Conducta
Si a un imaginario grupo de cubanos, aislados de toda información desde 1984, les hubiera sido mostrada hoy la película Conducta para ponerlos en contacto con la actualidad, habrían escapado del cine asegurando que el filme falsificaba la situación; que les intentaban mostrar una versión pesimista y contrarrevolucionaria de su país
Pero no fue así como reaccionaron quienes salieron de las salas de estreno secándose las lágrimas y con las manos enrojecidas de tanto aplaudir. Especialmente esos habaneros que vieron proyectada en la pantalla la realidad que los golpea: su propio barrio en ruinas, la vecina alcoholizada con un hijo prácticamente abandonado, la falta de valores éticos, la corrupción policial, la discriminación a cubanos de otras provincias, la miseria física en cada rincón, la miseria moral en cada oportunista.
Por suerte quedaba Carmela, la maestra en edad de jubilación quien, a pesar de haber visto emigrar a sus hijos y nietos, prefiere mantenerse no solo en la isla, sino en su aula “mientras pueda subir esas escaleras” porque está convencida de conservar fuerzas para ayudar a esos niños necesitados de amor y comprensión.
Una espléndida fotografía y una excelente edición abrigan un guión sobrio cuyo autor, Ernesto Daranas, se desempeña también como director. No aparecen por ninguna parte los manidos tópicos del cine cubano: el choteo, los chistes de doble sentido, la lluvia, el folclorismo, el exhibicionismo sexual y los mensajes oficiales.
Pero el gran ausente en Conducta es “el hombre nuevo”, ese que aquellos hipotéticos cubanos dormidos, o en estado de coma, concebían hasta mediados de los años 80 y a quien esperaban ver encarnado en la obra que los pondría al día. Los niños que estos imaginarios espectadores insistían en encontrar en el filme, serían muchachos educados y no estos malhablados con rudeza de matones; las escuelas estarían dotadas de magníficos laboratorios y las viviendas parecerían confortables y seguras. No cabrían las peleas de perro, ni mujeres drogadas y prostituidas, muchísimo menos el drama de Carmela enfrentándose a un conato de despido por proteger a un alumno amenazado de ser recluido en un reformatorio y por defender a una niña que se atrevió -¡Vaya osadía!- a colocar una imagen de la patrona de Cuba en el mural del aula.
Los productores no crearon un espacio artificial en un estudio al estilo del Show de Truman, no fueron a una tienda de antigüedades a buscar los pupitres y pizarras de la escuela ni construyeron una ciudadela de cartón. El director de actuación no precisó inculcarle a los actores, niños, jóvenes o viejos, modales y fórmulas lingüísticas ajenas a la experiencia personal de cada cual. Quizás fue por eso que el público, luego de largas colas para entrar a los cines donde se exhibe Conducta, se siente tan identificado, incluso tan emocionado. Por eso y porque los presentes en las salas cinematográficas no se han pasado estos últimos 30 años dormidos, sino protagonizando esta tragedia.