Apocalípticos e informados
Un curioso pasó por la esquina de Infanta y Manglar el viernes 9 de septiembre, se quedó un rato mirando el despliegue policial frente al templo evangélico Pentecostal, la calle cerrada, los vecinos murmurando. Después de unos minutos, tomó el móvil y envió un mensaje con la noticia a toda su agenda telefónica. En el interior de varios bolsillos, sobre las mesas de ciertas casas, en la cartera de algunas mujeres, el tono que anunciaba la llegada de un sms comenzó a sonar. La “bomba” informativa había estallado. Unido a los rumores, la telefonía celular es hoy en Cuba un camino veloz de difusión de sucesos que la prensa oficial silencia. Veinticuatro horas después de acordonar la cuadra de la iglesia, donde el pastor Braulio Herrera y algunos de sus fieles hacen un retiro, La Habana cuchicheaba ya los pormenores, daba forma a los chismes, se regodeaba en los detalles.
Más allá de las cuestiones éticas y teológicas que plantea este “encierro” voluntario de algunos fieles junto a su pastor, impresiona comprobar cuán eficientes resultan ya los mecanismo alternativos que han ayudado a arrojar luz sobre el hecho. Incluso es posible percibir el derrotero de la información, los pasos que esta sigue para abrirse camino: un ciudadano común, un “advenedizo” sin acreditación periodística, se encuentra en el lugar cuando acontece algo. Toma el artilugio de teclas y pantalla que lleva encima y le cuenta a sus conocidos. Quizás entre sus amistades haya algún twittero inquieto de dedos ágiles, que subirá la historia a Internet en trozos de 140 caracteres. Mientras, en el ciberespacio los lectores especulan y preguntan por las particularidades, el lugar del suceso comienza a llenarse cada vez con más gente. Aparece alguna que otra cámara; la foto de los policías bloqueando el tráfico viaja por MMS* hasta la web y a cada minuto gana mayor interés la etiqueta #infantaymanglar.
Para cuando las agencias de prensa extranjeras se percatan de que algo ocurre, los periodistas independientes y los bloggers ya lo han narrado de varias maneras. Entre una cosa y otra, ciertos “vecinos del lugar”, con trazas de policías vestidos de civil, echan a rodar apocalípticos rumores para que la opinión pública vaya en contra del pastor. Dirán que piensa volar la iglesia en pedazos, que está exigiendo un avión para salir del país o que espera –allá adentro– el fin del mundo que vendrá con un tsunami. Hasta ese punto la prensa nacional guarda silencio, aunque no podrá aguantar la presión de una ciudad donde todos hablan de lo mismo. El itinerario se completa cuando un locutor de rostro ceñudo lee una nota oficial en el horario más estelar de la noche, ante un público que lleva días preguntándose si también esta vez le esconderán la realidad. Han transcurrido más de 72 horas desde que aquel individuo sin diploma periodístico, pero con atrevimiento, tecleo la noticia en un pequeño móvil que sacó de su bolsillo.