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Con toda humildad

Reinaldo Escobar

19 de marzo 2009 - 06:00

 

Uno no debería esperar a que sea la fecha conmemorativa de la primavera negra del año 2003 para tocar el tema, pero lo que no puede ocurrir es que pasen los días 18 y 19 de marzo y uno se quede tranquilo sabiendo que, a lo largo de los últimos seis años, 75 cubanos se mantienen en prisión por el único delito de hacer pública su discrepancia con el gobierno.

Donde digo uno estoy hablando de mí mismo y de todo aquel que tenga aunque sea la más remota posibilidad de hacer algo para promover la libertad de estas personas. Cuando hablo de 75 prisioneros los estoy incluyendo a todos, a los que están físicamente detrás de los barrotes y a los que fueron “beneficiados” con licencias extrapenales por motivos de salud. ¿Acaso Raúl Rivero y Manuel Vázquez Portal no están presos todavía? ¿Me van a decir que Héctor Palacios y Oscar Espinosa Chepe  han sido liberados, indultados, amnistiados, absueltos o algo similar?

Siento pena por mi país, me da tremenda vergüenza tener que confesarle a alguien que vivo en una nación en la que una persona como Adolfo Fernández Sainz comparte una celda con delincuentes comunes, que Pedro Argüelles pasó por un calabozo de castigo por negarse a usar el uniforme de preso, que Pablo Pacheco, como casi todos, ha dejado de ser una persona saludable.

No es el prejuicio periodístico, contra escribir una lista demasiado larga de nombres, lo que me impide mencionarlos a todos. Solo hablo de los que conozco, de quienes me siento orgulloso de ser sus amigos. Cada día que se suma al cumplimiento de estas condenas es un insulto a muchas cosas, al derecho, a nuestra historia, a la patria. ¿Cómo puedo jugar con mi nieta, tomarme una cerveza o ir a la playa, cuando soy cómplice confeso de los mismos delitos que ellos cometieron?

Si fuera cierto que Cuba transita hacia cambios esenciales, la primera prueba tendría que ser la liberación inmediata de todos los cubanos encarcelados por motivos políticos y aquí la cifra se eleva a un aproximado de doscientas personas. Si no se despenaliza la discrepancia política de nada vale el resto de los cambios. Sería inmoral aplaudir la abolición de la dualidad monetaria, la desaparición por innecesario del sistema de racionamiento, la rebaja de todos los precios y el crecimiento de todos los salarios si a cambio de eso hubiera que aceptar la prisión de los inconformes.

No quiero terminar este comentario sin antes mencionar el nombre del único responsable de esta situación. Se llama Fidel Castro Ruz. Sólo cuando él imparta la orden o cuando esté definitivamente incapacitado para impedir que otro la imparta, mis amigos saldrán de la cárcel. Como no estoy en condiciones de exigirle que los libere, uso este insignificante espacio para pedirle, con toda humildad, que use su teléfono para llamar a su hermano menor o al Ministro del Interior y mande a soltar a quienes él mismo encerró.

¡Ojalá que el equipo de pelota cubano gane el clásico mundial y en medio de la contentura se le ocurra decretar una amnistía!

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