La prensa oficial y el arte de "dorar la píldora"
La Habana/Después de desmenuzar varias ideas para escribir en este Día de la Prensa en Cuba, he preferido compartir con los lectores de este blog un extracto de una novela inédita y autobiográfica donde relato las peripecias de un periodista en las postrimerías de los años 80 del siglo pasado.
Es el mejor testimonio que tengo a mano para ilustrar el arte de "dorar la píldora" que durante años ha caracterizado a la prensa oficial y que tanto menoscabo provoca a nuestra profesión. Espero que lo disfruten y comprendan mejor el porqué decidí asumir los riesgos de ser un periodista independiente.
La complicada tarea de contar la verdad
Antes de salir hacia la fábrica, el periodista fue advertido por el jefe editorial del interés del Gobierno en que la revista Cuba Internacional difundiera la calidad de los acumuladores que se producían en su línea de montaje.
Cuando Antonio y Juan Carlos, el joven fotógrafo, anunciaron su presencia en la industria, el custodio de la puerta realizó dos llamadas. La primera a la Dirección y la segunda a un colega para advertirle: "Oye, dile a Cuco que llegaron los periodistas, que se apure...".
Al poco rato apareció un empleado y les pidió que lo acompañaran a la oficina del director. También llegó Cuco, quien con la voz temblorosa se dirigió a Antonio:
–Periodista, soy el compañero del sindicato: quisiera que hable con nosotros antes de irse.
–Desde luego –aseguró el reportero.
El empleado administrativo cruzó una dura mirada con el dirigente sindical y le enfatizó a los recién llegados el gesto de que lo siguieran.
El despacho al que entraron contaba con una maqueta que reproducía toda la instalación. Frente a ella los esperaba el director que les presentó a un ingeniero con un puntero en la mano y que les explicó el proceso industrial.
Juan Carlos tomó un par de fotos del modelo a pequeña escala y otras de la vitrina con los tipos de acumuladores que la fábrica era capaz de producir. El ingeniero les anunció que visitarían dos secciones: el laboratorio y la cadena de ensamblaje.
–También queremos pasar por el área de los componentes químicos y los almacenes –dijo Antonio.
–Para eso no tenemos autorización –sentenció el ingeniero.
Al llegar al laboratorio vieron una gama de sofisticados instrumentos que permitían hacer un diagnóstico de la calidad de lo producido y de las condiciones de la materia prima.
A petición de Juan Carlos, dos muchachas sonrientes se colocaron frente a los aparatos como si los estuvieran manejando. Minutos después pasaron a la cadena de ensamblaje para organizar "una propuesta de portada".
Juan Carlos eligió un ángulo en el que entraban el inyector del embalaje plástico y la estera con los acumuladores terminados. Al fondo, un montacargas, congelado para la instantánea, rellenaba un contenedor.
–¿Qué te parece? –le preguntó al periodista.
Todo estaba perfecto, limpio y en orden. La imagen ofrecía una evidente sensación de eficiencia y modernidad, pero Antonio se percató de que sólo había dos acumuladores sobre la estera.
–¿No podríamos poner más? –preguntó al ingeniero.
–El número de piezas terminadas es un índice de nuestro ritmo productivo –aseguró el especialista.
–¿Y cuánto sería lo óptimo? –indagó el informador.
–Algún día tendremos entre cuatro y seis piezas en este mismo tramo –recibió como respuesta.
–¿Podemos poner cinco?
–Sí –dijo el ingeniero de turno– hasta cinco.
Después de la sesión de fotos, Antonio inquirió por Cuco.
–Trabaja en el área de componentes químicos y no podemos pasar, pero se lo voy a mandar a buscar.
El dirigente sindical llegó más calmado.
–Faltan diez minutos para el almuerzo –dijo–. ¿Me aceptarían una invitación al comedor? – así conversamos.
La primera sorpresa fue comprobar que los obreros no comían donde el ingeniero de turno había indicado con el puntero sobre la maqueta mientras lo calificaba como "un amplio, iluminado y ventilado salón con mesas y sillas confortables", sino en una nave cerrada, de las destinadas originalmente a almacenar los productos terminados.
