El dujo taíno
La Habana/Un magnífico libro, La historia del mundo en 100 objetos, publicado por el Museo Británico y BBC Radio, incluye una reseña dedicada al dujo, el asiento ritual de los taínos. Aparece en la parte XIII bajo el subtítulo Símbolos de estatus.
El texto hace referencia particular a un objeto originario de República Dominicana tallado en una sola pieza de madera oscura extremadamente pulida y brillante que representa un ser sobrenatural, medio humano, medio animal. Tiene cuatro patas y funcionalmente es una silla pequeña. La ficha lo describe de esta forma:
"En la parte frontal aparece esculpida una criatura con una mueca en el rostro y los ojos desorbitados que parece casi humana, con una boca enorme, grandes orejas y dos patas plantadas en el suelo que a la vez son las patas delanteras de la silla. Desde ahí se alza una amplia curva de madera hacia arriba y hacia atrás, con una forma similar a la de una ancha cola de castor, apoyada por detrás en otras dos patas. Esta criatura no se parece a nada que exista sobre la Tierra, pero una cosa es segura, es un macho; debajo de este extraño ser híbrido y entre sus patas traseras, aparecen tallados unos genitales masculinos".
Los antropólogos discuten si existía la creencia de que estos objetos estaban poseídos por un espíritu determinado al que había que rendir respeto y admiración. Pero está ampliamente documentado que los behiques, guías espirituales de los pueblos aborígenes del Caribe, usaban un dujo para efectuar el ritual de la cohoba. Con la ayuda de polvos inhalados y un gran poder de concentración, entraban en comunicación con el mundo de los dioses. Algunos estudiosos han interpretado que, más que una silla, el dujo era una cabalgadura para el viaje a otras dimensiones.
Pero está ampliamente documentado que los behiques, guías espirituales de los pueblos aborígenes del Caribe, usaban un dujo para efectuar el ritual de la cohoba
Otra importante función de estos "banquetes bajos", como les llamó don Bartolomé de las Casas en sus crónicas sobre el nuevo mundo, era para sentar a los líderes vivos que debieran realizar alguna mediación. A todo visitante importante se le acomodaba en una de estas sillas, honor que, según se ha contado, obtuvo el propio Cristóbal Colón.
En la colección del Museo Montané de la Universidad de La Habana se conserva un dujo tallado en guayacán que fue localizado entre la turba en las márgenes del río Santa Ana, en el poblado de Santa Fe, al oeste de la capital. Este ejemplar, que no está permitido fotografiar, carece de genitales.
Como los taínos eran ágrafos, no se conserva un testimonio escrito que cuente si algún behique montado sobre ese u otro dujo alcanzó a prefigurar el futuro de la Isla tras la llegada de los conquistadores europeos.
Quizás estamos en un buen momento para que alguien, con la necesaria inspiración, se siente o cabalgue sobre esa pieza de museo.