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Competir o emular

Reinaldo Escobar

14 de noviembre 2011 - 21:00

Una de las pocas polémicas que hemos presenciado entre los partidarios del sistema socialista en Cuba ha sido la que contendía alrededor de los estímulos materiales y los morales. Digo que fue una polémica por llamarle de alguna forma, porque en realidad la voz cantante la llevaban los defensores de los estímulos morales quienes hablaban como si estuvieran discutiendo, pero lo hacían con alguien cuyos argumentos desconocíamos o simplemente ni siquiera escuchábamos.

“No se trata de crear conciencia con riquezas sino de crear riquezas con conciencia” decía entonces el máximo líder desmintiendo de alguna forma la tendencia marxista de poner lo material por encima de lo espiritual, y fue así como la Emulación Socialista se enraizó en nuestra realidad. Ser cumplidor de la emulación, trabajador de avanzada o acumular aquellos méritos que se identificaban con las letras entre la A y la K constituían “el motor impulsor de la producción” que lograba el cumplimiento de las metas y permitía al centro de trabajo obtener la bandera Héroes del Moncada. A fin de año en una asamblea se entregaba a cada trabajador un certificado donde se especificaba el número y la calidad de los méritos obtenidos los cuales podía presentar en el año subsiguiente para avalar su solicitud de efectos electrodomésticos.

Muchas veces presidí aquellas comisiones sindicales en las que teníamos que determinar si el refrigerador se lo dábamos a Karitina que tenía los méritos A, B y C o a Sarría que había ganado el B, el C, el E y el H y no en pocas ocasiones se producían engorrosos empates técnicos y había que distinguir si el televisor se le confería a la señora que tenía un hijo con retraso mental o a uno cuya anciana madre enfrentaba un cáncer terminal. Un buen día naufragó el socialismo en Europa y dejaron de entrar al país aquellos artículos subvencionados y otro buen día se dolarizó la economía y aparecieron las Shopin a donde no había que ir con un bono otorgado en asamblea sindical sino con un fajo de billetes verdes que tenían la milagrosa posibilidad de convertirse en bienes y servicios.

La gente empezó a comprender que para obtener aquellos dólares, que más tarde se metamorfosearon en CUC, había que hacer todo lo contrario de lo que antes hacía falta para ganarse méritos. Entonces regresó la prostitución en busca de turistas y la abuela que sobrevivía a un cáncer que no quería terminar tuvo que mudarse a un rincón de la sala porque había que alquilar su cuarto (que era el único con ventana a la calle). Hasta el gobierno comprendió que todo estaba cambiando y entre recelos y corcoveos abrió el trabajo por cuenta propia donde para sobrevivir entre las crueles leyes del mercado no valen los diplomas ni las medallas sino la eficiencia y la rentabilidad bajo la competencia pura y dura.

Ese esfuerzo adicional que pone en su kiosco el cuentapropista para vender más, es el cambio más importante ocurrido en Cuba en los últimos años. Esa necesidad de ser competitivos es la mejor terapia para empezar a curarse del daño antropológico ocasionado por los delirantes caprichos de ciertos fabricantes de utopías.

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