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Mi crisis de octubre

La crisis de los misiles referida en la prensa oficial cubana
Reinaldo Escobar

22 de octubre 2014 - 06:15

Una de mis recurrentes fantasías periodísticas consiste en que logro revelar algún recóndito secreto. Entre mis más oscuros objetos de investigación hay dos en el mes de octubre: la crisis de los misiles y la muerte de Camilo Cienfuegos. En esta ocasión me referiré a la primera, pero como no tengo acceso a los archivos contaré cómo viví aquel episodio crucial de nuestra historia reciente.

Yo tenía 15 años y recorría los cafetales de Guisa, en la Sierra Maestra. Aquella fue la primera gran movilización del estudiantado cubano al trabajo voluntario como acuerdo tomado en el I Congreso de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) realizado el 6 de agosto de ese mismo 1962. Esa cosecha en la que participamos miles de jóvenes resultó –según los datos publicados– la más alta de la historia con un millón 250.572 quintales acopiados.

El lunes 22 de octubre, más o menos a la hora en que el presidente John F. Kennedy disponía el bloqueo naval a la Isla, nuestros morrales se repletaban de granos de café sin que ninguna noticia alterara la rutina. Así terminó la semana. Sin teléfono, sin electricidad ni radios portátiles.

Vi una página donde aparecía la foto de Fidel Castro mostrando los cinco dedos de su mano derecha y un titular que decía (...) “Los cinco puntos de Cuba”

El día primero de noviembre tuve que “bajar al pueblo” para visitar a un médico pues estaba aquejado de unas incontenibles diarreas. Al tirarme de la carreta que me dejó en Guisa, entré corriendo a un bar donde encontré un rústico excusado para aliviar mis retortijones. A la altura de mis ojos había unas hojas del periódico Revolución –Granma aún no existía– ensartadas en un clavo. Al arrancar la primera, vi una página donde aparecía la foto de Fidel Castro mostrando los cinco dedos de su mano derecha y un titular que decía, según recuerdo, “Los cinco puntos de Cuba”.

Anonadado como estaba, fui arrancando una a una las hojas que alguien había tenido la delicadeza de colocar en inverso orden cronológico. Muchas fueron las sensaciones –aparte de las físicas– que tuve en ese instante. Por una parte sentí culpa de no haber estado detrás de una “cuatro bocas” en el instante supremo en que “el máximo líder” proclamaba “todos somos uno en esta hora de peligro”.

Mientras el mundo estaba por reventar, nuestra aguerrida brigadita seguía escogiendo los granos maduros de las matas del cafeto, abandonada a su suerte

Por momentos me corroía la insana idea de que mientras el mundo estaba por reventar, nuestra aguerrida brigadita seguía escogiendo los granos maduros de las matas del cafeto, abandonada a su suerte, sin ni siquiera conocer los riesgos, sin que nadie viniera a rescatarnos, a protegernos. Pero cada vez que me venía esa preocupación, la rechazaba porque esa debía ser la angustia de mi sobreprotectora madre y no la de un “soldado de la revolución” dispuesto siempre a dar hasta la “última gota de su sangre”.

Han pasado 52 años y hay pocas cosas que destapar de aquella crisis. Si alguna revelación me queda después de contar esta historia personal es el detalle de cómo se llamaba nuestro grupo, compuesto por doce muchachos imberbes que respondíamos al nombre de “Brigada Premio Lenin por la Paz”. La habíamos bautizado así porque ese era el nombre del galardón que Fidel Castro había recibido siete meses antes, de manos del científico soviético Dmitri Skobeltsyn.

Debo confesar que en ese momento no pude percatarme de la contradicción de que un mandatario condecorado por su vocación pacífica hubiera estado a punto de desencadenar la última guerra de la historia humana.

Poco tiempo después me percaté de todo el horror que encerraba aquella situación, pero ya había pasado.

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