Esa, nuestra condición

Una oficial de la Aduana de la República de Cuba. (CC)
Una oficial de la Aduana de la República de Cuba. (CC)
Wilfredo Vallín

15 de octubre 2017 - 20:36

La Habana/Me acerco al cubículo en el que un aduanero me espera. Le entrego mi pasaporte con mi pasaje. Me pide mirar hacia la cámara que tiene a la altura de mi cabeza. Comienza a revisarme el documento. Parece que va a poner los cuños correspondientes cuando mira a su izquierda, donde sé que hay una computadora. Detiene sus movimientos y me pide que vuelva a la fila de donde vine. Llama por teléfono.

De una habitación sale una muchacha con uniforme también de aduana y camina hacia la persona que me acaba de atender. Recoge mi pasaporte, el pasaje, y se me acerca para pedirme que la acompañe a la oficina de donde salió. Espero afuera. Como la puerta está abierta, oigo su conversación telefónica con alguien que le pide mi nombre y dirección. Luego cuelga.

Señor, usted no va a poder viajar esta vez.

¿Puede explicarme por qué?

No. Imagino usted lo sepa.

Bien, y ¿adónde debo dirigirme para aclarar esto?

Tampoco sé. Esa prohibición no la ponemos nosotros…

Comprendo. No se sienta culpable, pero esta es la segunda vez que esto ocurre.

Me devuelve el pasaporte y pica el billete de avión quedándose con una parte. Al parecer esto ha sido bastante incómodo para ella. Lo anterior ha tenido lugar en la terminal 3 del aeropuerto de Rancho Boyeros alrededor de las nueve de la noche del sábado 7 de octubre del año en curso.

La Ley está para garantizar la paz y la tranquilidad ciudadanas estableciendo las reglas del juego social, que todos somos iguales ante ella

Me licencié en Derecho en la Universidad de La Habana un cuarto de siglo atrás. Como amo mi profesión, la he estudiado a profundidad y he creado mi propia filosofía en torno a ella: considero, entre otras cosas, que la Ley está para garantizar la paz y la tranquilidad ciudadanas estableciendo las reglas del juego social, que todos somos iguales ante ella debiendole acatamiento y respeto, que los gobiernos, ideologías aparte, están para garantizar el Bien Común de todos sus ciudadanos, que la Constitución es la ley suprema del país a la que se subordinan todas las otras pragmáticas jurídicas, que desde tiempos de J.J. Rousseau el soberano de la nación no es el Gobierno sino el pueblo “del cual dimana todo el poder del Estado”, que existen formalidades para la citación y la detención, que la tortura está prohibida por los organismos internacionales, etcétera.

Así, cuando cualquier persona acude a la Asociación Jurídica Cubana a por consejo, tratamos de asesorarlas dentro del más estricto marco legal, hablándoles de lo que no deben hacer (de sus deberes) y de los derechos que le asisten. El incidente del aeropuerto parece estar motivado por esto.

El asunto es que, desde hace algunos meses, un grupo de personas han decidido participar en el proceso electoral cubano. Se trata de ciudadanos desafectos al régimen actual. Estas personas han sido criticadas por otras que tampoco simpatizan con el régimen pero consideran que las autoridades actuales no permitirán jamás esa participación bajo ningún concepto.

Sin embargo, en Cuba hay una Ley Electoral en vigor. Ella establece los requisitos para la participación en las elecciones. Según ella, todo cubano que los cumpla, puede hacerlo. Pero, en la práctica, y aun cuando el poder en funciones reitera una y otra vez que cuenta con la mayoría aplastante de los votantes, permite todo tipo de desafueros contra los que han expresado su deseo de postularse como candidatos. De esto hay muchos ejemplos.