Cuco comenzó sin rodeos.
- "No sé si sabe que esta fábrica estuvo 11 años construyéndose. Una noche llegó una caravana y con una gran grúa bajaron las maquinarias. Las dejaron al aire libre, porque no había un solo lugar bajo techo.
En los tres años que estuvieron allá afuera las tablas de las cajas se las llevaron los vecinos. También arrancaron los relojes, los bombillos, los cables eléctricos, las tuercas y los tornillos. No quedó ni un solo rodamiento, pues todos fueron a parar a carriolas, bombas de agua o autos viejos.
Un día llegó la orden de terminarlo todo en seis meses. Dos horas antes de la inauguración los voluntarios del Comité Municipal del Partido escondieron los escombros y sembraron a toda velocidad el jardín. Entre ellos estaban varios de los depredadores que acabaron con las máquinas cuando parecían abandonadas.
El artista que pintó el retrato del mártir, cuyo nombre lleva la fábrica, estuvo catorce horas sin bajarse del andamio. Por eso el retrato resultó estrábico y con el bigote caído hacia la izquierda. La madre del héroe estuvo a punto de armar un escándalo por cómo habían dejado a su hijo.
Con el apuro no construyeron los baños de los trabajadores, no terminaron el comedor ni se colocaron los extractores en el área de componentes químicos. Tampoco se hizo el tanque de procesamiento para los desechos tóxicos y ahora los desperdicios se vierten en una laguna donde antes había peces y ya no quedan ni mosquitos".
Antonio escuchó la historia en silencio.
–Todos esos datos que usted copió en su libretica son reales, pero le apuesto cualquier cosa a que en ningún momento le hablaron de lo producido, sino de lo que la fábrica es capaz de hacer. Usted sólo habrá oído de potencialidades, no de resultados alcanzados.
Antonio abrió su agenda. Efectivamente, antes de cada cifra aparecía alguna de estas fórmulas: "Cuando la instalación esté en pleno funcionamiento podrá alcanzar...", "Estamos diseñados para producir...", "La línea tiene una capacidad máxima de..." pero ni una palabra de lo que se estaba produciendo.
–¿Y cuál es la realidad? –preguntó.
–Que se está haciendo en un mes lo que la fábrica debe producir en una semana. Debiéramos confeccionar por lo menos seis modelos y sólo estamos fabricando dos.
–¿Y los que están en la vitrina de exposición? –preguntó contrariado el reportero.
–Esos vinieron como muestra junto a las maquinarias.
Cuco siguió.
-¿Usted nos quiere ayudar? Entonces publique la verdad. Su artículo pudiera jugar un papel muy importante para mejorar nuestras condiciones de trabajo –clamó el sindicalista.
- Nuestra revista ha recibido el encargo de elaborar un reportaje para captar compradores en el extranjero –se justificó el reportero– Sólo puedo hablar del lado bueno.
Cuco miró el reloj. No le faltaban deseos de preguntarle a Antonio si conocía a algún periodista a quien le pagaran por decir la verdad, pero intuía su falta de culpa en el asunto y sólo alcanzó a despedirse con una frase:
–No se busque problemas por nosotros, periodista, y ojalá que pueda dormir tranquilo.
Antonio hubiera preferido ser insultado. Le habría gustado decir que prefería respirar veneno en el área de elementos químicos antes que edulcorar la realidad que el dirigente sindical pretendía denunciar.
Pero era falso. Le pagaban por "dorar la píldora" y no sólo le pagaban bien, sino que le exigían solo tres o cuatro trabajos al mes. Encima recibía dietas de comida y dinero en efectivo para transportación. Su puesto le servía también para hacer relaciones en muchas partes y ganar prestigio entre quienes estimaban como algo envidiable una plaza de periodista en la revista Cuba Internacional.
No trabajaba en aquella publicación para contar la verdad, sino para contribuir a maquillarla.