El médico revolucionario
Un día como ayer, hace ya 30 años, se constituyó el Destacamento de Ciencias Médicas Carlos J. Finlay. Frente a 3 800 jóvenes estudiantes de medicina, reunidos en el teatro Karl Marx, Fidel Castro advertía entonces que si la Universidad era para los revolucionarios, esa condición se hacía más exigente para los que tenían a su cargo la salud del pueblo. En el acto conmemorativo, el señor ministro de Salud Pública, doctor Roberto Morales Ojeda recibió un diploma dirigido al expresidente cubano.
En los mismos momentos que se desarrollaba la ceremonia en el salón de actos del MINSAP, en Guanajay, a unos 60 kilómetros, el doctor Jeovany Jiménez cumplía su primera semana de huelga de hambre. La protesta del joven médico es para exigir que se le restituya el derecho a ejercer su profesión, de la que fue inhabilitado en septiembre del 2006 luego de haber dirigido una carta quejándose de la insignificancia de un aumento de salarios para el personal de la salud. Jeovany acude ahora al recurso de la huelga de hambre después de haber enviado, a lo largo de cinco años, un total de 20 cartas sin respuestas al Ministerio de Salud Pública.
La arrogancia del anterior ministro, José Ramón Balaguer, hizo que aquella reclamación salarial fuera vista como un acto repudiable. Los revolucionarios no demandan más dinero por su trabajo. La indiferencia del actual ministro seguro se fundamenta en la convicción de que los revolucionarios deben tener una ciega confianza en sus dirigentes, hasta cuando aparentemente se equivocan, y no se andan con apelaciones para reclamar justicia. Según estos profundos postulados ideológicos, Jeovany no es un buen revolucionario y obviamente no puede ser médico.