El muro de las lágrimas
En los tiempos en que La Habana tenía como único aeropuerto lo que conocemos hoy como la Terminal 1, funcionaba una amplia terraza sin techo desde la cual decíamos adiós a parientes y amigos. Muchas veces para siempre.
Cuando se inauguró la Terminal 3 ya no fue posible observar desde tierra esa escena, tantas veces filmada, del instante en que la gente subía la escalerilla del avión, pero quedó un chance. En el segundo piso había una baranda cubierta con un cristal desde la que era posible asomarse para ver pasar a nuestros seres queridos después de haber chequeado en inmigración y pasado el control de seguridad. Los conocedores de este detalle aprovechaban la ocasión para tirar un beso o hacer cualquier gesto significativo. A ese sitio le decían "el muro de las lágrimas".
Un buen día remodelaron el edificio, colocaron cielo raso, reubicaron las tiendas y cafeterías y sustituyeron los vidrios transparentes por otros opacos, o quizás se limitaron a pintarlos. Nadie dio una explicación. Dicen que la orden de tapar la visibilidad la dio un general retirado que en esos momentos dirigía la empresa aeroportuaria.
¿Por qué? Vaya usted a saber, Puede especularse que el exmilitar, contagiado de un secretismo crónico, quiso evitar que "se filtrara alguna información" de último minuto o simplemente se trata de una carencia de sentimientos humanos.
Ahora el muro permanece vacío. En algunos sitios se nota que han querido raspar la pintura blanca que cubre el cristal, pero cada raspadura ha sido prontamente reparada. Cuando La Habana tenga algún día un aeropuerto que valga la pena, habrá túneles magníficos que desemboquen en la puerta de cada avión, pero ya para entonces viajar no será tan dramático, ni tan difícil.