Díptico del eterno exiliado
La Habana/La revista cultural Otro Lunes publica una selección de poemas del escritor cubano Felipe Lázaro, nacido en La Habana en 1948. Tras exiliarse su familia con la llegada de la Revolución cubana, residió en Puerto Rico hasta 1967, año en que se trasladó a España, donde reside. Es editor y se licenció en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Fue fundador de las revistas Testimonio (1968), La Burbuja (1984) y Encuentro de la cultura cubana (1996). También fue redactor jefe del periódico La Prensa del Caribe (1997). Felipe Lázaro dio a conocer su primera obra poética en 1974, con la publicación de Despedida del asombro. Posteriormente publicó Las aguas (1979), Ditirambos amorosos (1981), Los muertos están cada día más indóciles (1986 y 1987) y Un sueño muy ebrio sobre la arena (2003).
14ymedio reproduce tres de los poemas para que los lectores los disfruten.
Díptico del eterno exiliado
Para José Mario, in memoriam
Soy un exiliado total
GUILLERMO ROSALES
I
Nos quedamos con tantas dudas e interrogantes
que faltó más de una conversación
con la frecuencia del abrazo que todo lo sella.
No obstante, ahora revives en la cercanía de nuestra memoria,
justo cuando has iniciado un viaje sin retorno
con tus ciudades amadas como equipaje:
esas interminables calles neoyorquinas.
tus sueños en un tranvía lisboeta,
taciturno quizá en Café de Flore
o la presencia en Praga del verdadero rostro humano
sesenta y ocho veces congelado.
Hasta tu cotidiano caminar por los madriles
-de Lavapiés a Sol y viceversa-
donde repites con la ebriedad de tus versos
la travesía de los deseos.
Pero aún falta regodearte en otras latitudes
que reclaman tu regreso,
en este preciso instante
cuando deambulas en la nada.
Ahora que no necesitas ningún trámite
para volver a tu Isla,
porque llevas su mapa incrustado en tus neuronas.
Y así trasnochas como fantasma en tu Habana,
Ansioso de recuperar todo aquello que te sostuvo en vida:
El Gato Tuerto, La Roca, el puerto;
El Pastores o la Rampa,
hasta la escalinata que libertino frecuentabas
con la lucidez de tus poemas más subversivos,
irremediablemente proféticos de tu posterior destino:
¡Un Rimbaud que ardía en el trópico
mientras toda querencia se convertía en cenizas!
Volver a ese espacio vital
de tu primer bautizo amoroso.
como el alegre y travieso adolescente
que asombraba a su entorno familiar leyendo a Proust.
Sentar tu precocidad en la lujuria del Malecón
y ver escapar los abrazos idos
que retornan con la incertidumbre del oleaje,
donde el susurro de otras voces
danzan en la intimidad de un caracol
y repiten con la sonoridad de la nostalgia
el ceremonial de esas canciones
-preferiblemente de Bola de Nieve o de Vicentino Valdés-
grabadas en lluvia de tus recuerdos
en un bar sin nombre
de una esquina cualquiera...
II
Tan caro precio pagaste por el amor de ese paisaje
que tan solo se escucha el triste eco solitario de tu voz.
Con tu poesía rodeas la esencia del verdor insular,
vitral ausente de todo tipo de emblemas patrios.
Sin datos inscritos en tu pasaporte
deshaces la telaraña de tus ensueños
y confirmas la más trágica verdad:
los hombres son más libres después de muertos.
Al final, quemaste tu vida a grandes sorbos:
rebelde, iconoclasta, irreverente,
doblemente exiliado,
poeta madito en tierra y en el destierro.
Precursor de tantos enfrentamientos,
rechazas la fugacidad de las vanidades
-incluido los transitorios ismos-
y nos dejas tu paso por este mundo
como un enigma injustamente inacabado.
Portador de la más cínica sonrisa,
ya saltas y brincas a tu libre albedrío,
a carcajadas te retuerces
de toda pequeñez humana.
Repiensas tu vida como un misterio
al borde del más inusual abismo.
