentes
Lo mismo dijeron cuando surgió el movimiento de derechos humanos, cuya vocación pacifista y la estrategia de enfrentamiento a cara descubierta algunos vieron como un atentado a la opción armada, y a la lucha clandestina. Lo perverso es que en esos momentos no había nadie alzado en ninguna parte, y el clandestinaje anticastrista había sido extinguido bajo brutal represión. Dijeron mucho más. También de Oswaldo Payá y del Proyecto Varela, este último supuestamente escrito por la propia Dirección General de Inteligencia (DGI). Los más enterados aseguraban que la recogida de firmas que llevó a cabo el Movimiento Cristiano Liberación era una estrategia ideada por Fidel Castro para crear una oposición amaestrada, y sentar en la Asamblea Nacional a unos cuantos monigotes que legitimaran el régimen. No importó que la dictadura marchara en dirección contraria, atacando a Payá, impidiéndole postularse, y arrestando a la mayoría de los gestores del Proyecto Varela, al que el castrismo identificó como un peligroso caballo de Troya. A pesar de estas y otras evidencias pocos dieron su brazo a torcer. Tuvo que morir Payá, turbiamente asesinado, para que algunos (no todos) cambiaran su discurso. Sin embargo, a pesar de los precedentes, su hija, una incómoda espina en la garganta de la dictadura, ha sido víctima de parecidas sutilezas.
En general, la hipótesis de la falsa oposición no tiene fundamento porque la realidad constante y sonante muestra que el régimen dedica todos sus esfuerzos a desconocer, desprestigiar, acallar y eliminar cualquier viso de oposición, sea pacífica, o no; sea a cara descubierta, o clandestina. Ese sistema (está clarísimo), no desea ni tolera ningún tipo de contraparte. Abundan las pruebas. Ciego el que no las ve. Cuando la oposición ha ganado espacios ha sido en contra de la voluntad oficial. Su deber es seguir empujando. Hasta que cambie la correlación de fuerzas.
Esto no niega que la contrainteligencia infiltra la oposición e incluso, en casos extremos, fabrica algún que otro pequeño grupo, pero siempre con el objetivo de socavar a los demás. De destruir y no de fomentar la disidencia. Nunca fabricarían algo que se les pueda ir de las manos.
Esto no niega que la contrainteligencia infiltra la oposición e incluso, en casos extremos, fabrica algún que otro pequeño grupo, pero siempre con el objetivo de socavar a los demás
La otra conjetura, la de los pretextos, es también discutible: en la mayoría de los casos ese tipo de regímenes despóticos no necesita grandes justificaciones para reprimir o intimidar, porque lo hacen permanentemente. Sólo aflojan o aprietan la mano según sus necesidades. La tesis de los pretextos depende del contexto. Sería asumir que somos responsables de la reacción de nuestro enemigo. La víctima no es responsable de la respuesta o la actitud del victimario. Eso es equiparable a quienes justifican a los violadores argumentando que la mujer los provocó con su saya demasiado corta. El otro problema de este razonamiento es que inmoviliza a la oposición, pues teóricamente cualquier cosa sirve de coartada para desatar la ira de un poder absoluto. La arbitrariedad castrista, de hecho, considera ilícita toda actividad en su contra, no importa su naturaleza.
Pero hay más ejemplos, o antecedentes de inversión de la lógica política. Prácticamente todos los opositores que se han destacado han sido blanco de esos dardos: Yoani Sánchez, lúcida y valiente desde el primer día, fue acusada de ser una fabricación, lo mismo del G-2 que de la CIA. No importó que Yoani fuera agredida moral y físicamente por el Gobierno cubano, la suspicacia no tiene límites. La lista es infinita.
La inversión de la lógica política no se proyecta sólo contra las figuras destacadas. También se da en los acontecimientos generales. Cuando la campaña del niño Elián, hubo en el exilio importantes voces asegurando que Fidel Castro no lo quería realmente de vuelta, que le era más útil del lado de acá. Con este razonamiento propusieron devolverlo incondicionalmente: "Tú verás que Castro busca una excusa para rechazarlo", aseguraban convencidos y convincentes. Ignorando de plano la tremenda victoria que significaba para el castrismo el regreso del menor. Como luego lo fue la devolución de los cinco espías. También hubo quien dedujo que le eran más útiles encarcelados acá. Que luego los hechos les desmintieran no hizo que escarmentaran. No hay mente más cerrada que la de un conspiracionista.
