La deliciosa desvergüenza de un vividor
Cuando una obra literaria nos hace reír, nos conmueve, nos provoca, nos hace revelaciones y nos ata de principio a fin, merece pasar a la categoría de lectura recomendable. Memorias de un guerrillero cubano desconocido, escrito por Juan Juan Almeida y publicado por la editorial española Espuela de Plata, pertenece a ese grupo de libros que uno se enorgullece de regalar a los amigos.
Su autor no pretende trazar un parte aguas en la literatura ni jugar con el tiempo o las personas gramaticales. Por momentos, nos parece que estamos en presencia de una de esas guías para turistas que describen las maravillas que uno debe visitar, o que uno es un intruso leyendo las memorias de alguien que sólo estaba desahogándose; por momentos, parece el informe redactado por un delator, la carta de un suicida, las confidencias de un criminal que se confiesa.
Esta novela o “folletín”, como ya le llaman sus detractores, no pertenece al género policíaco aunque sus páginas están llenas de policías y ladrones; el crimen narrado es el que se ha cometido contra la inocencia de un pueblo. La víctima sonríe y goza y el culpable, que ya se menciona desde la segunda línea de la primera página, resulta ser el héroe de la tragedia.
Desde que leí La vida inútil de Pito Pérez (1938) del mexicano José Rubén Romero, no me enfrentaba a un autor tan descarnado o mejor, tan desvergonzado como este hedonista vividor de Juan Juan, al que no le da ninguna pena contarnos sus fechorías, miserias, debilidades y recónditas perversiones y que además tiene el infinito descaro de divertirse invitándonos a ser su cómplice, justo en los instantes en que nos disponíamos a ser su verdugo.
Muchos títulos podría tener este libro: “La historia me envidiará”, “Don Juan en el Gulag” o “Todo era mentira”, pero el elegido es perfecto, ya sabrán por qué.