Violencia y democracia
Los actos de magnicidios hacía tiempo estaban fuera de los radares noticiosos y sería particularmente negativo para la estabilidad de EE UU que resurgieran esos tipos de crímenes
Miami/Me encontraba en la comida de cumpleaños de mi amigo y compañero de lucha el escritor Jose Antonio Albertini cuando el poeta Tony Ruano me dijo que habían intentado matar el presidente Donald Trump, durante un acto de su campaña electoral por la presidencia, información, que, en pocos minutos, nos ratificó Ángel de Fana a través de una llamada telefónica.
Enterarnos de que el presidente Trump había sobrevivido fue una gran alegría porque, más allá de la condición humana del ex mandatario, sería catastrófica para la nación la reproducción del asesinato de una figura de tanta relevancia. Dolorosa experiencia que Estados Unidos ha sufrido al menos en cuatro ocasiones, sin contar los magnicidios contra candidatos.
De inmediato recordé el asesinato del presidente John F. Kennedy. Estaba en Cuba, conversando con mi novia de entonces, después mi esposa y madre de mi hija, en el parque de una pequeña ciudad de nombre San Diego del Valle, donde a pesar de estar en una planicie los guerrilleros anticomunistas que había comandado Demetrio Nano Pérez, habían puesto en jaque a los castristas.
Enterarnos de que el presidente Trump había sobrevivido fue una gran alegría porque sería catastrófica para la nación la reproducción del asesinato de una figura de tanta relevancia
En esa ocasión la noticia me la dio una cuñada de mi novia. Me dijo, “acaban de matar a tu jefe en Estados Unidos”, le respondí que no tenía jefe y que a quién habían matado, su respuesta, lacónica y dura: “A tu presidente”.
El asesinato del presidente nos tocó muy de cerca a los cubanos, al igual que la posterior muerte de su hermano Robert y el intento de asesinato del presidente Ronald Reagan, un hombre que al igual que Trump, no se dejó amedrentar por la cercanía de la muerte.
La noticia del atentado a Trump nos conmovió a todos. Desgraciadamente, la violencia es una dura realidad, pero los actos de magnicidios hacía tiempo estaban fuera de los radares noticiosos y sería particularmente negativo para la estabilidad del país que resurgieran esos tipos de crímenes, fuesen individuales o conspirativos.
El ejercicio de la democracia y el usufructo de la libertad deberían ser incompatibles con la violencia. Sin embargo, el disfrute de estos dos contextos dista mucho de la realidad porque la democracia es tan generosa y la libertad tan amplia que los extremistas de todas las tendencias tienen cabida en el regocijo de ambas.
Estados Unidos de América, a pesar de sus imperfecciones, en mi opinión, es ampliamente el mejor país del mundo, pero tiene un quehacer violento que se contradice con el clima de derechos y oportunidades que la mayoría ciudadana disfruta, condiciones que se deben mantener, aunque sus enemigos hagan todo lo posible por interrumpirlas.
El frustrado intento de asesinato contra el presidente Donald Trump se debe enmarcar en la conducta antisistema que practican los enemigos de la democracia situados en los extremos de las normas que han regido este país desde su fundación.
No han sido pocos los que han intentado destruir el estado de Derecho que disfrutamos en este país. La extinta Unión Soviética y sus asociados de intramuros lo procuraron con gran dedicación, exacerbando con todos los medios a su alcance el descontento social y político existente en esa época.
Las amenazas de Rusia, China e Irán son más que reales y cuentan desgraciadamente con la asistencia de varios países del hemisferio
Tengamos presente que en esa deleznable misión los enemigos de Estados Unidos contaron con la ayuda del totalitarismo cubano que dispuso de armas nucleares en su territorio e invitó al líder ruso Nikita Jrushchov a que lanzara un primer misil atómico contra Nueva York.
En honor a la verdad, la democracia estadounidense no está corriendo en la actualidad menor peligro que durante la Guerra Fría. Las amenazas de Rusia, China e Irán son más que reales y cuentan desgraciadamente con la asistencia de varios países del hemisferio que comparten un odio visceral contra todo lo que representa la forma de vida de este país.
Además, no se puede excluir una especie de crisis en nuestra forma de vivir. Particularmente aprecio una cierta quebradura en el respeto a la ley y el orden por parte de la ciudadanía y hasta por quienes están obligados a defender e imponer esos conceptos, por eso es prudente recordar lo que expresara el presidente Reagan: “Independientemente de lo que la historia pueda decir de mí cuando me haya ido, espero que registre que apelé por sus mejores esperanzas, no por sus peores temores; por su confianza más que a sus dudas. Mi sueño es que recuerden el camino que tienen por delante, con la lámpara de la libertad guiando sus pasos y el brazo de la oportunidad afirmando su camino”.