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Conmigo no cuenten

Estatua de Cristóbal Colón vandalizada en Miami. (Departamento de Policía de Miami-Dade)
Yoani Sánchez

13 de octubre 2020 - 00:02

Hoy, 12 de octubre, es una jornada que tiene varias denominaciones: Día de la Raza, Día de la Hispanidad o Día del Respeto a la Diversidad Cultural. Cada denominación me parece hermosa y loable. Esa jornada de 1492, en que Cristóbal Colón llegó a esta parte del mundo, definió la civilización humana tal y como la conocemos, cambió la manera en que representamos visualmente el planeta y moldeó la cultura de millones de personas.

Actualmente, hay movimientos y tendencias que cuestionan, critican o ensalzan ese momento. Todos deben tener voz en el coro polifónico en que nos hemos convertido. Pero, esta pequeña persona que soy se graduó hace veinte años de Filología hispánica, una profesión que no podría tener si al intrépido de Colón no se le hubiera ocurrido creer que se podía llegar a Las Indias enfilando la proa de sus naves hacia esta parte de la "Mar Océana".

No solo no hubiera podido licenciarme en esta lengua, sino que mi propia existencia se hubiera visto comprometida porque mis ancestros cruzaron el Atlántico, mucho después que la Niña, la Pinta y la Santa María

No solo no hubiera podido licenciarme en esta lengua, sino que mi propia existencia se hubiera visto comprometida porque mis ancestros cruzaron el Atlántico -mucho después que la Niña, la Pinta y la Santa María- pero de un lugar bastante cercano al que zarpó el "más loco de los navegantes, el más cuerdo de los fundadores". Para colmo, comparto mi vida con un descendiente de taíno y mi hijo se parece al cacique Guamá, con cabello más corto y camiseta moderna.

En mi casa, cada día, se da el encuentro de múltiples culturas. Nadie se sobresalta ni sorprende. Nadie quiere negar ni exterminar a nadie. Unas manos pálidas comparten con otras cobrizas. A él "se le monta" a veces el behique y yo mientras duermo recorro el camino de Santiago; él prefiere el agua fría de los ríos donde sus antepasados se bañaban y yo -a cada rato- siento una brisa salada como la que debió tocar el rostro de Rodrigo de Triana; él sueña con cuevas y yo con la sorpresa de una selva húmeda que estalla por primera vez en olores y colores frente a mi cara.

Que nadie cuente conmigo para montarme en la máquina del tiempo e impedirle a Colón llegar a este hemisferio. Sé y reconozco el dolor que se derivó de aquel momento, las muertes, la sumisión y el sufrimiento; pero también me constan las luces, la poesía nacida del encontronazo, el amor entre cuerpos tan diferentes, los hijos nacidos de la mezcla, la fuerza telúrica generada. No, no voy a ir hacia el 12 de octubre de 1492 para evitar a Colón desembarcar, porque sería matar a mis amigos actuales, cercenar por anticipado la vida de mi prole, eliminar de un tajazo mi árbol genealógico y perderme esta lengua que es mi vida. Conmigo no cuenten.

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