Lo mismo pasó durante años con el embargo. Un argumento común era que al castrismo le servía para justificar su fracaso económico. Por lo tanto, proponían eliminar ese "pretexto", levantando incondicionalmente las sanciones. Pero como todas las verdades a medias, a esta le faltaba perspectiva. Una vez pregunté al canciller Roberto Robaina cuál era la prioridad de la política exterior cubana y me respondió sin titubear que la eliminación del "bloqueo económico", como ellos le llaman. Claro que Robaina podía estar mintiendo, pero sus palabras iban respaldas por los hechos: Cuba realizaba entonces un costoso esfuerzo diplomático, propagandístico y de inteligencia para levantar las sanciones. Quienes proponían la eliminación del embargo como una sabia medida "anticastrista" pasaban por alto la realidad y las ventajas concretas que para La Habana significaba y significa el acceso a créditos y al mayor mercado del mundo, entre otras ventajas, incluyendo inversiones o turismo. También ignoraban los antecedentes: en 1977, cuando la Administración de Carter se acercó a La Habana, allá le abrieron inmediatamente los brazos.
El razonamiento sobre la utilidad para Cuba del distanciamiento comercial, financiero y diplomático fue desmentido por la celeridad con la que acudieron al llamado de Obama
El razonamiento sobre la utilidad para Cuba del distanciamiento comercial, financiero y diplomático fue desmentido por la celeridad con la que acudieron al llamado de Obama. Hugo Chávez cometió una vez la indiscreción de contar en público que Fidel Castro le había recomendado no romper relaciones con Washington y mucho menos los lazos comerciales. Porque negociar con los yanquis no te impide ser ferozmente antiyanqui. En cierta medida es mejor. Más divertido hacerle la guerra al enemigo con su propio dinero y con acceso a sus instituciones. Puro leninismo. La reciprocidad norteamericana se hace inefectiva ante estos sistemas cerrados. Un cubano reclutando agentes en cualquier punto de la geografía norteamericana llama menos la atención que un americano en Jatibonico. Los teóricos del acercamiento nunca han querido comprender que para Estados Unidos se trata de un problema de seguridad nacional.
La buena voluntad del presidente Carter no frenó el agresivo intervencionismo de Cuba en Angola, Nicaragua o El Salvador. Más bien lo estimuló. Esta ingenua aproximación tampoco impidió que, durante el éxodo del Mariel, Castro le devolviera el favor llenando sus costas de presos comunes y enfermos mentales. Una agresión directa que debió ser interpretada como un acto de guerra.
Un virus global
Las teorías conspirativas son adictivas, contagiosas y heredables. Se transmiten de una generación a otra. Quienes aseguraron que las Torres Gemelas fueron un pretexto para invadir Irak, parecen hijos putativos de quienes afirmaron que Pearl Harbor, fue un subterfugio para entrar en la Segunda Guerra Mundial, o nietos de quienes todavía aseguran que el Maine, anclado en la bahía de La Habana, lo explotaron los propios estadounidenses para justificar su declaración de guerra a España. En todos los casos se trata del mismo razonamiento perverso y distorsionado.
Como ven, este no es un mal exclusivo de las calenturientas mentes cubanas. Un número considerable de venezolanos tildó al piloto Oscar Pérez de ser un instrumento de Nicolás Maduro. Cuando el 27 de junio de 2017 sobrevoló con su helicóptero el Tribunal de Justicia, lanzando varias granadas y enarbolando un letrero con la palabra "Libertad", saltaron los suspicaces. Pero lo cierto es que nada de lo que hizo el piloto Pérez, ni antes, ni después, favoreció al régimen de Maduro. El valiente militar fue asesinado en medio de la incomprensión y el abandono generalizado. Conozco a una reportera caraqueña, probadamente antimadurista, que, aún después de muerto, seguía aferrada a sus sospechas.
Igual pasó con el atentado de los drones. A los cinco minutos ya había analistas invirtiendo la lógica. Y se trata de una inversión de la lógica política porque ningún poder busca mostrarse vulnerable. Mucho menos los poderes autoritarios. Nunca darían muestras de debilidad ex profeso. Eso no tiene sentido. Jamás, en nombre de un ardid estratégico, abrirían fisuras en el casco de su nave. Sería una actitud suicida. ¿Además, qué provecho tenía para Maduro el ridículo espectáculo de su tropa rompiendo filas y huyendo acobardada? Los desfiles militares son para demostrar fuerza, no flojera.
El mismo razonamiento sirve para el caso de Oscar Pérez. ¿Qué ganaba Maduro dando la impresión de que un sector de la policía o el ejército estaba dividido o levantado en armas? Justo cuando su poder depende de la unidad y el respaldo de esos militares. Supongamos que era una fabricación para justificar la eliminación de otros soldados insubordinados. ¿Qué sentido tiene fabricar un falso motín para justificar el aplastamiento de otro real? ¿No sería más práctico aplastar directamente el verdadero? ¿Para qué complicar las cosas de esa manera? Semejante tesis no resiste un análisis serio.
