¡Caracas, caray!
Abrumados por el torrente de informaciones sobre Venezuela los cubanos estamos pendientes a todo lo que pasa. Sintonizamos estaciones radiales de onda corta, intentamos encontrar algo en Internet medianamente objetivo, escuchamos lo que contó alguien que tiene un pariente cumpliendo una misión y atrapamos al vuelo algún detalle que se le escapa al noticiero de TeleSur. Venezuela nos preocupa como si todo estuviera sucediendo en Holguín, Cienfuegos o Pinar del Río.
El destino de Cuba está íntimamente ligado a lo que ocurra en Caracas y no solo por la amenaza de que desaparezca el subsidio o que algún cubano, médico, instructor de deporte o soldado pueda morir en medio de la confusión. Estamos mezclados en esos sucesos porque, salvando las diferencias, nos embarga la sensación de que nos estamos mirando en un espejo.
En ese reflejo de falsas ilusiones nos estamos encontrando todos: los opositores y los oficialistas, los que no tienen nada que perder y los temerosos de que empiecen de nuevo los apagones, los perseguidos y los represores, civiles y militares... todos.
La tormenta puede disolverse en unos días o agravarse inesperadamente. El eco de una u otra situación llegará hasta nosotros y no por aquello del aleteo de una mariposa, sino porque, como dijera un poeta, "estamos cosidos a la misma estrella" unos y otros.