Los paños tibios
La Habana/Una vez más, el general-presidente, dando la impresión de que invita a la crítica, le pone frenos. Reconoce que es importante que cada cual brinde sus opiniones, pero precisa que debe hacerse "en el lugar adecuado, el momento oportuno y con las formas correctas".
Que lo haya repetido este viernes en el más reciente Consejo de Ministros no tiene importancia. Esa idea la ha machacado en el Parlamento, en el Congreso del Partido y en cuanta oportunidad encuentra, advirtiendo de paso que habla de una crítica constructiva.
Todo indica que Raúl Castro entiende por crítica constructiva la que señala los errores pero no discute la base teórica en que se fundamenta su programática, o mejor aún, la crítica que se complace en allanar el camino elegido por el criticado.
Sobre esa lógica, El Capital de Carlos Marx no es una crítica constructiva, como tampoco lo sería, salvando las insalvables diferencias, La Historia me absolverá de la autoría de su hermano. Sin embargo, ambos textos proponen o sugieren soluciones a los problemas identificados, que es la condición indispensable para que una observación crítica merezca el adjetivo de constructiva.
Una alusión crítica califica como destructiva cuando se ensaña con quienes hacen las cosas mal, sin darles la oportunidad de mejorar nada porque se les considera incapaces de rectificar o con la deliberada intención de llevar a cabo acciones maléficas. Algo muy distinto a intentar nobles obras de forma incorrecta. Como reza aquel memorable epitafio que tantos políticos merecen: "Hizo el bien e hizo el mal. El bien lo hizo mal, el mal lo hizo bien".
Cuando Castro menciona "el lugar adecuado" seguramente se refiere a las reuniones del partido, los consejos de dirección, las asambleas de rendición de cuentas o las páginas de Granma, donde un equipo de censores decide lo que se puede publicar.
Raúl Castro entiende por crítica constructiva la que señala los errores pero no discute la base teórica de su programática
No clasifican como lugares adecuados la quinta Avenida de Miramar, donde cada domingo desfilan y son reprimidas las Damas de Blanco, ni las calles de Santiago de Cuba, donde los activistas de la Unión Patriótica de Cuba sacan sus carteles de protestas, mucho menos la Plaza de la Revolución, donde la artista Tania Bruguera pretendió prestarle un micrófono a todo el quisiera decir algo, o el Parque Central, donde el grafitero El Sexto quería soltar dos cerdos tatuados.
El momento oportuno debe ser cuando desde el poder se expida un permiso especial, como ocurrió en aquellas asambleas de democratización de los años 70 o en las preliminares del IV Congreso del Partido en 1994, o más recientemente, cuando se autorizó a la población emitir criterios sobre los lineamientos del VI Congreso.
La forma correcta es fácil de imaginar, iniciando el señalamiento con las debidas reverencias. Si se habla de racismo, de las duras condiciones del trabajo agrícola o del maltrato a la mujer, hay que empezar recordando todo lo que la Revolución ha hecho a favor de los perjudicados. Y si se pretende criticar las deficiencias de la educación y los servicios de salud, es obligatorio el prólogo de que ambos renglones son la joya de la corona, que son gratuitos y al alcance de todo el pueblo.
Con críticas así no hacen falta los elogios.