Las elecciones que no tuvimos
Este domingo las agencias de prensa de todo el mundo, especialmente latinoamericanas, han estado pendientes de los resultados de la primera vuelta de las elecciones en Brasil. La duda de que Dilma Rousseff pueda seguir siendo la mandataria de aquel inmenso país, solamente la duda, llena de inquietud y zozobra a muchas personas en Cuba y no me refiero solamente a quienes en los despachos de la Plaza de la Revolución puedan estar viendo en peligro algún que otro proyecto, en caso de que se rompa la continuidad.
La alternancia política, como experiencia vivida, es un fenómeno ajeno en nuestro país para la inmensa mayoría de la población. De hecho los cubanos más “jóvenes” que una vez ejercieron el derecho de elegir entre un presidente y otro, ya tienen 88 años, pues contaban con 21 en 1947, lo que les permitió decidir entre tres candidatos: Eduardo Chibás, por el Partido del Pueblo de Cuba (Ortodoxo); Juan Marinello, por el Partido Socialista Popular (Comunista); y Carlos Prío Socarrás, del Partido Auténtico, quien resultaría el vencedor de aquella última contienda electoral.
A partir de 1976 se le hizo creer a los ciudadanos que se convertirían en electores
Desde entonces el concepto de elecciones se ha vuelto difuso, sobre todo a partir de 1976 cuando se le hizo creer a los ciudadanos que se convertirían en electores, porque podían aprobar una candidatura conformada por la voluntad de quienes no estaban dispuestos a abandonar el poder.
Lo curioso es que los comentaristas de cualquiera de los medios de difusión, propiedad privada del Partido Comunista, hablarán con la mayor naturalidad del asunto de aquí al 26 de octubre, cuando se despeje la incógnita en la segunda vuelta brasileña. Expondrán el tema sin atreverse a decir una palabra que haga preguntarse a quienes los lean o escuchen por qué los brasileños y el resto de los latinoamericanos tienen ese derecho y nosotros no.
Si el pluripartidismo es esa “pluriporquería” que renombró el único ex presidente que nos queda con vida, la reelección de Dilma Rousseff también debería ser considerada ilegítima. Si sale Aécio Neves, habrá que llevar al psiquiatra a más de uno y explicar con alguna “maniobra del imperialismo” la irrevocable decisión de un pueblo libre.