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Otra señal de un semáforo

Al paso del exmandario Fidel Castro, los escoltas encendían la luz roja del semáforo de la esquina de 11 y 12. (14ymedio)
Reinaldo Escobar

06 de abril 2015 - 06:45

La Habana/Recientemente, se dio a conocer el encuentro fortuito entre el exmandatario cubano Fidel Castro y un grupo de venezolanos de visita en una escuela habanera. Una crónica trasmitida por la televisión nacional hizo un breve recuento de la escuelita que el entonces máximo líder (hoy líder histórico) mandó a construir en el exclusivo reparto Siboney para que los niños no tuvieran que caminar distancias tan largas. Allí estudiaban los hijos del personal de servicio de ese lugar conocido como punto cero, donde pasa hoy su ancianidad. Desde su Castro móvil saludó, estrechó manos, hizo preguntas y lanzó vaticinios. "Está vivo", comentaban jubilosos los emocionados visitantes.

A varios kilómetros de su casa particular, o su particular casa, como prefiera denominarse el sitio, se encuentra la cuadra de 11 entre 10 y 12 en el Vedado. Allí el comandante tuvo otro sitio de trabajo y reposo. Los que han visitado ese santuario afirman que cuenta con un gimnasio y una piscina y que, en los tiempos en los que "el jefe" se entusiasmó por la ganadería, llegó a tener allí una o varias vacas para experimentar. Eran los días en los que estaba más vivo que nadie y su compañera de lucha, Celia Sánchez, compartía con él en ese lugar todas sus preocupaciones.

Cada vez que la caravana de autos que lo trasladaba salía o entraba de aquella casa, los escoltas encendían la luz roja del semáforo de la esquina de 11 y 12. Por las ventanillas de los Oldsmobile, los Alfa Romeo o los Mercedes Benz, según fuera la época, se asomaban las bocas de los cañones de su seguridad personal y había que esperar a la parsimonia del soldado de guardia para que apareciera la luz verde.

Ha pasado el tiempo y han volado muchas auras sobre la Plaza de la Revolución. Ya nadie tan importante pasa por allí. El viejo semáforo, independiente de las redes del tránsito, ya no tiene sentido y ha sido retirado, literalmente arrancado. Su sostén y los cables penden sin sentido sobre el centro de la calle. La garita donde los custodios encuentran el sosiego de la sombra sigue en pie. Todavía hay que identificarse para entrar a la cuadra. La vida se hizo museable y ya no se toma allí ninguna decisión, solo recuerdos, documentos, fotos, correspondencia que algún día serán pasto del olvido.

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