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¿De qué partido es ahora este yate?

Reinaldo Escobar

07 de noviembre 2011 - 05:33

Se me antojó que ese yate anclado en la marina de Cienfuegos era el mismo en que en 1975 los trabajadores de la revista Cuba Internacional habíamos dado un paseo por la bahía. Aquello fue una cortesía del PCC en la entonces provincia de Santa Clara, como reconocimiento al número especial sobre el territorio realizado por un grupo de periodistas y fotógrafos y que fuera triunfalmente repartido en la tribuna del acto por el XXII aniversario del asalto al cuartel Moncada.

No podía olvidar aquella travesía compartida con mis colegas, los mismos que ahora andan dispersos por medio mundo. Le había contado la historia tantas veces a Yoani –ella aún no había nacido– que ya  podía repetirla en todos sus detalles: bufet pantagruélico,  bar abierto gratuito y, sobre todo, la ilusión de que aquel privilegio, sin discusión desproporcionado que nos colocaba momentáneamente por encima del resto de los cubanos, era algo que realmente merecíamos.

Tenía que ser el mismo yate porque así lo quiso mi fantasía y porque subirme a él junto a mi esposa para rememorar los hechos bajo una nueva óptica era algo que no quería perderme. De manera que pasamos por una oficina que llevaba el sospechoso nombre de “el  operativo” donde pagamos la entrada y nos dieron un recibo para entregar al capitán en el muelle del Hotel Jagua. Un grupo de turistas (¿canadienses o franceses?) abordó sonriente la embarcación mientras nosotros tomabamos la mejor esquina del piso superior desde donde podríamos hacer buenas fotos del paisaje. Recordé que desde allí, hacía ahora 36 años, el cantautor Pedro Luís Ferrer amenizaba aquel mítico recorrido que hice junto a mis colegas de la revista.

Solícito y galante, el capitán nos preguntó cuál era nuestra nacionalidad. “Camagüeyano yo, habanera ella” dije, casi orgulloso. El hombre mantuvo la sonrisa y comentó algo sobre las bebidas que se incluían en el viaje. A los pocos minutos, regresó para informarnos que se había visto en la obligación de informar a la capitanía que llevaba dos cubanos a bordo, lo cual “me da muchísima pena”, está absolutamente prohibido y en consecuencia, “lo lamentamos mucho”, teníamos que abandonar la nave.

Yoani tuvo la enorme superioridad de no apuntarme “te lo dije” y se levantó, pero no sin antes espetarle al amable capitán algo que lo puso incómodo. Yo atiné a echarle un discursito en francés (mi pobre y maltratado francés) a los atónitos turistas que de pronto se sintieron en la Sudáfrica del apartheid. Ya en el muelle, le pregunté a Ramiro Torres, el oficial de la capitanía que vino a hacer efectiva la orden de bajarnos, si él sabía que aquel había sido el yate del partido en la antigua provincia de Santa Clara, pero el hombre era muy joven en ese entonces y nada sabía de la época en que predominaban otras segregaciones de las que este servidor era beneficiario.

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