Nuestra terminología

Reinaldo Escobar

22 de mayo 2014 - 16:19

La Habana/Suele etiquetarse la tendencia política del discurso por la elección de la terminología. Donde las posiciones se hallan más polarizadas, como es el caso de Cuba, aumenta la susceptibilidad ante la selección de cada palabra.

A las restricciones económicas impuestas por Estados Unidos al Gobierno de Cuba, en un polo se le llama embargo y en el otro bloqueo. El país donde se originan dichas medidas puede ser mencionado como el imperialismo (o el imperio) o por sus nombres comunes: Estados Unidos, USA, Norteamérica. Al equipo de personas que tienen en sus manos las principales decisiones en Cuba se le llama el gobierno cubano, las autoridades o el régimen castrista y otros epítetos elogiosos como la generación histórica de la Revolución o descalificatorios, como la dictadura de los hermanos Castro.

El término revolución a veces se escribe con mayúscula, sobre todo si lleva su apellido: Revolución Francesa, Revolución Industrial, Revolución Cubana. En los años 80 para referirse al proceso que Lenin encabezó en Rusia en 1917 era casi obligatorio usar la siguiente fórmula: La Gran Revolución Socialista de Octubre. De hecho ese fue el nombre que se le puso a una fábrica de combinadas cañeras en Holguín. En nuestro caso se puede apelar a fórmulas más afectadas, como el proceso iniciado en 1959 por no apelar a anteponer la llamada al sustantivo revolución.

Quienes nos dedicamos a escribir sobre temas cubanos estamos constantemente sujetos al escrutinio de nuestros críticos a partir de la terminología que elijamos. ¿Cómo debo llamar a Fidel Castro Ruz? ¿Acaso debo decir nuestro invencible comandante en jefe? ¿El simple y cariñoso Fidel, o el distante Castro? Una vez en medio de una tormenta de ideas alguien recomendó la hiena de Birán y la sugerencia del apodo quedó como un chiste. Quizás lo apropiado sea decir llanamente el expresidente cubano, pero eso no le gusta a ningún extremo.

Ahora que nos enfrentamos a la situación de iniciar una experiencia periodística con pretensiones de objetividad y moderación nos vemos entrampados en la maldita circunstancia de la terminología que, como el agua a la isla, nos rodea por todas partes. Es fácil para los panelistas de la mesa redonda usar categorías como la mafia terrorista de Miami, nuestros cinco héroes prisioneros del imperio, los mercenarios asalariados del imperio, la guerra mediática contra Cuba y otras acuñaciones tan carentes de imaginación como de sentido. Para eso les pagan.

Sin embargo, cómo podemos nosotros encerrar en una palabra o una frase a los millones de cubanos que por disimiles razones han decidido vivir fuera de su país. ¿debemos decir el exilio, la emigración, la diáspora? Es obvio que no diremos la escoria, por muy inesperado (traicionero) que haya sido salir de una u otra forma de este horno (crisol) donde se nos manejaba (formaba) como adocenados (hombres nuevos).

En esta obertura, llena de tropiezos y emociones quisiéramos dejar claro que cada autor es dueño de su terminología, siempre que no transgreda los elementales límites del respeto. En este espacio cabe la pasión, todas las pasiones, pero no el insulto. A los más susceptibles les rogamos tolerancia, que las palabras pueden ser la envoltura material del pensamiento, pero no la cárcel de las ideas.

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