La mantequilla de la discordia
La Habana/Mi amigo Filiberto se dedica desde 2000 a rentar para turistas la planta alta de su casa en el reparto Lawton en La Habana. Para su suerte, aunque no vive en una zona propiamente turística, encuentra clientes que buscan tranquilidad, lejos del bullicio de La Habana Vieja o El Vedado. Tiene un pariente en Turín que se ocupa de recomendarle italianos, preferiblemente familias, ajenas al mercado sexual.
Cuando su hijo Yuri era un adolescente de 12 años fue sorprendido una mañana despachándose gruesas capas de mantequilla sobre el pan del racionamiento. El primogénito había sido bautizado con ese nombre porque nació el mismo día que Gagarin, el memorable ruso que descubrió que la tierra era azul.
Por eso, aquella mañana de 2003 en que Yuri fue descubierto infraganti, Filiberto le dijo: "Aterriza, muchacho, que esa mantequilla es para los turistas". La respuesta del entonces estudiante del séptimo grado fue aplastante: "Coño papi, estás igualito a Fidel Castro".
Ahora Yuri está a punto de cumplir 30 y vive con su esposa embarazada en la casa de su padre. En el desayuno del pasado sábado, que según las reglas familiares le tocaba ocuparse, el tocayo del cosmonauta sirvió no solo la mantequilla, sino también el queso y el jamón, celosamente atesorados en el refrigerador.
Tras unos tensos segundos de silencio la que habló fue la esposa de Filiberto: "Beto, si esperamos a que vuelvan los italianos todo eso se va a echar a perder"
Filiberto se sentó, como es su costumbre, a la cabeza de la mesa y con toda la autoridad que todavía le queda preguntó: "¿Y esto qué significa?".
Tras unos tensos segundos de silencio la que habló fue la esposa de Filiberto: "Beto, si esperamos a que vuelvan los italianos todo eso se va a echar a perder".
Como si hubieran acordado previamente, Yuri agregó: "Por eso tenemos papel sanitario y jabón en el baño", mientras la futura mamá bromeó irónica: "Pero usted es el que decide qué vamos a hacer, suegro."
Me cuenta Filiberto que, por absurdo que parezca, lo primero que le vino a la mente fue preguntarse qué habría hecho Fidel Castro en esas circunstancias, pero decidió responder con un gesto, mejor que con palabras. Tomó el cuchillo de mesa y se untó una fina capa de mantequilla sobre su lasca de pan.
Cuando se estaba recogiendo la mesa atinó a decir: "Guarden algo, por si acaso".
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