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Veinte años de libertad o el verdadero rostro de Fantomas

Reinaldo Escobar

19 de diciembre 2008 - 20:11

 

Ayer jueves hice una fiesta para celebrar 20 años de ser un hombre libre. Fue a las 10 de la mañana del 18 de diciembre de 1988 cuando asistí a una reunión donde se me informó que ya no podría ejercer como periodista oficial en Cuba. En el pelotón de fusilamiento, donde fui ejecutado como profesional de la información,  dispararon  José R. Vidal (Cheito), director de Juventud Rebelde, Lázaro Barredo por la dirección nacional de la UPEC (Unión de Periodistas de Cuba), Juan Contino, que entonces era el segundo secretario del Buró Nacional de la UJC y otros colegas del diario que solo llevaban balas de salva.

Me acusaron de negar la obra del programa revolucionario, exaltar las contradicciones entre la joven generación y la que ocupaba los cargos de dirección en el país y usar términos ambiguos que propiciaban una doble lectura de mis textos; añadieron algunos detalles como que yo había instigado a un grupo de estudiantes de la escuela de periodismo para que hicieran una provocación durante un encuentro que sostuvieron con el Comandante en Jefe y además que en mi casa me reunía con jóvenes a quienes les inculcaba ideas contrarias a la revolución.

De todo eso me defendí como gato boca arriba en una larga y meticulosa apelación enviada a Carlos Aldana que dirigía en ese momento el aparato ideológico del Partido. Meses después (creo que en agosto de 1989) fui recibido en la sede del Comité Central por un funcionario de apellido Castellanos, que era el segundo de Aldana y por Jacinto Granda, quien ya se preparaba para asumir la dirección del Granma. Yo estaba deseoso de ver cómo podrían ellos rebatir aquellos argumentos que con tanta delectación había afilado durante agotadoras jornadas de reflexión. Para  mi sorpresa, Castellanos me dijo que no me distrajera en protegerme de las acusaciones recibidas, que yo no podría seguir siendo periodista simplemente porque mi pensamiento se apartaba de la línea del partido y que eso era todo.

Esa fue la forma en que conocí el verdadero rostro de Fantomas. Salí de aquel lugar furioso y frustrado porque no comprendía todavía que la levedad que me embargaba no se debía a haberme transformado en una persona intrascendente sino a que me habían convertido en un hombre libre.

Brindé anoche por quienes me liberaron para siempre del penoso lastre de la simulación. Juro que no les guardo ningún rencor y les agradezco públicamente el inmenso favor que me hicieron.

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