Rehaces tus huellas
como testigo de una época
teñida de sangre a borbotones:
¡Ay Cuba!
La historia se equivoca tantas veces. *
————–
*José Mario.
*****
Espejo de impaciencia
Mi memoria prepara su sorpresa.
JOSÉ LEZAMA LIMA
Para Manuel Díaz Martínez
I
No traigan al vidente Orlando a la gran fiesta.
Jamás a Silvia en cuyas piernas baila un colibrí.
Tampoco a Sergio, el tartamudo,
porque para palabras bastan las nuestras
y los oradores ya no son de esta época.
No digamos a la exquisita Matilde o al titiritero Osiris.
Aquí no necesitamos a los aguafiestas.
En este torbellino sucesorio ya somos jefes inmutables.
¡Eso nos basta!
Dictaremos las directrices maestras para el novísimo ismo
perfeccionando nuestro más caprichoso ghetto.
Nosotros juzgamos según nuestro más íntimo pasado.
Algunos conversos agazapados
-el disfraz siempre ha sido muy útil en tiempos convulsos-
otros esperando
-siempre esperando-
el cambio de piel o la mejor marea,
soñando con propiedades, aunque –por ahora-
sólo sean ficticias.
Y esas palabras disparatadas que suenan a ensoñación:
¡Jamás serán admitidas en nuestro nuevo Club social!
Queremos construir una nación casi perfecta
donde quizá exista toda arbitrariedad ,
pero con mercado cautivamente atractivo.
Aspiramos a reunir a los más inútiles
para que nos sea más fácil toda posible permuta encubierta.
Y así poder vender la dichosa Isla por la levedad del peso
evitando la imparable tragedia
de una inmensa oleada tardía de futuros desterrados.
Los amantes amados de la patria
queremos construir un vergel dogmáticamente exclusivo
y ordenamos que en la nueva República sobrarán:
los colores ácrata del arcoíris,
todos los librepensadores,
algún que otro sospechoso por su caminar cadencioso,
las ninfas con su flor en la más íntima entrepierna
o los escribanos, los más temibles de todos.
Hasta los mudos, porque no podrán repetir consignas
y, sobre todo, los payasos,
capaces de escenificar nuestros horrores más sublimes.
No hablemos de los idealistas, esos son traidores de raíz.
Y de las musas, todo es opinable.
¡Ah, amor mío! Y de los poetas:
¡Di todo, di más!, si te atreves.
Esos son pequeños tiranos
y, a veces, hasta libertadores.
Son románticos de profesión,
taciturnos y rebeldes, siempre opositores,
y los inocentes jamás podrán reinar
pues de su canto sólo debe creerse
lo estrictamente necesario.
II
De la tartamudez de un pueblo
cuídense todos los caudillos,
las máscaras perdurarán hasta el instante oportuno.
Esas simples marionetas del capricho vitalicio
de un solo hombre,
se hundirán en el abismo absurdo
de un destino geopolítico.
Definitivamente, las revoluciones interminables han caducado.
Ha llegado la hora de la ciudadanía activa:
Ansias de ser algo más que un puñetero país
en un estercolero repleto de alacranes.
****
Memoria compartida
(Poema a Gastón Baquero)
Para José Olivio Jiménez, Alfredo Pérez Alencart,
Pío E. Serrano y León de la Hoz.
En lo inseguro encuentra el goce
su cualidad más firme
EMILY DICKINSON
La incertidumbre de toda ausencia
se transforma en memoria compartida
con la firmeza de nuestros deseos,
último resquicio de la amistad.
Más visible que nunca antes
divagas alegre en silente viaje,
repiensas versos como recuerdos
ante el asombro de las estrellas
con tu corazón elegante convertido en Isla.
Cuán extraño el misterio de esta suerte,
si el vivir o el morir es un mismo instante
que a la vez nos separa y acaricia,
si todos hemos muerto con tu muerte:
rutinario anverso y reverso
de ese espejo casi imaginario
que murmura quedo su reclamo,
nos tienta y espera impaciente
en la alucinante inocencia del universo.
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