Rusia y el papel mediador de Raúl Castro
Santa Clara/Rusia no es el Enemigo con mayúsculas de Occidente. Tampoco podría ser considerada uno a tener muy en cuenta en caso de que realmente lo fuera. Rusia ya no es la superpotencia industrial de los años 70 y 80 del siglo XX, y tampoco una potencia en innovación. Su población disminuye catastróficamente, casi de manera similar a su proporción en el PIB mundial. Es cierto que su ejército sigue siendo el único capaz de enfrentar al americano en una guerra simétrica total, pero ¿por cuánto tiempo más?
Rusia no es el enemigo porque, de hecho, comparte con Occidente a los enemigos reales, los que de verdad debemos temer. Y los comparte porque Rusia es parte de Occidente.
De eso da buena cuenta no solo su cristianismo sino, por sobre todo, el hecho de que este país ha sido de los que más han influido en la cultura occidental. Hágase una lista que incluya a las 10 figuras más importantes en cualquier rama de las ciencias, la técnica, las artes, la música, el pensamiento o la literatura de nuestra civilización ‒de los que han abierto nuevos e inesperados caminos‒ y no faltará nunca el nombre de al menos un ruso.
El problema de Rusia ha sido que, a diferencia de, por ejemplo, Francia o España, el elemento racional de su sociedad (y hablo de racionalidad como la entendía Karl Popper) no ha conseguido imponerse al tradicional e instintivo. De hecho, ese elemento racional que tuvo su momento cumbre a finales del siglo XIX y hasta aproximadamente 1925 ha sido reiteradamente purgado por una pseudoracionalidad excretada por lo tradicional e instintivo como forma de supervivencia. Pseudoracionalidad, "asiatismo modernizado a medias", que comenzó a ganar la partida desde que la contrarrevolución bolchevique disolviera la Asamblea Constituyente de 1917, y que terminó por imponerse con la subida al poder de Stalin.
En ese triunfo crónico de lo "asiático" en Rusia ha tenido mucho que ver la actitud equívoca del resto de Occidente hacia ella
De más está decir que en ese triunfo crónico de lo "asiático" en Rusia ha tenido mucho que ver la actitud equívoca del resto de Occidente hacia ella, que era entendible cuando Occidente dominaba de manera indiscutida el mundo, y cada nación luchaba por obtener su cuota en ese dominio, pero de ninguna manera hoy. Resulta muy claro que, en este momento, nuestra civilización y sus valores comienzan a perder su otrora hegemonía mundial absoluta.
La civilización occidental debe tratar de acabar con el último vestigio, anacrónico, de la edad en que se desangraba en guerras civiles y que denominamos mundiales por el total dominio que del globo tenía por entonces. Occidente debe tratar de atraer a Rusia al sistema de seguridad y consenso civilizatorio que ha edificado poco a poco tras 1945. Pero para que este intento tenga éxito, debe tener muy presente que Rusia no es una nación de segundo o tercer orden, que Rusia posee una real tradición imperial. O sea, Rusia no es Polonia, Checoslovaquia y ni tan siquiera Turquía. No puede ser invitada a ser comparsa. Debe dársele un puesto entre los grandes.
Decía Ortega y Gasset, hacia 1920, que Europa solo se uniría cuando un gran peligro apareciera en su horizonte. Esos peligros ya existen hoy, y no solo para Europa sino para todo Occidente, son la China autoritaria y, sobre todo, la civilización islámica. El primero un imperio tradicional con increíbles tasas de crecimiento económico; el segundo la única civilización que experimenta un explosivo crecimiento demográfico (en occidente solo EE UU crecen poblacionalmente).
El yihadismo amenaza todo el sur de Rusia, y tras la desastrosa invasión soviética de Afganistán, para muchos islamistas Moscú personifica al enemigo con más nitidez que Washington; o por lo menos un enemigo al que se le puede causar daño con más facilidad. En cuanto a China, ya no solo amenaza hoy al este Ruso, sino que ha comenzado a infiltrarse en él, téngase en cuenta que la densidad poblacional en la frontera entre ambos países es 62 veces mayor del lado chino que del ruso. El este Ruso está de recursos que el país no puede explotar frente a una expansiva China que los necesita cada vez más.
Cuba puede jugar un papel significativo en el acercamiento de esos dos colosos que Carpentier describía como situados a los extremos de Occidente
Cuando el Ártico se abra a la navegación en los próximos años, Moscú no obtendría ventajas de ello si no mantiene para ese momento un control total de su lejano este y, sobre todo, de su litoral Pacífico. Rusia necesitará mantener una fuerza naval en ese océano que ya de por sí choca con los intereses estratégicos chinos de controlar todos sus mares adyacentes, hasta la que llaman "primera cadena de islas" que los rodean: Japón, Filipinas, Taiwán, Indonesia, Australia.
Ambas naciones, por tanto, chocan ya en el presente sobre el continente y sobre el océano, y lo harán con más fuerza en el futuro.
Frente a lo que los jingoes han hecho durante los últimos años, se debe comenzar por cambiar la visión que el occidental medio tiene de Rusia. Se debe divulgar por todo Occidente los logros culturales de la parte racional rusa. Una recuperación de Dostoievski, Tolstoi, Tchaikovski, Mendeleiev, Lobachevski, Chejov, Eisenstein, Shostakovitch, Tarkovski... puede cambiar la percepción que el occidental medio tiene de Rusia. A la vez, puede provocar que los propios rusos, al sentirse admirados por su tradición racional, traten de recuperarla.
Recuperar a Rusia es vital, en primer lugar porque es parte de nuestra civilización, y en segundo porque Occidente se encuentra amenazado y quizás solo una unión del oso ruso con el águila marina americana logren evitar su subordinación a otras en ascenso.
Cuba puede jugar un papel significativo en el acercamiento de esos dos colosos que Carpentier describía como situados a los extremos de Occidente. Sería muy muy positivo que Raúl Castro lograra comprender esto antes de emprender su próxima visita a Rusia para los asistir a los festejos por la Victoria sobre la Alemania Nazi. Si así fuera e intentara algo para conseguir ese acercamiento, podría estar asegurándose un legado y revalorizar mucho el prestigio de nuestro país.