Amigos que avergüenzan
Esas personas con las que compartimos penas y alegrías son el reflejo de nosotros mismos por muy diferentes que se vean. A los amigos los elegimos para que nos acompañen, pero también para que nos completen, con la necesaria diversidad y continuidad que nuestra naturaleza humana necesita. El problema es cuando las elecciones de convivencia no parten de afinidades ni gustos, sino de intereses y alianzas enfocadas en molestar a terceros.
En una misma semana, el ejecutivo cubano se ha abrazado a dos deplorables regímenes autoritarios. A pocas horas de que el vicepresidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez se reuniera con funcionarios oficiales en Belarús, la habanera Plaza de la Revolución acogía una reunión de Raúl Castro con un representante especial del Partido del Trabajo de Corea del Norte. Camaradas impresentables, que el oficialismo insular abraza y ensalza sin pudor.
En un mundo donde la sociedad civil, los llamados a respetar los derechos humanos y los movimientos que impulsan el reconocimiento de las libertades se hacen escuchar cada vez más alto, resulta difícil que el Gobierno cubano explique sus buenas relaciones con el último dictador de Europa y con el nieto cruelmente caprichoso que heredó el poder por vía sanguínea. ¿Qué une a las autoridades de la Isla con semejantes especímenes políticos?
La única respuesta posible es meter el dedo en el ojo de las democracias occidentales y de la Casa Blanca. El problema de esa actitud radica en que estos compañeros de ruta reclaman compromisos y silencios. La amistad diplomática se convierte en complicidad y los camaradas terminan por definir la naturaleza de quien los han elegido como compañía.