La brevedad

Reinaldo Escobar

27 de febrero 2012 - 15:40

La brevedad alude a una dimensión temporal que si bien no está cuantificada en términos precisos (minutos, semanas, años), se identifica por la duración relativamente pequeña que tiene una acción, un proceso, un fenómeno. Breve es el tiempo que un relámpago alumbra la noche y breve es también la presencia de la especie humana en el planeta.

A lo largo de estos últimos años que ya bautizamos “raulismo” ha tenido mucho auge una modalidad represiva que se ha dado en llamar “detenciones breves”. Se trata del aprovechamiento de un resquicio legal mediante el cual un ciudadano es privado de su libertad sin que medie una acusación formal ni la evidencia de un delito cometido.

Usted va caminando por la calle, sale de la casa de un amigo, está sentado en un parque o pretende viajar fuera de su provincia y unos individuos vestidos de civil (rara vez uniformados) se abalanzan sobre su cuerpo y lo meten de cabeza en un auto. Si tiene suerte le pasan fugazmente frente a los ojos algo que parece ser un carné y lo conducen a una estación donde usted pasará más o menos 24 horas. En ocasiones lo tendrán sentado en el loby de la unidad policial o lo encerrarán en un calabozo junto al borracho que rompió la vidriera de un bar, el exhibicionista atrapado frente a una secundaria básica o el traficante cogido con las manos en la masa.

La única diversión es escuchar las historias con que sus compañeros de calabozo explican su rotunda inocencia a menos que la situación lleve una dosis superior de adrenalina y la cosa termine en un par de gaznatones o en uno de esos interrogatorios donde “ellos” lo saben todo y hay un gordito bueno de cara afable y un flaco alto de aspecto lombrosiano.

Cuando a la mañana siguiente el nuevo oficial de guardia se asoma a la reja gritando su nombre para decirle que recoja sus pertenencias y se vaya de allí, a usted le parecerá que tuvo suerte. Es posible que no levantaron un acta, probablemente ni siquiera lo hayan anotado en la lista de los detenidos y desde luego usted no pudo llamar a su familia ni tener derecho a un abogado, lo despiden como si allí no hubiera pasado nada, incluso, como si todo hubiera sido fruto de una confusión. ¿Disculpas? No hay que exagerar.

Una vez en la calle usted mismo se dice que la detención ha sido breve y que no vale la pena denunciarla.

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