El poder permite todo tipo de desafueros contra los que han expresado su deseo de postularse como candidatos

Estamos, además, ante otro aspecto muy importante aquí: la Ley Electoral aparece en la Constitución de la República y, por tanto, tiene ese rango. Así las cosas, no es posible, por alto nivel personal que tenga quien quiera hacerlo, imponer otras formulaciones no existentes en la Ley Electoral para cambiar lo que la misma estipula. Hacer eso constituye un actuar arbitrario y anticonstitucional en el manejo de las leyes del país.

Los que ignoran totalmente al actual derecho positivo en vigor quizás consideren que tienen autoridad suficiente como para pasar por encima de él e incluso de la Constitución. Aun cuando así fuera (que no lo es), hay otra dimensión por encima de todo esto sobre la que queremos llamar la atención para ayudar a los que parecen haber olvidado (o no haber aprendido nunca) la historia de Cuba.

Para nuestra suerte, la historia de nuestro país cuenta con un extraordinario legado de sus más preclaros hijos que podemos contrastar con la situación actual en que vivimos los cubanos. La Cuba que querían nuestros patricios quedó bien explícita en sus manifestaciones. Las citas a continuación, hablan por sí solas.

Carlos Manuel de Céspedes:

“Ha quedado, pues, constituida la República Cubana conforme a los principios democráticos más puros. Se han reconocido por ella como derechos inalienables el de petición, de libertad de cultos y de la imprenta, no poniéndole a estas dos últimas otra restricción que la que naturalmente se ofrece por las circunstancias excepcionales que atravesamos”.

La historia de nuestro país cuenta con un extraordinario legado de sus más preclaros hijos que podemos contrastar con la situación actual en que vivimos los cubanos

Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz: “Tres leyes del espíritu humano encontramos en la conciencia: la de pensar, la de hablar y la de obrar. A estas leyes para observarlas, corresponden otros tantos derechos, imprescriptibles e indispensables para el desarrollo completo del hombre y la sociedad. [...] De la enunciación de los diversos exámenes, de las contrarias opiniones, de las diferentes observaciones, de la discusión, en fin, surge la verdad como la luz del sol, como del eslabón con el pedernal, la ígnea chispa.

“Pero la verdad […] no siempre conviene exponerla; en realidad no conviene, pero es al poderoso que oprime al débil, al rico que vive del pobre, al ambicioso que no atiende a la justicia o injusticia de los medios de elevarse; lejos de ser perjudicial, es siempre conveniente al ciudadano y a la sociedad, cuyas felicidades estriban en la ilustración y no en la ignorancia o el error, y a los gobernantes cuando lo son en nombre de la justicia y la razón”.

José Martí: “Levántese, por sobre todas las cosas, esta tierna consideración, este viril tributo de cada cubano a otro. Ni misterios, ni calumnias ni tesón en desacreditar, ni largas y astutas ambiciones para el día funesto de la ambición. O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos. Para verdades trabajamos, y no para sueños. Para libertar a los cubanos trabajamos, y no para acorralarlos”.

Callar y aceptar pasivamente, sin exigir para nada el respeto a nuestra dignidad humana, es ser absolutamente cómplices de un Estado de cosas sencillamente inadmisibles para esa, nuestra condición.

Emil Brunner, filósofo y teólogo suizo: “O bien hay algo intrínsecamente válido, una justicia que está por encima de todos nosotros, una exigencia que se nos impone y que no dimana de nosotros, una regla de justicia válida para todos los Estados y todos los sistemas de Derecho positivo, o bien no hay justicia alguna, sino solamente el poder organizado de tal o cual manera, que se llama a sí mismo ‘derecho’. O bien hay Derechos del hombre eternos e intangibles, o bien hay tan sólo oportunidades favorables de quienes por azar resultaron privilegiados y las malas oportunidades de quienes fortuitamente resultaron perjudicados”.

La palabra, como nos dejó dicho el más grande cubano de la historia, se ha hecho para decir la verdad, no para encubrirla, y eso precisamente hacemos.

También te puede interesar

Lo último

stats