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Perdón por las familias rotas

El segundo grupo de migrantes cubanos deportados. (Ministerio de Interior de Ecuador)
Miguel Molina Díaz

15 de julio 2016 - 20:04

Quito/Desolada, una joven mujer cubana recibía el amanecer del 13 de julio con los ojos nublados por las lágrimas. Muy en el fondo, sabía que su familia iba a ser deportada a la Cuba de los Castro en pocas horas. Estaba arrodillada junto a un colchón en la vereda frente al hotel-cárcel Carrión de Quito.

Esa madrugada, terminaba la cobertura más larga de mi vida y una de las más frustrantes. El Gobierno de Rafael Correa pretende que el periodista correcto es el que no siente, el que no opina ni piensa, solo repite la verdad oficial. Para mí esa madrugada será inolvidable, precisamente, porque además de cubrir un acontecimiento noticioso, yo sentía que ese era el único lugar en el que debía estar en ese momento.

Llegué al Tribunal de Garantías Penales de Pichincha la tarde del día anterior, pensando que la extemporánea audiencia de habeas corpus iba a durar cuatro o cinco horas. Duró 13. Cuando llegué, los abogados de los cubanos se enfrentaban con vehemencia a los policías que custodiaban la puerta del edificio para que les dejaran ingresar a la audiencia. El despliegue de gendarmes vestidos de Robocop era inmenso. Sin embargo, se respiraba un aire de fiesta.

Yo también cometí el error de tener esperanza. Era tan evidente que la detención de estas personas había sido ilegal y era tan descarada la forma en que el Ministerio del Interior pretendía pasar por encima de la justicia, que pensé que la acción de habeas corpus sería aceptada.

Fui a cubrir un acontecimiento noticioso y me encontré con una parte de mí que durante mucho tiempo he intentado moderar: la indignación, la rabia y el asco. Es inevitable tomar partido y solidarizarse cuando la violencia de un Estado pervertido y sus funcionarios se empecinan en destruir las vidas de las personas que les son incómodas. Tan obsesionado estaba el Gobierno de Ecuador con deportar a los cubanos que ni siquiera cuidó las formas, no disimuló su demencial obstinación y capricho. Entre las pruebas que, fuera de tiempo, el Ministerio del Interior exhibió y fueron admitidas por el Tribunal estaban las órdenes de deportación de algunos de los migrantes presentes en la audiencia, expuestas como si hubieran sido ya deportados. Lo hicieron, seguramente, a causa de una confusión, pero ese error y prueba de arbitrariedad desnuda la manera en que todo este proceso nefasto se ha llevado a cabo: atropellando y a lo loco.

Era tan evidente que la detención de estas personas había sido ilegal que pensé que la acción de 'habeas corpus' sería aceptada

Por un lado, este país es la xenofobia, la ignorancia, la impavidez y la crueldad. Pero hay un puñado de personas que demostraron solidaridad, entendiendo que el migrante no es un criminal (como se le trató), sino alguien que tiene la valentía de luchar por el sueño de mejorar su vida. Sí, quisieron utilizar Ecuador como lugar de paso. ¿Es esa su culpa o de la desastrosa política migratoria del incoherente Gobierno ecuatoriano? ¿No ordenaron la deportación los mismos que escribieron en la Constitución la ciudadanía universal? ¿No usaron cientos de miles de ecuatorianos a México como lugar de paso para llegar a Estados Unidos? ¿No fue dramática la travesía que tantos y tantos ecuatorianos hicieron a España? Esas preguntas no se responden en este país sin memoria.

En este país, hay extranjeros de primera clase, como el canciller Guillaume Long, y de segunda, como los cubanos deportados. Solo una semana antes de la detención de los cubanos, el canciller dijo en rueda de prensa que los refugiados "son bienvenidos".

En este país, no hay división de poderes. Por eso el Ministerio del Interior puede revisar las decisiones judiciales, en cumplimiento de la Ley de Migración expedida por la última dictadura militar. Fueron deportados 81 cubanos a pesar de tener orden de libertad. Aquí no hay independencia judicial y el Gobierno se permite enviar al Consejo de la Judicatura los nombres de los jueces que ordenaron, conforme a Derecho, la libertad de varios cubanos a fin de que se revise su conducta y sean sancionados. Jueces desobedientes.

Hay un puñado de personas que demostraron solidaridad, entendiendo que el migrante no es un criminal, sino alguien que tiene la valentía de luchar por el sueño de mejorar su vida

Antes de las cuatro de la mañana, la mayoría de los periodistas se había ido. Quedábamos muy pocos, muertos de frío y de cansancio. Cuando supimos que la decisión del Tribunal había sido negar el habeas corpus, vi como una mujer cubana con estatus migratorio irregular, conteniendo las lágrimas y la desesperación, cruzaba la calle en busca de un taxi, derrotada y aferrada a un último resquicio de paciencia, sabiendo que no se despediría de su marido y que su vida, a partir de ese instante, estaría marcada por la separación y el dolor.

Cuando la policía subió a los ciudadanos cubanos al bus, tuve la certeza de que era testigo de un evento que algún día, si el país llega a tener cordura, nos llenará de vergüenza. Sentí la necesidad de ofrecerles disculpas. Pedirles perdón por permitir que algo así suceda y que sus vidas hayan sido destrozadas. Perdón por las familias rotas. Perdón por tolerar que un grupo de descalificados prostituya las Leyes y las Cortes. Perdón por la ignorancia de mi país y por elegir a líderes enfermos de rencor y de violencia. Pensé, con esperanza, en la posibilidad de que con el paso de los años esas familias podrán reunirse y perdonarnos.

Escribo esto con indignación y también con dolor y vergüenza. Escribo para no olvidar a la adolescente que lloraba arrodillada afuera del hotel Carrión al amanecer, ni a los defensores de derechos humanos que lloraban de indignación e impotencia mientras el bus arrancaba entre las motos de la Policía. Escribo por Cuba. Escribo contra el silencio cómplice de quienes se han hecho de la vista gorda. Y para recordar el ruido de quienes se hicieron presentes. Escribo por este país que olvida. Escribo porque para mí el derecho y el periodismo han sido y serán formas de luchar por la memoria. Y escribo porque la palabra escrita queda, mientras el poder de los que hoy se creen dioses, lentamente se disipa.

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Miguel Molina Díaz es periodista ecuatoriano. Editor de La República y columnista de La Hora y activista de derechos humanos.

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