Nicaragua, la dictadura insaciable

El presidente Daniel Ortega como su co-dictadora Rosario Murillo son dos autócratas insaciables, sujetos que no respetan límites cuando matar el hambre de poder corresponde

La vicepresidenta de Nicaragua, Rosario Murillo, y el presidente Daniel Ortega.
La vicepresidenta de Nicaragua, Rosario Murillo, y el presidente Daniel Ortega. / EFE
Pedro Corzo

06 de abril 2025 - 09:27

Miami/Hay que repetirlo hasta el cansancio, tanto Daniel Ortega como su co-dictadora Rosario Murillo son dos autócratas insaciables. Sujetos que no respetan límites cuando matar el hambre de poder corresponde.

Por todos es conocido que el castrochavismo se sostiene gracias a las bayonetas, aunque en el presente están sentados sobre AK-47, suministrados por el amigo entrañable de todos los autócratas, Vladímir Putin.

El co-dictador Daniel Ortega ha legitimado una práctica que todos conocemos, consistente en la subordinación de los poderes del Estado — legislativo, judicial, electoral, de control y fiscalización, regionales y municipales— al Poder Ejecutivo, una aberración consagrada por la apócrifa Asamblea Nacional de Nicaragua, compuesta por lacayos del matrimonio supremo, que como siempre votaron unánimemente a favor de la propuesta.

Con esta disposición dictatorial, los poderes públicos desaparecen, la democracia deja de existir y la precaria participación ciudadana se extingue por completo por decisión de dos déspotas y la complicidad de sus servidores.

En realidad, tanto Ortega como su co-gobernante son fieles admiradores de sujetos de la peor calaña del mundo, entre los que se pasean Josef Stalin, Adolfo Hitler, Mao Zedong y, por supuesto, el gestor de los cánceres del castrochavismo, Fidel Castro, quien fuera directamente el diabólico hacedor del régimen nicaragüense.

En realidad, tanto Ortega como su co-gobernante son fieles admiradores de sujetos de la peor calaña del mundo: Josef Stalin, Adolfo Hitler, Mao Zedong y, por supuesto, de Fidel Castro

La reforma a la siempre violada Constitución de Nicaragua establece las ya conocidas figuras de co-presidentes, condición que de hecho ya existía en el país, igualmente, extiende el tiempo de servicio de los cargos que supuestamente deberían elegirse.

En mi opinión, el régimen nicaragüense, aunque busca parecerse lo más posible a la dictadura totalitaria establecida en Cuba por los hermanos Fidel y Raúl Castro, pretendiendo aportar legitimidad a todos sus actos, tampoco está libre de los hábitos de las dictaduras militares como sucede con su vocación de hacer desaparecer a sus enemigos o desterrarlos. Aunque en honor a la verdad las dos grandes similitudes entre Cuba, Venezuela y Nicaragua son la gran capacidad represiva y la crueldad para encerrar a sus adversarios, generando un ambiente de indefensión ciudadana que paraliza las comunidades.

Una de esas mañas fue recientemente denunciada por la organización de derechos humanos Nunca Más, compuesta por desterrados en Costa Rica. Según esta institución, la dictadura ha impuesto una política de desaparición forzada de sus opositores, como ha ocurrido al menos con una docena de ellos que fueron arrestados hace varios meses.

Los Castro y Ortega gustan de la legitimidad, de aparentar que son demócratas que respetan la voluntad popular, por esto esta última reforma a la Constitución, tal y como hiciera el castrismo en Cuba después del éxito del Proyecto Varela —propuesta en 2002 del Movimiento Cristiano Liberación que dirigía el mártir Osvaldo Paya Sardiñas—, al proclamar que el socialismo en Cuba era irrevocable.

No obstante, los co-dictadores no duermen bien. Corre el mes de abril, séptimo aniversario de las protestas populares en la que los esbirros de Ortega mataron cerca de 400 personas

Para beneficio del pueblo de Rubén Darío las instancias internacionales no cesan de denunciar los crímenes del orteguismo. Recientemente, ante una audiencia en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), la representante del Centro por la Justicia y el Derecho Internacional, Lesly Guerrero, dijo que las reformas han permitido al Ejecutivo, encabezado por dos “co-presidentes”, consolidar un control total sobre los poderes legislativo, judicial y electoral. Agregó: “Estas modificaciones no solo eliminan los contrapesos institucionales, sino que establecen un sistema de gobierno donde la represión y el autoritarismo se presentan con una apariencia de legalidad”.

Por otra parte, la soberbia de los co-dictadores es ilimitada, condición que se muestra con la retirada del país del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, como consecuencia de que el Grupo de Expertos de Derechos Humanos sobre Nicaragua reclamó demandar al país centroamericano ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) por privar de la nacionalidad a nicaragüenses.

Todo parece indicar que Nicaragua y Venezuela están en procura de establecer regímenes similares al de Cuba. Imponer una sociedad cerrada en la que cualquier vestigio de libertad y respeto a la dignidad humana desaparezcan.

No obstante, los co-dictadores no duermen bien. Corre el mes de abril, séptimo aniversario de las protestas populares en la que los esbirros de Ortega mataron cerca de 400 personas (325 según el CIDH de la OEA).

La sangre de todos estos mártires está en las manos de Ortega y Murillo, y la sangre mancha como afirma el escritor Jose Antonio Albertini en una de sus novelas.

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