Y si estas teorías subvierten el sentido común de un modo tan obvio, por qué son tan comunes, reiterativas y populares. ¿Por qué tanta gente experimentada, inteligente y culta sucumbe ante este tipo de razonamiento irracional? Puede que la explicación sea más psicológica que política.
El espejismo sociológico
La vida no es una película, ni una obra teatral. Es decir, en la existencia real no todas las tramas se resuelven. Muchos episodios quedan inconclusos, a medio camino, o mueren apenas empezar. Pero el cerebro se resiste a este desorden. Nuestra mente se empeña en acomodar los hechos, en explicarlos, en buscarle una lógica, un hilo conductor, sentido y sobre todo objetivo. El problema es que la famosa deducción de que todo tiene un porqué puede ser engañosa. Un espejismo. Un rechazo del subconsciente a reconocer que la vida, como el universo, suele ser caótica.
No hay nada que inquiete más al público que los acontecimientos inesperados, los sucesos que alteran el orden y provocan el caos. Por eso en política todas las novedades son sospechosas. De ese temor ancestral se nutren las dictaduras. Clandestinos sorprendió al Gobierno, pero también a la oposición. No hay una sola letra, ni un solo ensayo académico, ningún artículo periodístico, ningún analista, o cubanólogo que predijera estos eventos en torno a los bustos de Martí, ni a sus potenciales o supuestos protagonistas. Los especialistas se ven, pues, obligados a reacomodar sus conclusiones, adaptándolas a sus juicios previos (prejuicios). Esta es la semilla de todas las teorías conspirativas.
Algo semejante ocurrió con el surgimiento en Cuba del movimiento de los derechos humanos, o con el Proyecto Varela. Algunos analistas, se niegan a reconocer lo obvio, a ser uno más del rebaño. Se sienten especiales, ven lo que el vulgo no percibe. Las teorías conspirativas tienen ese atractivo, esa belleza, esa retribución psicológica de hacer sentirse al que la esgrime como parte de una élite que no se deja arrastrar por el pensamiento mayoritario.
Hay otros aspectos sociológicos: nadie se apunta a un fracaso. Como en el caso del atentado con drones a Maduro. Ya se sabe: la victoria tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana.
El yo herido
En un plano más íntimo, más psicológico, la cercanía del protagonista lo
demerita, siempre cuesta aceptar que nuestro vecino, aquel al que le quitábamos la merienda en la escuela, es un héroe, la figura del momento, el que fue capaz de hacer aquello a lo que nosotros no nos atrevimos. Hay un instinto básico que mueve a disminuirlo, ya sea con un chiste, o con la bajeza de una descalificación, o simplemente difamándolo. Si el protagonista es mujer hay que agregarle el ingrediente machista, o el racial, o los prejuicios homofóbicos. Y por supuesto nunca descartemos otros sentimientos elementales: como la envidia, la maldad, la mezquindad humana y todo el arcoíris de odios, complejos y fobias.
En los Estados policiales este tipo de conducta prolifera. Son estados de sospecha colectiva. A las dictaduras les conviene y estimulan esta clase de conducta, sobre todo entre sus opositores. Es tan fácil sembrar veneno. Para quien quiera mantener su mente clara se trata de una situación difícil, porque por un lado resulta imposible vivir sin confiar en nada ni en nadie, y por el otro tampoco se puede andar despreocupados, pues en semejante mundo los fantasmas sí existen, y el que menos te imaginas resulta ser un informante, un delator, vigilante, chivato o espía.
Debate legítimo
No quiere decir que el tema de Clandestinos no deba ser debatido. Todo lo contrario: nos coloca ante un reacomodo de las estrategias. Si el movimiento de derechos humanos sacó a la oposición del clandestinaje, haciendo posible un nuevo método de lucha, ¿vale la pena volver a meterla en la oscuridad del anonimato? ¿Deben convivir ambas estrategias? ¿Cuál es el rumbo? ¿Una línea recta o las bifurcaciones? ¿La unidad o un ejercicio permanente de error y rectificación? No creo que sea fácil defender una respuesta categórica.
Un desliz moral
Cuando se acusa sin pruebas a un perseguido o a un prisionero de ser una invención del opresor, se comete un desliz moral: se le desampara. Aislado, en una celda, bajo presión, los interrogadores suelen echárselo en cara: "Te han dejado solo, tus amigos te han dado la espalda, ahora nada más nos tienes a nosotros. Tú decides". Esa es la madre de todos los mea culpa, de todas las autoinculpaciones.
Al invertir la lógica política se comete también un desliz estratégico: nada más útil en una batalla que un contrincante equivocado. Que un antagonista que no sabe o no puede discernir dónde está el enemigo y dónde los aliados. Para enfrentar ese terrible dilema apenas contamos con las herramientas que da el sentido común; y entrenar el debilitado músculo de la empatía, haciendo con más frecuencia el ejercicio de ponernos en el lugar de los demás.
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