¿Es marxista el socialismo del siglo XXI?
Santa Clara/¿Qué hay de común entre los socialismos de Carlos Marx y Nicolás Maduro? Lo mismo que hay entre estos dos hombres: nada, o muy poco, quizás la mutua pertenencia al género humano y no mucho más. La diferencia entre ambos, por otra parte, es comparable a la que existe entre el Sócrates insatisfecho y el cerdo satisfecho del diálogo platónico.
Carlos Marx, indiscutiblemente una de las más altas cumbres del pensamiento humano, teoriza una sociedad que superará al capitalismo, pero sin echar a un lado los incuestionables logros de este. No olvidemos que en pocos lugares se ha escrito tan encomiásticamente del capitalismo como en cierto párrafo del Manifiesto comunista.
En la visión marxista, el socialismo será el producto de una muy específica, acotada, clase social: la de los obreros industriales, lo que Marx en una no muy feliz selección semántica llama proletariado. A su vez, la distinción que hace de un lumpen-proletariado, reaccionario por naturaleza, explicita a las claras su visión del pueblo. Él de ninguna manera es un creyente en la supuesta superioridad ética o de cualquier otro tipo de los más desfavorecidos. En muchos de los análisis que dejó acerca de sucesos de su época, nos demuestra a las claras que más bien temía a esa masa amorfa, desclasada y para nada dada a los valores sobre los que se asienta el progreso, que los demagogos y populistas han reunido interesadamente bajo la exótica palabra pueblo.
Marx cree en la superioridad del obrero industrial por su especial posición en el también especial proceso productivo de la sociedad occidental moderna. Su concentración en grandes unidades productivas, en donde se crean complejísimas formas de cooperación y socialización desde el nivel de empresa hasta el planetario, y en donde la ciencia y la técnica reemplazan por completo al paisaje natural, le permite, a diferencia del lumpen y el campesino, tener la capacidad de construir una sociedad sofisticadísima, capaz de superar las deficiencias del capitalismo sin renunciar a su vez a sus logros. Tener, en fin, los valores progresistas necesarios para armar la sociedad post-capitalista, aún más basada en la ciencia y la técnica que la superada capitalista.
La base de apoyo del socialismo del siglo XXI es más que nada el lumpen, no el proletariado
Es esta supremacía basada en su circunstancia productiva –no en una raza o en la posición en la pirámide de ingresos– que avala al obrero industrial para construir la sociedad que Marx prefiere llamar socialista. Y él está absolutamente seguro de que se trata de algo que nunca podrán hacer esos elementos naturales de la reacción, opuestos al progreso: el lumpen y el campesino.
Si observamos la sociedad venezolana actual, advertiremos de inmediato la diferencia principal de este socialismo con el modelo de Marx: la base de apoyo del socialismo del siglo XXI es más que nada el lumpen, no el proletariado. De hecho se ha llegado tan lejos en el madurismo que en buena medida esos apoyos se encuentran hoy día en la más abierta delincuencia, en el hampa de los cerros.
Preguntémonos: ¿Por qué Maduro, o ese cavernícola del mazo que lo secunda a regañadientes desde la presidencia de la Asamblea Nacional, no consiguen rebajar los increíbles índices venezolanos de criminalidad? Simple y llanamente porque esa criminalidad es una de las más importantes bases de apoyo del socialismo del siglo XXI.
No pocos de los matones de los colectivos se dedican en su tiempo libre al contrabando, el robo y hasta el asalto. Lo cual no debe de asombrar a nadie: a fin de cuentas si uno, habitante de los cerros, es sometido a diario a esos continuos e interminables cantinfleos que Nicolás Maduro lanza en cadena nacional, y que solo obcecados ideológicos como Atilio Borón o Luís Britto pueden calificar de discursos políticos, no podrá más que encontrar justo y moralmente justificable "redistribuir" la riqueza a tiros, a lo Robin Hood. ¿No es el Caracazo uno de los más memorables recuerdos del chavo-madurismo? Durante este disturbio lo que se saqueó no fue precisamente comida, sino electrodomésticos y hasta artículos suntuarios.
Venezuela es hoy, por tanto, algo así como una nueva Roma ocupada por los bárbaros
Invito a cualquiera que tenga aguante para escuchar por horas frases maniqueas, bravuconerías de barrio, pueriles faltas de respeto al otro, contradicciones evidentes, pésimos canturreos, ridículos remeneos de Su Obesidad y saludos a antiguos camaradas de lucha descubiertos en la multitud, y descubrirá pronto esta aterradora verdad: las peroratas de Maduro no son más que incitaciones al odio. Al odio del pobre al rico, pero también del mediocre al brillante y creativo, o del deficiente intelectual al individuo inteligente.
El madurismo no es de ningún modo un experimento que conduzca a una sociedad post-capitalista. En esencia no es otra cosa que un populismo. O sea, la Venezuela actual no es más que una sociedad capitalista en la que todas las clases y sectores progresistas del país han sido apartados del poder por una horda de lumpen-proletarios, los cuales se dedican a consumir, o más bien destruir toda la riqueza creada anteriormente, sin aportar nada nuevo ni intentar superarse a sí mismos. Venezuela es hoy, por tanto, algo así como una nueva Roma ocupada por los bárbaros.
Ojalá que la Edad Media consiguiente no sea muy larga y que pronto Venezuela pueda reincorporarse a las legítimas búsquedas mundiales de una sociedad que verdaderamente supere al capitalismo. Se trata de impedir el regreso a formas pre-capitalistas, a esa barbarie tan temida por Marx en sus últimos años.