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Un viaje a París con vigilante incluido

Iba rauda y veloz a Gare du Nord cuando un joven de Cabaiguán, integrante del grupo, pareció intuir mis planes secretos, porque discretamente se auto invitó a acompañarme. (CC)
Carmen María Camiñas Lemes

13 de junio 2021 - 14:35

Tinajo, Las Palmas/A propósito de la deserción de algunos integrantes del equipo de béisbol de Cuba en su viaje a los Estados Unidos, recuerdo mi estancia en París, durante una visita en 1987 junto a jóvenes destacados. Quince maravillosos días de excursiones de alto rango.

La delegación la componían, supuestamente, 100 jóvenes provenientes de distintas esferas del servicio, la producción, el arte y la ciencia, pero no era así realmente, porque 50 eran trabajadores destacados y los otros 50 jóvenes agentes de la Seguridad del Estado. Uno por cada uno para vigilar todos sus movimientos y evitar que desertara.

También iba yo, como periodista, con mi respectivo guardián. Ya dentro del aeropuerto de La Habana, un querido fotógrafo de Juventud Rebelde me alertó. "Cuídate de este fulano, que es el tuyo", me dijo jocoso.

Y así mismo fue. Hasta en el avión se hizo con el asiento a mi lado y en el largo trayecto a París lo castigué sin dirigirle ni media palabra. Y eso que me buscaba como para entrar en confianza.

Ya en el hotel donde nos alojamos, el Campanile Bobigny, del departamento de Seine-Saint-Denis, en la periferia parisina, siempre lo tenía a mi vera, al descaro, fisgoneando mis movimientos.

Ya en el hotel donde nos alojamos, el Campanile Bobigny, del departamento de Seine-Saint-Denis, en la periferia parisina, siempre lo tenía a mi vera, al descaro, fisgoneando mis movimientos

Yo tenía mis planes particulares para la estancia en la Ciudad de la Luz, que no iban por quedarme sino comprar pacotilla, como todo viajero cubano que se respete. Debía cambiar el poco dinero que llevaba en dólares, regalo de mi vecina Polina, una rusa negociante del Reparto Flores, en La Habana, a cambio de unos arreglos de vestuario. (Un día le dedicaré una crónica deliciosa, dado su apelativo).

Tenía que hacerme con mis francos cuanto antes y averigüé que en el otro extremo de la ciudad podía hacerlo en una sucursal bancaria, frente a la estación de metro Gare du Nord.

Me disponía a salir cuando me salió al paso el fulanito de tal y me incordió a preguntas. Harta de su persecución le pregunté cuántas veces había viajado fuera de Cuba y, al saber que era su primera salida, le dije: "Disfruta chico, que yo no me voy a quedar porque he dejado dos niñas pequeñas en casa y no me queda de otra que regresar". Juro que no lo volví a ver hasta el momento del regreso, cuando ocupó el mismo lugar a mi vera.

Iba rauda y veloz a Gare du Nord cuando un joven de Cabaiguán, integrante del grupo, pareció intuir mis planes secretos, porque discretamente se auto invitó a acompañarme.

En nuestro viaje por libre, desde el quinto pino de París hasta aquella estación del metro no intercambiamos palabras. Entramos a la sucursal, cambié mis pocos dólares en francos y él hizo lo propio. Yo los había sacado de Cuba dentro de la pretina de mi pantalón. "Por si acaso", como todo lo que se hace en la Isla.

Una vez en la calle, el joven me dijo: "Cómo eres de atrevida, se te notaba en la cara que ibas a hacer algo arriesgado". Le respondí: "¿Quieres ver algo más?" y grité a todo pecho en media calle: "¡Soy libre!". Había que verle sus ojos desorbitados, arrastrándome muerto de pánico por toda la acera.

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