Secretos del secretismo
El término secretismo, para aludir a la ausencia o la demora de ciertas informaciones de interés público en los medios oficiales cubanos, empezó a usarse primero entre los críticos del sistema, hasta llegar a los discursos de los más altos funcionarios del Gobierno.
La lista de aquello que los medios oficiales nunca han informado, o solo reportaron con una inexplicable tardanza, merece un estudio minucioso, que además de llenar miles de páginas, serviría para entender mejor la más reciente historia del país.
Entre los cabezales para organizar la relación de lo omitido habría que incluir muertes, destituciones, deserciones, fracasos económicos, derrotas militares, fiascos diplomáticos, graves daños a la naturaleza, consecuencias de errores cometidos e incluso datos sobre el índice de suicidios, divorcios o emigración, referencias a la deuda del país o al decrecimiento del Producto Interno Bruto. Todo eso y más ha caído en ese agujero negro de la desinformación.
La tentación de poner algunos ejemplos llevaría a mencionar entre otras perlas la reubicación forzosa de campesinos del Escambray en los años 60, los desastrosos efectos del capricho de producir 10 millones de toneladas de azúcar en 1970, el descalabro de la operación militar en Granada en 1983, las consecuencias que trajo la epidemia de polineuritis en los años más difíciles del Período Especial y más recientemente las causas clínicas de la muerte de Fidel Castro.
Ha sido así desde los tiempos en los que el ideólogo del Partido, Carlos Aldana, pontificaba sobre la necesidad de contar con “un periodismo crítico, militante y creador”
La respuesta que frecuentemente se ha dado ante la crítica al secretismo ha oscilado desde la más tenaz justificación, fundamentada en ser un país amenazado por la más poderosa potencia del mundo, hasta el manido pretexto de echarle la culpa a los cuadros intermedios.
Ha sido así desde los tiempos en los que el ideólogo del Partido, Carlos Aldana, pontificaba sobre la necesidad de contar con “un periodismo crítico, militante y creador”, hasta nuestros días en que el propio Raúl Castro aconseja ante el parlamento: “Es preciso poner sobre la mesa toda la información y los argumentos que fundamentan cada decisión y de paso, suprimir el exceso de secretismo a que nos habituamos durante más de 50 años de cerco enemigo”.
Estos alardes autocríticos han tenido la peculiaridad de manifestarse de forma cíclica, lo que ha dado la permanente impresión de estar en vísperas de una apertura siempre tímida e incompleta. El gremio periodístico ha sido quizás el más victimizado con estas frecuentes promesas, hechas en Congresos de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec) o en encuentros informales con la prensa.
Cuando parece que “ahora sí vamos a acabar con el secretismo” se incumple la promesa de promulgar una nueva ley electoral, desaparece el jefe de la comisión de implementación de los lineamientos del Partido o se suspende la venta de gasolina especial sin que ningún medio de prensa oficial se atreva a reseñar o comentar lo sucedido.
Incluso, el eufemismo de usar la palabra “secretismo” para referirse a lo que en rigor se llama censura, solo sirve para encubrir lo que supuestamente se desvela. Es un crimen de lesa lingüística cuyo resultado radica en mantener en la oscuridad lo que en apariencias se ilumina.